La operación militar rusa en Ucrania que comenzó a fines de febrero, tuvo varios intentos de desescalada por parte de las autoridades de ambos países. Sin embargo, pese al avance de las negociaciones, la guerra continúa hasta este momento.
Uno de los últimos hechos que hizo retroceder la posibilidad de un acuerdo de paz fue lo que se conoció como la masacre de Bucha. Allí se registró el asesinato de cientos de civiles ucranianos, según denuncia tanto la prensa como los gobiernos de Occidente, responsabilizándo al ejército ruso, que pocos días antes de divulgadas las imágenes había abandonado la ciudad. El hecho motivó una rápida reacción de la ONU, que convocó al Consejo de Derechos Humanos y decidió expulsar a Rusia sin antes impulsar una investigación que pudiera esclarecer quiénes fueron los autores de dicha matanza y responsabilizando al país euroasiático de lo sucedido.
No deja de resultar sorprendente que en todas las ocasiones en las que una solución diplomática se asomaba como una posibilidad, un hecho de estas características surge como novedad, de la cual se lo acusa inmediatamente al país euroasiático. Ante esta situación oscilante y la continuidad de la guerra en sí, cabe al menos hacerse una gran pregunta: ¿quiénes se benefician del conflicto que desde febrero azota al pueblo ucraniano?
La decisión de Estados Unidos de aumentar en un 4% su presupuesto en defensa para el año fiscal 2023, otorga algunos indicios para responder este interrogante. El proyecto presupuestario presentado por la Casa Blanca explicita que Washington desea gastar más en la “lucha contra la agresión rusa” en Ucrania, para lo cual se destinaría 813 mil millones de dólares a partir del 1 de octubre de este año. A esta decisión hay que sumarle los más de 1700 millones en asistencia militar que Estados Unidos ya destinó a Ucrania en concepto de armamentos.
Dichos gastos son administrados por el Pentágono, quien a través de empresas contratistas como Raytheon Technologies y Lockheed Martin, garantizan la transferencia directa de armamento hacia Ucrania a un costo millonario. El CEO de Raytheon, Greg Hayes, llegó a declarar que “todo lo que se envía hoy a Ucrania proviene de reservas, ya sea del Departamento de Defensa o de nuestros aliados de la OTAN, y todo esto son buenas noticias. Eventualmente tendremos que reponerlo y veremos un beneficio para el negocio en los próximos años”.
Sólo en este año fiscal, está garantizado que estas empresas -entre las que también se encuentran Boeing, General Dynamics y Northrop Grumman- también obtendrán importantes beneficios de la Iniciativa de Ayuda a la Seguridad de Ucrania (USAI) del Pentágono y del programa de Financiación Militar Extranjera (FMF) del Departamento de Estado, que financian la adquisición de armamento y otros equipos estadounidenses, así como la formación militar.
Estos han sido los dos canales principales de ayuda militar a Ucrania desde el referéndum en Crimea en 2014, cuando Estados Unidos comenzó a destinar alrededor de 5.000 millones de dólares en asistencia de seguridad a ese país.
Parte de la ayuda se incluyó en un paquete de gastos de emergencia para Ucrania en marzo, que requería la adquisición de drones, sistemas de cohetes guiados por láser, ametralladoras, munición y otros suministros. Las principales corporaciones militares-industriales se encuentran ahora en la búsqueda de contratos con el Pentágono para entregar ese armamento adicional, incluso mientras se preparan para reponer el armamento que ya fue entregado a los ucranianos.
Hay que tener en cuenta fundamentalmente que los mayores beneficios de la guerra en Ucrania no será la venta inmediata de armas. Lo que está en juego con la continuidad de la guerra, es la naturaleza cambiante del debate en curso sobre el propio gasto del Pentágono.
Ya antes del comienzo de la operación militar rusa, se preveía que el gasto en defensa sería de al menos 7,3 billones de dólares durante la próxima década. Este monto representa más de cuatro veces el costo del plan nacional Build Back Better, de 1,7 billones de dólares, presentado por el presidente Joe Biden como garantía de empleo e infraestructura para el pueblo estadounidense. Lejos de resultar en un beneficio para muchos, el presupuesto cuatro veces mayor del Pentágono garantiza el lucro de las principales empresas armamentísticas cuyo principal beneficio proviene de la guerra en curso y quienes de por sí ya reciben cerca de 150 mil millones anuales en contratos.
Asistencia como sinónimo de deuda
Cuando desde Estados Unidos y La Unión Europea se habla de la “ayuda” a Ucrania para combatir a las tropas rusas en el territorio, se hace referencia al envío de tropas y armamento. Dicha ayuda no es para nada desinteresada y tiene como contrapartida no sólo la sumisión del país y su gobierno a los designios de las potencias occidentales, sino también una cuenta abultada que más temprano que tarde deberá afrontar el pueblo ucraniano.
Si antes del comienzo de la guerra la deuda externa ucraniana representaba el 72% de su PBI, con el inicio de la operación militar rusa, la asistencia otorgada por Occidente y la continuidad del conflicto en pos del beneficio de las empresas contratistas, ese porcentaje aumenta cada día.
En el 2021, el 40% de la deuda ucraniana era de la administración nacional, del cual el 21% eran compromisos con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Ambos organismos exigieron al país una serie de reformas que con el tiempo fueron deteriorando la calidad de vida del pueblo y haciendo de Ucrania uno de los países más pobres de Europa.
Sólo en 2022, Ucrania debe pagar 18500 millones de deuda externa, a los cuales se le suman nuevos préstamos autorizados por el Banco Mundial (3 mil millones), el FMI (1400 millones), la Unión Europea (1200 millones) y Estados Unidos (mil millones). Así como sucede en los países de la periferia, la deuda externa funciona como mecanismo de recolonización y control, situación a la que el país se enfrenta desde el Euromaidan en 2014 y que ante la situación actual, amenaza con instalarse a largo plazo.
Ante este contexto, cabe recordar la importancia estratégica de Ucrania en la geopolítica europea y euroasiática. Para Rusia, la influencia en este país implicaría recuperar un lugar de potencia mundial debido a sus características geográficas y a las posibilidades de desarrollo económico. En la actual situación de dominio occidental sobre Ucrania, el país gobernado por Putin ocuparía el lugar de potencia regional, algo que desde Estados Unidos resulta una prioridad teniendo en cuenta la estrategia de la actual administración demócrata de recuperar la hegemonía perdida durante los años de gobierno de Donald Trump.
La actual situación en Ucrania implicó para Rusia tanto las sanciones económicas con el bloqueo de parte de sus reservas en los bancos extranjeros como también el desgaste producto de la guerra en sí. A su vez, la propaganda occidental ha generado un desgaste de la imagen de Putin que le ha valido al gobierno la reciente expulsión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. En el caso europeo, el conflicto ha implicado la interrupción de una obra vital como es el gasoducto Nord Stream 2 y, con ello, el recrudecimiento de la crisis energética que vive la Unión Europea a las puertas del invierno y en un contexto de inflación a nivel mundial producto del propio conflicto armado.
A pesar de ser uno de los impulsores de la guerra, Estados Unidos también sale perdiendo. Las sanciones contra Rusia empujaron a este y otros países considerados hostiles por Occidente a comercializar sus productos en otras monedas, poniendo en jaque la hegemonía del dólar y forzando una devaluación que hoy sufre tanto la economía norteamericana como los países cuyas economías están atadas a esta divisa.
Ante semejante panorama, queda claro quiénes son los únicos actores que se benefician con la continuidad del conflicto: por un lado las empresas contratistas del Pentágono. Por el otro y en menor medida, el globalismo financiero internacional, encarnado en la actual administración estadounidense y representado por organismos como el FMI y el Banco Mundial, que ve en la continuidad de la guerra el beneficio para el complejo industrial militar y, al mismo tiempo, un instrumento de dominación y de debilitamiento de una de las potencias que disputan hegemonía con Estados Unidos.
La situación arroja una certeza: sea en el este europeo o próximamente en el indopacífico, el complejo industrial militar estadounidense seguirá apostando a la guerra para garantizar el lucro a largo plazo.