El último día 25 de febrero, una multitudinaria movilización en la ciudad de San Pablo despejaba las dudas respecto a la popularidad de Jair Bolsonaro a poco más de un año de su derrota en las elecciones presidenciales brasileñas. Convocado por el propio ex presidente, se calcula que el acto reunió a 180 mil personas en lo que resultó la ocupación de siete manzanas de la famosa Avenida Paulista, en la capital del estado.
Hasta entonces, todas las manifestaciones convocadas por la extrema derecha en el país post derrota de octubre de 2022 habían sido poco concurridas. Se calcula que la convocatoria de cada una de ellas no alcanzó las 15 mil personas. En esta oportunidad, y por tratarse de un acto patrocinado por el propio ex presidente, el mensaje caló más hondo, haciendo de la principal avenida de San Pablo nuevamente escenario del despliegue de la extrema derecha y del último acto bolsonarista una verdadera manifestación multitudinaria.
Si bien es importante observar la situación en perspectiva -se trató de una gran convocatoria en una gran ciudad y no de algo que sucedió en simultáneo en varias ciudades del país, lo cual en el caso brasileño por el tamaño del país y su población, no es un dato menor-, lo cierto es que no deja de ser relevante el poder de convocatoria que Bolsonaro ostenta a diferencia de otros referentes del mismo espectro ideológico.
Las protestas bolsonaristas de noviembre y diciembre de 2023 tuvieron algunos aspectos curiosos. En noviembre, el ritual político organizado por el pastor Silas Malafaia consiguió entusiasmar a las masas bolsonaristas, especialmente debido al martirio de uno de los presos del 8 de enero, que murió de una enfermedad repentina en la cárcel. En diciembre, sin embargo, la protesta contra el nombramiento de Flávio Dino para el Tribunal Supremo fue un fracaso: un acto pequeño y burocratizado que aburrió a los presentes con una samba llamada Dino, no, cuya letra nadie conocía.
Ya en febrero, una multitud concurrió a la convocatoria realizada por el propio ex presidente, lo cual no había sucedido en las anteriores manifestaciones. Esta vez, la Avenida Paulista se tiñó de verde y amarillo -vestimenta tradicional en las protestas del bolsonarismo en el país- y los allí presentes se dispusieron alrededor del palco desde el cual Bolsonaro discursó en compañia del gobernador Tarciso de Freitas y del alcalde de la ciudad Ricardo Nunes.
Según números divulgados por la Secretaría de Seguridad de São Paulo, el acto convocó a 750.000 personas, cifra que fue atribuída a un cálculo hecho por la Policía Militar, que negó dichas informaciones. Independientemente del número de manifestantes, queda claro que el hecho de que haya sido el propio ex presidente quien convocó la protesta fue la clave para que se tratara de un evento multitudinario. Según expresó el analista político brasileño Jonás Medeiros en un artículo, “Las últimas veces que sentí la calle tan llena en una manifestación de la derecha fueron en el primer mitin pro destitución de Dilma Rousseff, en marzo de 2015, y en el golpe del 7 de septiembre de 2021”.
Pese al éxito de la convocatoria, lo cierto es que en la actualidad Jair Bolsonaro no tiene chances de capitalizar esa influencia en la militancia de extrema derecha, al menos a favor suyo. Ya en octubre de 2023 el Supremo Tribunal Electoral de Brasil anuló los derechos políticos del ex presidente por ocho años, lo cual lo impide de participar de cualquier elección hasta 2030.
Si bien esta es una condena firme, no es el único problema del ex mandatario brasileño con la justicia de su país. Bolsonaro también es investigado en cinco causas que avanzan en el Tribunal Supremo Federal. Una de ellas, el de las milicias digitales, abarca varias líneas: además de la investigación sobre el intento de golpe de estado en la que varios miembros de las Fuerzas Armadas apuntaron contra el ex presidente, también se investiga el intento de venta de unas joyas que el gobierno de Arabia Saudita hizo a la Presidencia de la República en uno de los últimos viajes oficiales de Bolsonaro a ese país.
Además, la Policía Federal de Brasil también investiga un posible fraude en la tarjeta de vacunación del ex presidente, lo cual puede comprometer a Bolsonaro ante la justicia de Estados Unidos debido a que las informaciones supuestamente falsificadas en dicho documento fueron usadas para que el entonces presidente brasileño pueda ingresar a suelo estadounidense.
Bolsonaro también es apuntado como cómplice en una de las investigaciones sobre los actos golpistas del 8 de enero y responde a tres investigaciones abiertas mientras aún era presidente, que involucran la pandemia y una posible interferencia en la Policía Federal (PF).
Si bien cada causa sigue su curso en la justicia brasileña, el hecho de que ya existan condenas firmes contra Bolsonaro y a ésta se le sumen otras, deja en claro que existe una barrera entre la popularidad del ex presidente y la posibilidad de que esta le rinda políticamente.
Aunque la manifestación haya sido un éxito como demostración de fuerza política, la falta de claridad respecto del liderazgo en la extrema derecha deja en claro que sin Bolsonaro el bolsonarismo queda desarticulado hasta que emerja una figura capaz de capitalizar esos apoyos. Algunos hablan de Michelle Bolsonaro, esposa del ex mandatario, como nombre que empieza a sonar con fuerza, lo cual puede entrar en colisión con las aspiraciones de otras figuras relevantes que también pretenden arañar algo de protagonismo.