Tras triunfar en la Batalla de Alia, Breno, respetado jefe del pueblo galo, entró a Roma saqueado y matando sin piedad. Las familias romanas horrorizadas por el sangriento espectáculo tomaron la decisión de comprar su libertad con oro. Cuando los romanos percibieron que los galos habían alterado las balanzas en las que se pesaba el oro, comenzaron a protestar. Breno decidió tomar cartas sobre el asunto. Sin mediar una palabra, se limitó a arrojar su espada para añadirla al peso de la balanza mientras gritaba «vea victis», en castellano, “ay de los vencidos”.
La frase sobrevive hasta nuestros días como muestra de la impotencia del vencido ante el vencedor. Las potencias imperiales y centralmente las clases dominantes, asimilaron esta idea a lo largo de la historia como un norte a seguir. Para los vencedores se llama ley del más apto, para los vencidos no es más que la brutalidad imperialista. Como decía Ernesto «Che» Guevara, “es la naturaleza del imperialismo la que bestializa a los hombres, la que los convierte en fieras sedientas de sangre, que están dispuestas a degollar, asesinar. Bestias fueron las hordas hitleristas, como bestias son los norteamericanos hoy.”
Los noventa fueron el vea victis de los sectores populares, la dictadura fue la batalla perdida. Las fuerzas armadas, los grupos agroexportadores, las cámaras de comercio e industria, la corporación judicial y los sectores conservadores ligados al clero, habían revertido con sangre y fuego la avanzada que los sectores populares habían emprendido desde mediados del siglo XX. Esta tendencia regresiva no fue revertida durante la “transición democrática” y el poder adquisitivo del salario se iba licuando cada vez más ante las reglas de juego que el establishment imponía.
Los noventa fueron la profundización de esa postal signada por la avanzada del capital sobre el trabajo. La organización popular había perdido teoría, cuadros, mística y espíritu. El movimiento popular que mayores transformaciones había logrado, el peronismo, se subordinaba ante la dirección de los que en otras épocas eran llamados traidores. El Partido Justicialista fue el garante de la gobernabilidad para el proyecto neoliberal impuesto por el imperialismo norteamericano. Muchos de sus dirigentes decidieron abandonar el partido, escisión que se sintió tanto en los bloques legislativos como en el movimiento sindical.
Las alternativas por izquierda no adquirían peso. El Movimiento al Socialismo, una amplia organización de izquierda trotskista caí víctima de sus propias mezquindades, de sus laberintos ideológicos, de la fracción de la fracción, dejando a la clase trabajadora sin la posibilidad de una potencial herramienta para resistir. A su vez, la fallida toma del Regimiento de La Tablada llevado a cabo por una facción del Movimiento Todos por la Patria, implicó un duro golpe a la imagen de la izquierda y el nacionalismo revolucionario, al margen de las distintas valoraciones que existen sobre el hecho en sí.
¿Cómo se resiste cuando el enemigo tira la espada sobre la balanza? ¿Cómo hacerlo después de tantos fracasos, tantas perdidas, tanta derrota? Ahí está Darío Santillán, ahí está Maximiliano Kosteki. Decía Walter Benjamin, “en la idea que nos hacemos de la felicidad late inseparablemente la de la redención”. Cuando se está en el fondo del tacho, solo queda subir. La redención es el motor de la resistencia, la esperanza de un mundo mejor, el dolor que se siente al ver sufrir las injusticias. Ese espíritu escapa a la teoría, escapa a los manuales, le pertenece pura y exclusivamente a la sangre de la clase.
Darío y Maxi tuvieron el enorme desafío de comenzar a reconstruir la historia de los sin voz, volver a escribir sus manuales, crear los nuevos métodos de lucha, de resistencia, de redención ¿De dónde sacarlo sino? ¿Dónde encontrar algunas líneas de guía? Darío leyó al Che, y siguió su ejemplo, y multiplicó su lucha. Para muchos jóvenes de su generación (los hijos del neoliberalismo) Guevara no era solo un símbolo de rebeldía, sino también la base teórica para comprender la necesidad de una izquierda adaptada a las condiciones de su territorio con perspectiva latinoamericana.
Dijo Darío subido al puente que “la realidad de los países latinoamericanos es muy similar a la Argentina. En el plano más global es más efectiva la lucha porque los mismos intereses extranjeros que atacan hoy por hoy los intereses de nuestro país son los mismos que atacan los intereses en Brasil o en Venezuela, en Perú, en Chile, en Uruguay”. “Necesitamos de una coordinación más global”, afirmó. Es por eso que levantó la bandera argentina bien en alto, como hace años no se hacía, la bandera intervenida, pintada con demandas, ideas. La bandera de la patria de los pobres.
Leyó Darío los Apuntes Tupamaros, el Manual de Guerra de Guerrilla, las letras de Hermética. Darío comprendió que no hay depredador más temible en la tierra que las fuerzas del capital concentrado. Es por eso que pensó que “atacando al capital es donde realmente afectamos a los intereses de poder y es donde realmente se genera presión de alguna forma”.
Reconstruir la historia, esa fue la tarea de Darío, de Maxi y de tantos jóvenes de su generación. Y si la historia es acción, lo aprendido se juega en la calle. “Los piqueteros fueron los primeros que salieron a poner el cuerpo en la ruta. Hoy por hoy no nos encontramos ya solos, sino que hay un amplio marco de sectores que están en lucha peleando con nosotros y en otros lugares. Creemos que cortar ruta es un símbolo de enfrentamiento directamente con el poder”, dijo Darío cada vez más subido al puente.
Pero el capital responde y es temible cuando no tiene bozal. Los que le quitaron el bozal fueron (para que quede bien claro) Eduardo Duhalde, Carlos Soria, Eduardo Vanossi, Alfredo Atanasof, Juan José Álvarez, Felipe Solá y Aníbal Fernández, por mencionar algunos. La clase política muchas veces responde al capital y utiliza las fuerzas represivas para disciplinar la redención. Y mientras Darío volvió a salvar a Maxi (dar la vida por otro es el máximo valor humano posible), el cabo Acosta y Franchiotti dispararon por la espalda (máxima expresión de la cobardía humana). Eso no se olvida, no se perdona, no se reconcilia.
El asesinato de Darío y Maxi implicó el comienzo del fin para el gobierno de Eduardo Duhalde y la apertura de una nueva etapa protagonizada por un ciclo económico neodesarrollista, gobiernos kirchneristas, la conquista de derechos para gran parte de los sectores populares y una larga lucha por las cuentas pendientes. Los piqueteros fueron hijos del neoliberalismo, el kirchnerismo fue hijo de los piqueteros. Y los trabajadores de la economía popular parieron luego una nueva etapa de avances sociales.
Los tiempos que corren hoy son mucho más similares a los que vivió Dario y Maxi que los que se vivieron en la década kirchnerista. Los índices de miseria son casi calcados. Sin embargo, la generación que hoy resiste las salvajes políticas del experimento llamado Javier Milei fue formada durante los albores progresistas. Es hora de agarrar los videos, los viejos textos, algunos manuales chamuscados y empezar a reconstruir la historia nuevamente. Cada resistencia implica reconstruir una historia, volver a atar el hilo.Hay casos en los que defender la patria implica aprender de los que nos precedieron, de los que nos devolvieron la historia, la redención. A veces para defender la patria la realpolitk se queda corta, hay que agarrar el palo y la capucha. Maxi lo sabía, Darío lo sabía.