A mitad de camino del 2022, la situación política en Brasil despierta cada vez más interrogantes acerca de lo que dejará como resultado la elección presidencial de octubre. Según las encuestas más recientes, la chance de que Luis Inácio Lula Da Silva vuelva a ser presidente a partir de 2023 podrían ya concretarse en la primera vuelta. Principalmente por dos factores: el crecimiento del ex presidente en intención de voto y el estancamiento de Bolsonaro, que no logra despegar.
Según mostraron las encuestas Data Folha y Ipespe-Quest de fines de mayo e inicios de junio, entre el 46 y 48% de los electores expresan su preferencia por el ex líder sindical, que continúa cosechando apoyos para aumentar su caudal de votos. Así lo demuestra el apoyo a la candidatura de Fernando Haddad por parte del partido de derecha Unión Brasil, que concurrirá por el Partido de los Trabajadores (PT) a la gobernación de San Pablo. Esta fuerza de derecha es una fusión entre los partidos DEM y el PSL, este último partido con el cual Bolsonaro llegó a la presidencia en 2018.
Del lado del oficialismo los tiempos apremian. La apuesta a comienzo de 2022 era por una recuperación de la imagen del presidente para junio, quien actualmente oscila entre el 27 y 34%, al menos 14 puntos por debajo de Lula. Según los estrategas de Brasilia, el Auxilio Brasil (subsidio que fusiona una serie de planes sociales y reemplaza al emblemático Bolsa Familia implementado en el primer gobierno de Lula) lograría una mejora de la imagen de Bolsonaro en las encuestas entre los más pobres y lo dejaría a pocos puntos de distancia del actual favorito.
Sin embargo, el aumento del combustible sumado a la inflación de los alimentos hicieron que el valor de los subsidios así como el del salario mínimo quedaran desactualizados ante el aumento de precios. A esta situación se le suma el real y oportuno enfoque de la campaña de Lula, que visibiliza la situación y apunta la responsabilidad del actual presidente en el empeoramiento de la situación económica y social del país.
Como fazer a roda da economia girar? O Brasil voltar a crescer e gerar empregos? 🤔 Lula explica! #EquipeLula
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— Lula (@LulaOficial) June 14, 2022
Ante este panorama, una de las estrategias para aumentar la popularidad de Bolsonaro se encuentra por estos días en el Congreso, donde la base aliada del presidente busca aprobar la reducción de un impuesto que contenga el precio del combustible hasta las elecciones. Sin embargo, el aumento del crudo a nivel internacional y la inflación importada producto de la guerra en el este europeo, parecen atentar contra las aspiraciones de reelección. A cuatro meses del pleito y ante la imposibilidad de remontar la dañada imagen presidencial, la estrategia adoptada es la puesta en duda de la legitimidad del proceso electoral.
Por eso, tanto el presidente como algunos altos mandos de las Fuerzas Armadas retomaron la ofensiva golpista en el mes de marzo con comentarios acerca del funcionamiento de las urnas electrónicas y de la integridad de los ministros que conforman la Justicia Electoral.
Si no hay votos, hay botas
Tras la divulgación de las primeras encuestas y ante la dificultad de Bolsonaro para crecer en intención de voto, la estrategia se reforzó. Si bien en 26 años -período transcurrido desde que se implementó la urna electrónica- los militares nunca lo cuestionaron, la posibilidad de perder las elecciones así como la vuelta de Lula y la izquierda al gobierno, incomodó a muchos uniformados, quienes ven en la deslegitimación del proceso la única posibilidad de justificar su desplazamiento en el poder.
Con la elección cada vez más cerca y la dificultad de remontar en las encuestas, Bolsonaro aprovechó su participación en la Cumbre de las Américas en Los Ángeles la semana pasada para solicitar la ayuda de Estados Unidos para alcanzar la victoria. Según publicó el sitio Bloomberg esta semana, en una reunión cerrada el presidente brasileño dijo a su par Joe Biden que Lula es “un radical de izquierda” que puede perjudicar los intereses estadounidenses en el país y que para impedir que vuelva al poder, era necesaria “la asistencia norteamericana para alcanzar la reelección”.
A su vez, un artículo de New York Times publicado esta semana alertó acerca de lo que podría suceder de consolidarse la victoria de Lula. Según el texto, analistas del Departamento de Estado de EEUU advierten que puede haber una reacción de la militancia bolsonarista, entre los que se encuentran medio millón de policías militares distribuídos por todo el país, que estarían dispuestos a amotinarse como forma de desconocer el resultado, abriendo las puertas del caos necesario que dé inicio a un intento de golpe de Estado.
Si bien muchos analistas políticos del país y algunas altas patentes de las Fuerzas Armadas insisten en que dicha maniobra no encontraría sustento para consolidarse e instalar en el país un gobierno de facto, la posibilidad de que el caos se apodere de las calles se vuelve cada vez más real, con la publicación de nuevas encuestas y la impopularidad del presidente.
Con la elección cada vez más cerca y la probable victoria de Lula en primera vuelta, no sería extraño que muchos de los apoyos con los que cuenta Bolsonaro abandonen el barco del capitán para subirse a la popularidad del líder sindical y así garantizar sus propios mandatos en la Cámara de Diputados y el Senado. De concretarse esta maniobra, el aislamiento de Bolsonaro deslegitimaría cualquier intento de quiebre.
Aún ante ese contexto, la capacidad de movilización de grupos de militantes armados ante denuncias de fraude del actual presidente promete elevar las tensiones políticas y sociales en el país. Aún derrotado, Bolsonario contaría con el apoyo de casi un 30% del electorado, fuerzas de seguridad y una parte de las Fuerzas Armadas para embarcar en una aventura golpista a todo o nada.