¿Quién le pone el cuerpo a la pandemia?

Ilustración: Instituto Tricontinental
El Instituto Tricontinental de Investigación Social publicó un estudio que analiza el impacto del coronashock en la vida de las mujeres. La COVID-19 agravó las consecuencias sufridas por las mujeres y las personas de las diversidades sexo genérica.

Por Julián Inzaugarat

La pandemia de covid-19 visibilizó o cristalizó varias de las cosas que desde los feminismos y los movimientos sociales vienen sosteniendo hace tiempo: el mundo que habitamos como “normal” o “natural” es un sistema que alcanzó niveles atroces de desigualdad, de exclusión, de odio y discriminación sin precedentes.

La pandemia puso en primer plano al cuidado y a los trabajos de cuidado como nunca antes. Tareas históricamente feminizadas, desvalorizadas social y económicamente, por ende, degradadas dentro de este sistema a labores de segunda o tercera categoría. Las desigualdades existentes quedaron de manifiesto.

En medio de esta crisis sanitaria, económica, política y social mundial, son a menudo las mujeres quienes cargan el peso de los cambios catastróficos en su vida cotidiana, desde el aumento del trabajo de cuidado de niñas y niños, personas ancianas y enfermas, hasta las altísimas tasas de violencia de género, ya que las mujeres y las personas de las diversidades sexo genéricas están en cuarentena con sus abusadores.

El Instituto Tricontinental de Investigación Social publicó un estudio que analiza el impacto del coronashock en la vida de las mujeres. El estudio se basa en tres variables: en primer lugar, analiza los efectos sociales y laborales de la crisis y las consecuencias para trabajadorxs de la salud y esenciales, trabajadorxs informales y las personas más vulnerables de la sociedad. En segundo lugar, aborda el trabajo de cuidado y el impacto del confinamiento y las medidas de distanciamiento físico en esxs trabajadorxs. Por último, analiza el aumento de la violencia patriarcal durante la cuarentena.

El sistema de Salud de los países latinoamericanos ha sido castigado durante décadas de políticas neoliberales. Diferentes gobiernos y usinas de ideas liberal han promovido exitosamente la idea de que los problemas que enfrenta la región estaban causados por un sector público supuestamente sobredimensionado y que los ajustes fiscales estructurales y la privatización de servicios públicos eran necesarios para resolver estos problemas.

Se ha implementado un modelo en la salud que procura la mercantilización y privatización del cuidado de la salud. Esto ha llevado a la destrucción, el desmantelamiento y despojo de los sistemas de salud públicos. La pandemia expuso claramente los ataques de larga data a la atención de salud y los esfuerzos por mantener servicios gratuitos, públicos y de calidad para la gente, y ha revelado la brecha de género entre lxs trabajadorxs de la salud más vulnerables.

La mayoría de lxs trabajadorxs de la salud son mujeres, especialmente en la enfermería. De acuerdo con las Naciones Unidas (ONU), algunas estimaciones indican que las mujeres representan el 67% de la fuerza de trabajo mundial en atención de la salud. Las mujeres también constituyen la mayoría en el sector de limpieza y particularmente en el trabajo social (90%). A pesar de que las mujeres constituyen la mayoría de la fuerza de trabajo, la industria mundial de la atención de salud está dirigida principalmente por hombres.

El estudio realizado por el Instituto Tricontinental muestra que “en Argentina, el sector de salud se ha caracterizado históricamente por una fuerte feminización de las funciones técnicas, operacionales y de limpieza, y una gran masculinización de las funciones profesionales y jerárquicas. Los datos disponibles indican que el 82% del total de auxiliares, técnicxs y graduadxs de enfermería son mujeres. La novedad de las últimas décadas es el proceso de «feminización de la profesión médica», lo que implica una modificación del campo, históricamente dominado por el sexo masculino”.

A este dato, la investigación agrega que “actualmente, son mujeres el 70% de lxs profesionalxs de salud, y la mayoría de quienes estudian y se gradúan de medicina en las universidades. Sin embargo, las mujeres ocupan solo el 40% de las posiciones jerárquicas. En el sector privado, la brecha de género es aún más profunda: solo el 13% de los puestos de dirección están en manos de mujeres”.

En todo el mundo y en todas las áreas económicas, a las mujeres todavía se les paga 20% menos que a los hombres por el mismo trabajo. Lo mismo sucede en el sistema de salud. Un dato que revela el Tricontinental es que “ En Argentina, mientras el 77,1% de las trabajadoras de la salud tienen empleos formales y contribuyen para su jubilación, el porcentaje entre los trabajadores es más alto, 81,3%”.

Si de cuidados hablamos, hablamos de contención social y economía popular. La crisis sanitaria adquiere contornos propios en los asentamientos y periferias, donde la gente vive sin acceso a servicios públicos e infraestructura básica, como agua, luz y alcantarillado, creando un caldo de cultivo para que el virus se propague en condiciones de vida precarias.

Las trabajadoras de la economía popular son las que están en la primera línea de la estrategia sanitaria en los barrios populares. No solo resuelven la gestión de la crisis de salud, sino que también proporcionan alimentación, bienes esenciales y cuidados generales en la comunidad.

Desde el comienzo de la pandemia, la mayoría de las personas se han enfrentado a la cruda problemática de cómo mantenerse a sí mismas y sus familias a medida que la economía se contrae cada vez más. Esta realidad es particularmente seria para trabajadorxs informales y desempleadxs y para las mujeres.

La OIT indica que la crisis podría causar un aumento en las tasas relativas de pobreza en América Latina y el Caribe, con un incremento del 54% en el número de trabajadorxs informales, que pasaría de 36% antes de la crisis de la covid-19 al 90%.

En ese sentido, el estudio revela que “De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT), las mujeres están empleadas desproporcionadamente en muchas de las industrias severamente afectadas por la crisis. Casi 510 millones (40%) de todas las mujeres empleadas en el mundo trabajan en las cuatro áreas más afectadas: hoteles, restaurantes, comercio minorista y manufactura. Las mujeres también están empleadas predominantemente en trabajo doméstico, atención de la salud y servicios sociales, lo que las pone en mayor riesgo de contraer covid-19 y de perder su fuente de ingresos si se contagian”.

Lxs 67 millones de trabajadorxs domésticos del mundo constituyen un sector clave de la fuerza de trabajo informal. Este sector de la fuerza de trabajo —80% del cual son mujeres— representa la gran mayoría del sector informal en buena parte del mundo.

La investigación sostiene que los peores efectos del virus los han sentido comunidades marginadas por clase, raza, orientación sexual, género y especialmente, identidad de género. Las condiciones previas causadas por la transfobia, fuertemente agravadas también por la clase y la raza, ponen a las personas trans en el punto de mira de la covid-19. En Argentina,  solo una de cada diez mujeres y hombres trans tiene aportes jubilatorios.

En definitiva, las mujeres que más sienten el impacto de esta carga son las racializadas, las pobres y las inmigrantes. Ellas limpian, lavan, cuidan de todo y de todxs y son responsables por los roles que permiten la reproducción social de la humanidad. El coronashock abre una oportunidad para iniciar un debate mundial sobre la naturaleza esencial del trabajo de cuidado.