Allá adelante está Fidel

Este 25 de noviembre se cumplen cuatro años de la muerte de Fidel Castro, simbolo de su tiempo y lider revolucionario que encabezó la lucha con el imperialismo. Valeria Garcia recuerda su paso por Santiago y recupera el legado de Fidel en la voz de los y las cubanas.
 

Por Valeria Garcia

Julio. Camagüey. En medio de la columna de camiones, guaguas y carros que enfilaban hacia Santiago, el calor y la humedad se hacían sentir. Por suerte y gracias a nuestro conductor, un cubano morrudo y generoso, paramos varias veces en las estaciones de servicio para que tomara un café de un tirón. Santiago se preparaba festiva para recibir a cientos de cubanos y turistas en la celebración del carnaval y para conmemorar el asalto al cuartel Moncada, por primera vez, sin su estratega y líder.

Cuando le pregunté por Fidel a Ángela, una cocinera de 51 años, me explicó que como ocurre con cualquier noticia dolorosa o traumática, es fácil recordar lo que estabas haciendo en ese instante. “Se han ido parientes, amigos, pero con papá y con él, son los únicos de los que me acuerdo así justito qué estaba haciendo”. El sonar del teléfono, el rumor entre vecinas angustiadas, el prender la televisión, el no querer creerlo y necesitar que sea, como tantas otras veces, una noticia falsa.

Lo predijeron con el inicio del bloqueo en el ‘60, luego con los endurecimientos de los embargos, después con el derrumbe de la Unión Soviética y también lo sentenciaron durante todo el periodo especial. Impulsaron más de 600 atentados contra su vida, creyendo que con su partida física se lograría el objetivo: la caída del pequeño faro antiimperialista de los pueblos del mundo.

Pero no fue hasta el 25 de noviembre de 2016 que aquel hombre certero, audaz, preciso, que esquivó cientos de veces la muerte, decidió irse. Exactamente a 60 años de que el Granma zarpara de las costas de México hacia el oriente cubano, con sus apenas 82 tripulantes. Quién sabe: quizás eligió esa fecha para que no se honrara su nombre, sino su legado rebelde y la voluntad inquebrantable de cambiarlo todo.

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Algo que lamenté durante mi caminata por Santiago fue la poca previsión del esfuerzo que demandarían sus empinadas callecitas y aquellos rayos del sol tan agobiantes. En el trayecto al cementerio Santa Ifigenia frené varias veces en las pocas sombras que encontraba.

Me detuve en un banco al lado de una señora de unos 65 años, pelo canoso corto, ojos grandes y dedos finos con los que sostenía una cartera en su falda. “¿Uruguay?”, preguntó. Y señaló el mate que se asomaba por el bolsillo de la mochila. Le respondí que era Argentina y sonriente comenzó a hablarme del Che, que era cubano así como argentino y que aún tenía colgado un póster que le regaló un sobrino tiempo atrás. “Lo tengo así, sin color, porque hizo mucho”.

Había vivido su infancia en los primeros años de la revolución y algunos integrantes de su familia habían participado en el M26. “Hacía miedo y después ya no. Mima -mamá- estaba con la revolución, era cederista, y hubo años que era difícil, pero no como antes”. Me habló de las campañas de alfabetización con las que aprendió a leer y la alegría cuando pudo firmar con su nombre: Dulce. Le pregunté cómo seguir hacia el cementerio y me hizo una mueca. “¿Dónde está el memorial de Marti? ¿Dónde está…” pregunté a medias hasta que interrumpió: “¡Fidel! ¿Dónde está Fidel? … Fidel pa’ lante. Caminas y caminas, después doblas y caminas más y ahí te van a decir dónde”.

Ahí estaba el gran cementerio bautizado con el nombre de una santa negra: Santa Ifigenia. El más antiguo de la isla que alberga en sus 123 mil m² los restos de múltiples héroes y mártires de la historia del país. Se encuentran allí las tumbas de los generales de las guerras contra el colonialismo español y las tumbas de hombres y mujeres del movimiento 26 de julio. Sobre ellas, ondean banderas rojinegras y cubanas. También se ubica allí el panteón de los caídos por el internacionalismo donde reposan los restos de cubanos y cubanas que perdieron su vida en las misiones internacionalistas, particularmente en el continente africano.

Se distinguen las tumbas de los héroes independentistas Carlos Manuel de Céspedes y  Antonio Maceo y el gran mausoleo de 24 metros de altura, custodiado por la guardia de honor permanente -que comienza con la salida del sol y concluye con el ocaso- donde reposan bajo una bandera cubana  los restos de José Martí. El apóstol de la independencia, el héroe nacional, el autor intelectual del Moncada.

Allí, al pie de esa gran obra de Mármol, se erigía ahora una modesta piedra de granito con una placa con cinco letras de bronce: FIDEL, en mayúsculas.  Miré a mi alrededor y había decenas de personas conmovidas, varias llorando, con ramos de flores, cartas, pequeñas banderas y fotos. El silencio era quebrado sólo por los sollozos y murmuraciones de quienes querían agradecer en voz alta. Los guardias que recogían hora tras hora los cientos de regalos y ofrendas dejaron bien visible, en complicidad, un cartón con tinta azul y letras grandes que decía “Yo soy Fidel”.

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En el oriente indómito, cuna de la guerra de los 10 años y de la “guerra necesaria” contra el colonialismo español, se desarrolló el 26 de julio de 1953 lo que Fidel llamó “la última y definitiva etapa de la contienda por la independencia nacional”, continuando el proyecto martiniano de la búsqueda de la libertad verdadera (“sincera y plena”) para Cuba.

Aquellas acciones, el asalto al cuartel Moncada y al cuartel Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo, pretendían dar un mazazo a los cimientos de la sangrienta dictadura batistiana. A pesar de la derrota militar, el Moncada fue semilla rebelde. El disruptivo alegato de Fidel Castro donde sentenció “condenadme, no importa, la historia me absolverá” fue la plataforma para denunciar los aberrantes y sangrientos actos de Fulgencio Batista y se convertiría luego en el programa de la revolución.

Fecha patria, día de la rebeldía nacional. Pese a que el acto oficial se desarrollaba en Pinar del Río, cientos de personas asistieron de madrugada al Moncada en una jornada cargada de emociones y simbolismos. Banderas cubanas y del M26, niños y niñas de verde oliva, remeras con el rostro del Che y otras con la inconfundible mirada de Hugo Chavez (“el mejor amigo de Cuba”) se mezclaban entre la gente

Apoyado en un muro lateral del Moncada, buscando algún pasajero, estaba Rodolfo con su bici-taxi. Me senté en la sombra, a unos metros de él. Empezamos a conversar y media hora después estábamos viajando por las callecitas santiagueras. Me contó que trabajaba con la bici hacía más de 15 años, que tenía dos hijos, que había vivido un tiempo en La Habana pero que no le gustaba porque todo el mundo quería pasta -plata-, “mucha pasta y consumo”. Eligió que su hija creciera en Santiago, como él. “Acá tengo todo lo que necesito. Tenemos vivienda, salud y trabajo para comer y tomar una cerveza alguna vez. Y educación, mis hijos pueden ser lo que ellos quieran ser”.

Rodolfo pedaleaba y me hablaba de la historia de Santiago, de la revolución y del comandante. Me preguntó si quería visitar a Fidel; le dije que ya lo había hecho y que una señora también me había hablado de Fidel en presente. “Es muy importante para el cubano y más para los santiagueros. Enseñó que la revolución se tiene que defender, se tiene que seguir haciendo, aunque él ya no esté. Nos lo dijo”.

Rodolfo frenó la bici, bajó y se paró frente a mí. “Lo conocí cuando trabajaba de guardia… me dijeron que venía y yo no les creía, hasta que veo una moto arriba en la calle y después una moto por debajo en la otra calle. Nos paramos todos afuera y se bajó de un auto. No lo podía creer. Era un hombre muy alto y tenía una mano enorme. Iba saludando uno por uno, me dijo `Buen día´, me agarró la mano y me movió el brazo. Me quedé helado. No me animé a decirle nada, con todo lo que le podía decir, ni gracias, ni buen día”.

En los ojos de Rodolfo comprobé que Fidel era palabra presente, vital y necesaria. Que sus denuncias contra las injusticias, su antiimperialismo sin fisuras, su gran solidaridad y humanismo, son guía y bandera de otros y otras en el sueño de tomar más cielos por asalto. Y sí, desmintiendo cualquier indicio de pasado, allá adelante como me señaló Dulce, está Fidel.