Artículo publicado originalmente por Globetrotter.
El 9 de febrero de 2023, unos 100 hombres armados se dirigieron a Dembo, Burkina Faso, en motos y camionetas. Dispararon contra una milicia llamada Voluntarios para la Defensa de la Patria (VDP), que trabaja con el ejército burkinabé para proteger las zonas del noroeste de Burkina Faso cercanas a su frontera con Malí.
Estos hombres mataron a siete miembros de los VDP. Tres días después, el 12 de febrero, en el otro extremo de Burkina Faso, cerca de la frontera con Ghana y Togo, hombres armados entraron en Yargatenga y mataron a 12 personas, entre ellas dos combatientes del VDP.
Mientras tanto, en otro incidente que tuvo lugar desde la noche del 9 de febrero hasta el día siguiente —más al norte de Burkina Faso, cerca de la frontera con Malí—, hombres en motos llegaron a la aldea de Sanakadougou y mataron a 12 personas, quemaron casas y saquearon “los pocos bienes y el ganado de los lugareños”, informó un superviviente a la Agencia France-Presse. No se trata de incidentes aislados. Se han convertido en algo habitual en Burkina Faso, donde cerca del 40% del país está ahora controlado en su mayor parte por un amplio abanico de grupos armados que empezaron a tener como objetivo el Sahel a partir de 2012.
El capitán Ibrahim Traoré, que dirige el gobierno burkinés, llegó al poder mediante un golpe de Estado en septiembre de 2022. Destituyó al teniente coronel Paul-Henri Sandaogo Damiba, que a su vez había llegado al poder mediante un golpe de Estado en enero de 2022. Ninguno de estos golpes fue una sorpresa. Ambos se produjeron después de los dos golpes en el vecino Malí (en 2020 y 2021), donde los militares tomaron el poder frustrados por la incapacidad del gobierno civil para sofocar la violencia armada.
Gran parte de la misma dinámica que impulsó al poder al presidente interino de Malí, el coronel Assimi Goïta, empujó a Damiba y Traoré a sus golpes sucesivos. Ha aumentado la presión sobre los estamentos militares de Malí y Burkina Faso, controlados por hombres de entre 30 y 40 años, para que acaben con la violencia armada que ha asolado la región en los últimos 10 años. Parte de la motivación de estos golpes fue el deseo de eliminar la presencia del ejército francés, que intervino en la región del Sahel en 2013 para poner fin a la violencia, pero que en cambio -según la opinión generalizada- participó activamente en exacerbarla aún más. En mayo de 2022, Goïta de Malí dijo a los franceses que abandonaran el país, una medida que repitió Traoré en enero de 2023.
Hombres armados
Cuando terminó la guerra civil argelina (1991-2002), los miembros del Grupo Islámico Armado de Argelia (GIA) huyeron hacia el sur y establecieron bases en Malí, Níger y el sur de Libia. Los intentos de reanudar la guerra por parte del GIA fracasaron, ya que la población argelina estaba agotada tras la guerra civil que duró una década.
En 2007, algunos antiguos elementos curtidos del GIA formaron Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), que -como pude comprobar de primera mano en el norte del Sahel- se convirtió en parte integrante de las redes de contrabando transaharianas. Los miembros de AQMI empezaron a colaborar con un grupo llamado Movimiento por la Unidad y la Yihad en África Occidental (MOJWA), dirigido por Hamada Ould Mohamed El Khairy. Todo cambió para estos grupos con la guerra de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra Libia en 2011, que destruyó el Estado libio y dio vía libre a los grupos alineados con Al Qaeda en la región (muchos de ellos reciben ahora armas de los aliados árabes de la OTAN en el Golfo). En 2012, AQMI se alió con muchos de los árabes que habían sido llevados a Libia durante la guerra, así como con grupos tuareg del norte del Sahel que habían estado persiguiendo sus propios objetivos territoriales contra el gobierno de Malí.
Francia, que había impulsado la guerra de la OTAN contra Libia, intervino militarmente en Malí para bloquear el rápido desplazamiento de estas fuerzas yihadistas hacia el sur, en dirección a Bamako, la capital de Malí. La Operación Serval, nombre de la primera misión francesa, expulsó a estas fuerzas de las principales ciudades del centro de Malí. El entonces presidente francés François Hollande fue a Bamako para celebrar estos logros en 2013, pero dijo: “la lucha no ha terminado.” Francia estableció a partir de entonces la Operación Barkhane, que se expandió por la región del Sahel y operó junto a la masiva presencia militar estadounidense en la región (que incluye una de las mayores bases militares del mundo en Agadez, Níger, no lejos de la guarnición francesa en la mina de uranio de Arlit, Níger). La incapacidad de Francia para detener la irrupción de estos grupos armados en el corazón del Sahel ha provocado -en gran medida- el sentimiento antifrancés en la región.
Arraigados en el campo
En marzo de 2017, muchos de estos grupos islámicos armados afiliados a Al Qaeda formaron el Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes (JNIM), cuyo líder Iyad Ag Ghali participó en la lucha tuareg contra el Estado maliense (en 1988 fundó el Movimiento Popular para la Liberación del Azawad). El JNIM se arraigó en las luchas locales de la región, aprovechando la sensibilidad separatista de los tuareg y los enfrentamientos de los fulani con los bambara del centro del país. Un año después de la fundación del JNIM, uno de sus emires, Yahya Abu al-Hammam, publicó un mensaje en vídeo en el que afirmaba que la retirada de Francia a las ciudades dejaba el campo en manos del JNIM y sus fuerzas aliadas, que vencerán “con paciencia”.
Al enraizarse en las redes de contrabando y en los conflictos locales por la tierra y los recursos, los diversos grupos armados afiliados a Al Qaeda se convirtieron en un objetivo difícil. Los nuevos gobiernos de Malí y Burkina Faso acusan a los franceses tanto de llevar estas guerras a su territorio desde Libia como de exacerbar estos conflictos haciendo tratos con los grupos armados para evitar ataques contra bases militares francesas. En lugar de acabar con la insurgencia, la guerra francesa en la región ha dado lugar a la creación de la provincia del Sahel del Estado Islámico en marzo de 2022, con la extensión de las operaciones del grupo a las provincias burkinesas de Oudalan y Seno, a las regiones malienses de Gao y Ménaka, y a las nigerinas de Tahoua y Tillaberi. Ahora, Francia se marcha, dejando tras de sí gobiernos militares mal equipados para hacer frente a lo que parece ser una guerra interminable.
Rusia
En diciembre de 2022, el primer ministro de Burkina Faso, Apollinaire Kyélem de Tambèla, visitó Moscú para, al parecer, pedir ayuda a Rusia en la guerra contra la insurgencia de Al Qaeda. Durante su visita, declaró a RT que visitó la Unión Soviética en 1988 y lamentó que las relaciones entre Rusia y Burkina Faso se hayan debilitado. Es probable que entre más ayuda rusa en estos países, provocando la reacción de Occidente, pero es poco probable que esta ayuda del Kremlin ayude al Sahel a romper con el enquistado conjunto de conflictos que aquejan a la región, puestos en marcha bajo la supervisión colonial de Francia.