A menos de 50 días de la elección presidencial en Estados Unidos una de las preguntas clave para entender el proceso es cómo se vota en el país. En 2016 la diferencia de votos en favor de Hilary Clinton por sobre Donald Trump no le impidió al republicano de vencer la disputa electoral. Eso es porque a diferencia de muchas de las democracias del mundo, al tratarse de una elección indirecta no gana quien consigue la mayoría de los votos sino quien consigue 270 delegados o más en el colegio electoral.
“Cada estado tiene un número de electores igual al número de sus senadores (siempre dos por Estado) y representantes en el Congreso. Es proporcional, por eso algunos estados como California o Texas tienen más representación que otros, por ende, tienen más electores en el colegio electoral. Hay sobre y subrepresentación al mismo tiempo. En caso de que ningún candidato a la presidencia gane una mayoría de los votos electorales, la elección tiene lugar en la Cámara de Representantes” explica Florencia Grillo, politóloga especialista en política estadounidense y autora del podcast El Ala Oeste de seguimiento de la corrida a la Casa Blanca.
Otra de las cuestiones fundamentales es que quien consigue vencer la elección en cada estado se lleva la totalidad de los electores, a excepción de los estados de Nebraska y Maine donde los votos se cuentan de otra forma. “Si el resultado es 51% a 49% y están en juego 55 electores, quien ganó se lleva la totalidad” explica la politóloga. A su vez, el hecho de que el voto no sea obligatorio explica el bajo porcentaje de participación. Según advierte Grillo “hay muchos motivos que explican esto pero en general hay falta de interés en los candidatos por parte de la ciudadanía. No hay sentimiento de lealtad o identificación con los partidos políticos. También depende de cada Estado, de la composición social, etnia y segmentación etaria”.
En algunos Estados sucede que personas con antecedentes penales no tienen derecho al voto, motivo por el cual también una parte importante de la población negra del país, históricamente perseguida y criminalizada, tiene dificultades para acceder a la elección. A su vez, la falta de centros de votación cercanos también influye en la decisión de desistir: “La votación es siempre el martes después del primer lunes de noviembre, lo cual dificulta a quienes trabajan precarizados porque no pueden dejar sus puestos, o tal vez tienen disponibilidad pero el centro de votación está elegido”, explica Florencia Grillo.
La elección presidencial se define cada cuatro años entre Demócratas y Republicanos a lo largo de los 50 estados que componen el país. Si bien en su mayoría cada estado respeta una tradición partidaria, existen algunos donde el resultado fue cambiando de elección a elección. A estos se los conoce como “swing states” o estados pendulares y son los lugares claves para impulsar la campaña electoral.
Según explica Grillo, en el caso de los estados pendulares “la pequeña comunidad está formada por latinos, hispanos, nativos y asiáticos y esa conformación puede hacer que el voto mude de elección a elección. Es el caso de Michigan, Pensilvania, Wisconsin, Ohio y Florida, éste último la gran sorpresa del 2016 porque venía teniendo una tradición demócrata bastante interesante. Es importante ver que va a pasar en esos lugares. También hay que prestar atención a Arizona, que si bien tiene una tradición republicana, en 2018 sorprendió la victoria de los demócratas”.
Otra de las particularidades de la elección estadounidense es la forma en que las campañas son financiadas. Debido a la imposibilidad legal para personas físicas e instituciones de aportar dinero es que en el país existen los Comités de Acción Política, que financian la campaña pero de forma indirecta.
Según explica la politóloga Florencia Grillo “las PAC (por sus siglas en inglés) son organizaciones con ciertos intereses que pueden ser por ejemplo la minería, la agroindustria u otros. Esos comités pueden donar dinero a las campañas pero sólo hasta cinco mil dólares por candidato. De alguna manera es como que el lobby está legalizado”
A diferencia de otras elecciones en el país, la del 2020 carga consigo la experiencia de la pandemia, donde Estados Unidos presentó muchísimas dificultades debido a la postura negacionista del presidente Donald Trump. Si bien pocos días atrás admitió públicamente haberle restado importancia a la gravedad del virus, las consecuencias en términos económicos y sociales están a la vista: casi 200 mil estadounidenses muertos, en parte por la dificultad para afrontar los gastos que implica la atención médica, millones de puestos de trabajo perdidos y una economía que experimentó la caída más grave desde 1929.
Así y todo, las aspiraciones de reelección del presidente Trump se mantienen intactas. Tanto que desde la oficialización de su candidatura no dudó en utilizar al Estado como instrumento de su campaña, algo inédito en la historia estadounidense. Según explica Grillo “lo que hizo Trump de utilizar la Casa Blanca para la convención Republicana está prohibido por ley. Otra cuestión fue la participación de Mike Pompeo, Secretario de Estado, a través de un video que hizo desde el exterior. Un funcionario en ejercicio de su cargo no puede hacer campaña en la convención”.
En ese sentido, la estrategia del actual presidente de radicalizar su discurso contra quienes considera enemigos de los Estados Unidos tiene que ver con tratar de recuperar al electorado con el cual consiguió la victoria en 2016, algo que, según muestran las encuestas, todavía no lo tiene asegurado. Para Florencia Grillo “Trump se viene radicalizando desde la elección de 2018, pero éste año decidió correrse completamente del eje del resto del partido. Por eso muchos republicanos están abandonando. Hay una gran interna ahí de lo que representa Donald Trump y eso lo pudimos ver en la convención. Era un acto de fidelidad completa a su figura, casi de veneración, y esa es una estrategia que le puede salir muy mal porque en una era post Trump, ¿quien queda?”.
En relación a las posibilidades reales de que los demócratas consigan vencer la elección, la politóloga advierte que, diferente de otras contiendas, “lo más importante es que tienen ganas de hacer campaña, el partido está unido y la retórica es la misma acerca de que hay que sacar sea como sea a Trump porque es un peligro para la democracia. La situación del coronavirus les está dando a los demócratas la elección en bandeja y si la dejan escapar son cuatro años más de caos y de institucionalizar conflictos que son estructurales e históricos. ”.
Ante un escenario convulsionado por las movilizaciones contra el racismo y por los discursos inflamados del presidente, la elección estadounidense promete una definición electrizante entre extremistas y moderados. Dependerá del desempeño de los demócratas en los estados pendulares y de la concurrencia de la ciudadanía a las urnas que el futuro no encuentre a los Estados Unidos (y al resto del mundo) gobernado por un Trump fuera de control.