Por Ana Dagorret / Foto Breaktrough News
La disputa presidencial en Estados Unidos siempre generó interés a nivel mundial. Que la principal economía del mundo elija presidente es, de alguna manera, una forma de analizar lo que se viene en materia de política exterior. Sin embargo, en un 2020 convulsionado por la pandemia y con estallidos sociales en varios estados, la elección presidencial en Estados Unidos dejó de generar apenas interés para sumar adhesiones a las campañas de ambos candidatos en todo el mundo.
La disputa entre el actual mandatario Donald Trump, que busca su reelección, y el demócrata Joe Biden adquirió ribetes hasta el momento desconocidos para la política americana. Si antes veíamos candidatos entregados a la estrategia de sus partidos, lo que vemos ahora es un Trump haciendo uso del estado para favorecer su imagen ante un Biden que, aún con cierta tibieza y menos adhesiones que las que necesita, intenta encolumnar tras de sí a todos los sectores que desde el asesinato de George Floyd vienen manifestandose contra el racismo y la política represiva del gobierno de Trump
En un contexto cada vez más convulsionado y con reportes casi diarios sobre hechos de violencia policial, la elección norteamericana parece definirse en un terreno discursivo que de ambos lados se vincula al oponente con lo más oscuro de la política.
En el caso de Trump, quien desde el principio vinculó a los manifestantes contra el racismo con organizaciones terroristas, se busca instalar que el candidato demócrata aparece como una amenaza a las libertades individuales. Del lado de Biden, la elección de Kamala Harris para integrar la fórmula junto con el discurso contra la represión de manifestaciones en todo el territorio y las acusaciones contra Trump sobre el manejo de la pandemia, buscan convencer a las personas para que no dejen de votar.
Si antes de la llegada del coronavirus la re elección de Trump parecía inevitable, la caída histórica de la economía junto con el pésimo manejo de la pandemia complicaron las aspiraciones del actual presidente. A esto se suma la explosión en las calles tras los hechos de violencia racista que incluso cuentan muertes.
Tras la publicación de varias encuestas que lo daban diez puntos abajo en estados claves, Trump adoptó la estrategia discursiva con la cual se eligió en 2016 y gobernó en los últimos cuatro años. Lo que antes era un enemigo que venía desde afuera ahora aparece entre los manifestantes anti racistas como una amenaza a la propiedad privada y al estilo de vida americano que Trump promete preservar.
Del lado demócrata al principio parecía razonable utilizar la realidad norteamericana como muestra de lo que deja un primer gobierno de Donald Trump, lo cual parecía ser suficiente según lo que indicaban las encuestas. Tras la radicalización de los discursos del actual mandatario, la estrategia demócrata parece no alcanzar para mantener la diferencia de intención de voto que semana tras semana se achica. En un país donde el voto no es obligatorio y la participación es minoritaria, mantener una posición moderada que no enfrente directamente el discurso de Trump parece ayudar más a Trump que a la fórmula Biden-Harris.
Sin bien no se puede esperar un cambio de estrategia en la política que Estados Unidos viene desplegando en América Latina, una derrota de Trump ayudaría a debilitar a los gobiernos conservadores de la región, de por si desgastados por los números de muertes que dejó la pandemia y los cuestionamientos acerca de la inversión de políticas sociales por sobre la preservación de los intereses del mercado. Si bien estos pleitos suelen definirse el día de la elección, el panorama anticipa que, cualquiera sea el resultado, la convulsión social permanecerá. Ya sea por la radicalización de Trump, quien ya denunció que se espera un fraude ante la posibilidad del voto por correo, o por la postura de Biden de condenar sin demasiado entusiasmo el racismo estructural presente en la sociedad estadounidense, Estados Unidos se enfrenta a una de las elecciones más violentas de su historia.