“Cuando se trata de inmigración, los demócratas no son los liberales que creemos”

Las imágenes de migrantes haitianos agredidos en la frontera de Texas dieron la vuelta al mundo. Un dialogo con Mamyrah Dougé-Prosper, militante haitiana y profesora en la Universidad de California, para entender lo que pasa.

Haiti migración
Agentes de la patrulla fronteriza de Estados Unidos golpean a migrantes que intentan regresar a Estados Unidos por el río Grande. Foto: Paul Ratje / AFP

Los migrantes que acampaban bajo el puente que conecta la ciudad de Del Río, en Texas, con Ciudad Acuña, en México, estaban esperando que sus solicitudes de ingreso fuesen procesadas por las autoridades estadounidenses. Finalmente, se acogió a muy pocos y miles fueron deportados y enviados en aviones a Haití después de ser perseguidos y maltratados en la frontera. Las deportaciones se hicieron en el marco del “Título 42”, un legado de Donald Trump que permite restringir la entrada de extranjeros por motivos sanitarios (COVID-19).

El enviado especial de Estados Unidos para Haití, Daniel Foote, renunció a su cargo, calificando la política de “inhumana” y alegando que sus “recomendaciones al respecto fueron ignoradas”.

Estados Unidos había ampliado recientemente el programa TPS (por sus siglas en inglés) que brinda un status de protección temporaria a migrantes que ya residen en ese país, pero esto no modificó su política de ingresos.

Al respecto, conversamos con Mamyrah Dougé-Prosper, militante haitiana y profesora de Estudios Globales e Internacionales en la Universidad de California, quien contó que: “En la frontera con Estados Unidos no son solo haitianos y no es un fenómeno nuevo. Ya desde 2018 están migrando, cruzando 11 países desde Brasil y Chile para llegar a la frontera. Hay un énfasis en los haitianos porque 10 mil de ellos terminaron en Texas, no está claro por qué. Había muchos en Tijuana y San Diego, en la frontera de California, y de alguna manera les llegó la información de que la frontera de Texas iba a ser más porosa, más fácil de pasar, lo cual obviamente no fue así”.

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Migrantes cruzan la frontera con Texas. Foto: Eric Gay / AP

La política expulsiva de deportaciones no se ve solo en esa frontera. Hay miles de familias haitianas entre México y Guatemala, otras tantas en el borde de Colombia-Panamá. Y si seguimos yendo hacia el sur habrá migrantes de ese país en todas las fronteras desde Chile y Brasil hacia el norte.

México se vio desbordado por las solicitudes de permiso de circulación y deportó a muchos a Guatemala. También hay testimonios de que les piden sobornos y, en otros casos, cansados de la espera, siguen viaje hacia el norte con la esperanza de no ser interceptados o la certeza de seguir siendo maltratados.

La previa y el racismo estructural

Los reportes de cuerpos sin vida de migrantes haitianos en el Darién o de violencia sexual en distintos puntos del camino de sur a norte denotan el racismo estructural de un continente que ha invisibilizado esta situación hasta que llegó al extremo. Y es que la mayoría de los haitianos no venía de Haití, sino principalmente de Chile y Brasil.

Al respecto, Prosper analizó: “Por qué empiezan en Brasil y Chile está muy ligado a la ocupación de la ONU. Tras el golpe de Estado en Haití en 2004, se estableció la MINUSTAH y Brasil y Chile estuvieron a la cabeza de esta misión. Así que hay una relación directa en términos de por qué los haitianos identifican a estos países como un destino para migrar”. Y agrega: “ya en 2008 había haitianos yendo a Brasil. Muchos fueron reclutados para ir a trabajar en los estadios de la Copa del Mundo, los estadios olímpicos, porque se convirtieron en la mano de obra más barata, y después de que fueron utilizados, no hubo más trabajos para ellos”.

La migración de haitianos hacia otros países de América se masificó más después del terremoto de 2010, con un gobierno cuyas políticas solo fomentaron expulsión. “La combinación del desastre natural y el plan liberal del partido Tèt Kale generó un gran aumento de la migración externa pero también desplazamiento interno y despojo de tierras; se le quitó la tierra a la gente, su medio de vida”, afirmó Prosper.

Chile recibió a 200 mil haitianos en ese momento. Sin embargo, nunca les regularizó su situación migratoria ni encontraron la estabilidad económica y acceso a salud y vivienda que se preveía podrían encontrar en el país “modelo” de la estabilidad. Entre 2010 y 2017, el ingreso de haitianos a Chile aumentó de 988 personas por año a más de 110 mil. Sin embargo, desde 2019 se vienen registrando más salidas de haitianos de Chile que entradas.

Además de la apertura gradual de fronteras en los distintos países luego de los cierres en 2020, hubo dos hechos que podrían considerarse claves para la decisión de los haitianos de salir masivamente de Chile durante 2021: las promesas de Joe Biden de tener una política más abierta a la recepción de migrantes y la nueva ley de migraciones chilena. Esta última rige desde el 20 de abril de 2021 y establece que quienes ingresaron al país por un paso habilitado previamente al 18 de marzo de 2020 pueden regularizar su situación migratoria.

Sin embargo, las condiciones para ello son la presentación de una serie de documentos casi imposibles de conseguir para los haitianos que hace años viven allí, como por ejemplo un certificado de antecedentes penales expedido por las autoridades haitianas. El plazo para la presentación vence este 17 de octubre y, al verse en la situación de no poder regularizarlo, muchos migrantes temieron la deportación y decidieron salir antes de esa fecha.

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Patrulla en la frontera sur de Estados Unidos. Foto: Felix Marquez / AP

La situación de expulsión es extendida en todo el continente. “Los haitianos son los migrantes más indeseables, no sólo en los Estados Unidos; es el caso en las Bahamas, en Guyana, en Martinica y Guadalupe. Siempre son ellos los que son despojados de la ciudadanía o devueltos a Haití. Es una práctica regional. Por supuesto, ponemos la lupa sobre Estados Unidos, porque dice promover la democracia y los derechos humanos, y escuchamos a 10 mil personas en la frontera. Pero esto es cierto para los haitianos de toda la región”, afirmó Prosper. “Hay haitianos en la frontera con Colombia esperando, República Dominicana aprobó en 2013 quitar la ciudadanía a los haitianos, y no es que el Estado mexicano sea más favorable que el estadounidense”.

La situación local y la política estadounidense

El magnicidio del expresidente Jovenel Moïse en julio pasado, y el terremoto que tuvo lugar el 14 de agosto y se cobró más de 2 mil vidas, sólo parecen haber agravado una situación previa que desde hace más de una década ha llevado a migrar a cientos de miles de haitianos y haitianas. La situación local, mediada por la intervención extranjera, el empobrecimiento y el aumento exponencial de los niveles de violencia, no invita a regresar. Según la ONU, casi 4 millones de ciudadanos de Haití (de un total de 11,5) padece inseguridad alimentaria, y el 20% de la población tuvo que irse.

“La inestabilidad en Haití, que es resultado del imperio estadounidense, está llevando a estas personas de vuelta a los Estados Unidos”, afirmó Prosper. Y al respecto analizó: “No importa si son demócratas o republicanos. La política estadounidense es la misma cuando se trata de Haití. Biden y Harris hicieron campaña con los migrantes. Pero apenas llegaron al poder, ya estaban deportando haitianos. Las políticas de Trump en este sentido fueron una continuación de las planteadas por Obama. Cuando se trata de inmigración, los demócratas no son los liberales que creemos”.

Ante la extrema situación en la frontera con Estados Unidos, algunos decidieron quedarse en México, que finalmente dispuso albergues temporarios para alojarlos.

Mientras tanto, en Haití se suceden una serie de esfuerzos en pos de encontrar una “solución haitiana para la crisis haitiana”. El pueblo haitiano es consciente de las sucesivas intervenciones y la voluntad injerencista neocolonial, y para hacerle frente se ha conformado una comisión en la que participan representantes de organizaciones y distintos partidos progresistas para promover un debate nacional y un diálogo que permita reemplazar la estructura de poder impuesta desde hace años.


 

Por Leticia Garziglia, integrante del Observatorio de coyuntura en América Latina y el Caribe (OBSAL), que impulsa el Instituto Tricontinental de Investigación Social.