Con vistas a un eventual liderazgo internacional, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva (PT) buscó negociaciones diplomáticas en la propuesta de una alternativa al fin de la guerra entre Rusia y Ucrania. A pesar del intento por crear un “club de la paz”, el voto de Brasil en la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) del jueves (23) deja en claro el posicionamiento de Brasil y su papel de apoyo a la postura de Occidente en relación a Rusia.
Brasil votó a favor de la aprobación de la resolución que exige a Rusia la retirada de sus tropas, pero votó absteniéndose sobre dos enmiendas presentadas por Bielorrusia, que pedían la exclusión del lenguaje referido a la “invasión a gran escala” de Ucrania y a la “agresión de la Federación Rusa”. Las enmiendas también pedían cambios en el texto aprobado por la ONU en lo que respecta a la exigencia de que Rusia retire inmediatamente todas sus tropas del territorio ucraniano.
Al votar a favor de la resolución, Brasil se sitúa al lado de Estados Unidos, la Unión Europea y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Al abstenerse en las enmiendas presentadas por Bielorrusia, que benefician a su propio país y a Rusia, hace guiños a rusos y chinos. Si bien durante la campaña electoral y tras la victoria, el actual mandatario se refirió en varias ocasiones a la posibilidad de que Brasil retome protagonismo en el ámbito internacional, lo cierto es que el alineamiento con Occidente lo aleja de dicha pretensión.
Según explica el analista político y director de Proyectos del Centro de Estratégia, Inteligencia y Relaciones Internacionales (CEIRI), Marcelo Suano, “la pretensión es ser protagonista, pero por necesidad e interés personal del Presidente de la República, la forma en que se posiciona es la de cómplice. Lula tiene la pretensión de alguien que quiere ganar el premio Nobel de la Paz, cómo se llegó a evaluar en el pasado, pero no tiene forma de estar de un lado y del otro al mismo tiempo, es una contradicción”.
Una de las críticas más fuertes llegó de parte del analista de geopolítica y autor del libro Guerras híbridas. Revoluciones de colores y guerra no convencional Andrew Korybko, quien llegó a decir en un artículo que “Lula se ha rodeado de los liberal-mundialistas más infames del mundo”. La reflexión del analista se dio poco después de que el empresario George Soros destacara como crucial la elección del ex líder sindical brasileño en octubre de 2022.
Luego de la votación en la ONU, el autor destacó que “Lula tiene el poder constitucional de revertir la política anterior de su predecesor Bolsonaro de votar contra Rusia en la ONU, pero voluntariamente optó por continuarla, lo que desacredita a sus Guerreros Híbridos y confirma que ha recalibrado su visión del mundo”.
Otro de los análisis refiere a una tradición de la diplomacia brasileña. El coordinador del curso de Ciencia Política de la Universidad Católica de Pernambuco (Unicap), profesor Thales Castro sostiene que los votos de Brasil en la ONU sugieren que Itamaraty intenta rescatar la tradición de los gobiernos de Lula, de llevar la perspectiva de “intentar agradar a todos, todo el tiempo y en todos los escenarios”.
Más allá de las diversas lecturas posibles, cualquier análisis de la postura de Brasil en relación a la guerra en Ucrania debe tener en cuenta el actual contexto al que se enfrenta el país tanto en el ámbito doméstico como en el internacional. A nivel interno, es fundamental recordar el motivo del apoyo del globalismo financiero a la candidatura de Lula para presidente.
Los cuatro años en el gobierno de Jair Bolsonaro significaron grandes dificultades para la elite económica debido a la postura del entonces presidente en relación a asuntos como la deforestación en la selva amazónica, la pandemia de covid19 y el alineamiento explícito con la postura internacional de guerra comercial de Donald Trump en relación a China, principal socio comercial de Brasil.
El apoyo a Lula se da como una respuesta a esa situación y no como un alineamiento ideológico al entonces ex mandatario. Lejos de ser gratuito, ese apoyo comienza a tener su retribución por parte del gobierno, que cede a las presiones del globalismo financiero con sede en Washington para apoyar los ejes de la política exterior estadounidense, principalmente en relación a la guerra en Ucrania.
A su vez, en el plano interno, el actual gobierno encuentra su legitimidad cuestionada por una parte de la elite económica, vinculada al agronegocio, y por un segmento importante del electorado, que denuncian fraude en la elección en la que Bolsonaro fue derrotado y desde entonces exigen que los militares den un golpe de estado y tomen el poder.
Como si las presiones internas no fueran suficientes, el gobierno de Lula encuentra un contexto internacional muy diferente al que se desarrollaba en la primera década de los años 2000. La creciente tensión alimentada por Estados Unidos contra Rusia en Ucrania y contra China en Taiwán, busca establecer un límite a la cooperación entre el actual enemigo del imperialismo (el eje sino-ruso) y los países bajo su órbita de influencia.
A pesar de ser una de las economías más grandes del mundo y la más grande de Sudamérica, por sí sólo Brasil no cuenta con la fuerza necesaria para contraponerse a la injerencia estadounidense sin que esto le signifique una dificultad adicional. Así como el imperialismo apuesta por un enfrentamiento con los agentes del nuevo orden mundial multipolar, también redobla su presencia en los países bajo su órbita de influencia.
En la medida en que el gobierno de Lula busque despegarse de la postura de Occidente en relación a estos conflictos, menor será su capacidad de maniobra a nivel interno, donde la falta de legitimidad del gobierno por las infundadas acusaciones de fraude podría ser usado como excusa para forzar un cambio de régimen. Como en el pasado reciente, el gobierno brasileño se enfrenta a una encrucijada difícil de resolver en un contexto.