Tras cuatro meses del comienzo de la operación militar rusa en Ucrania el pasado 24 de febrero, la situación en el este europeo está lejos de resolverse. A pesar de los varios intentos de mediación para dar por finalizadas las hostilidades, la guerra continúa y existen motivos para creer que su resolución diplomática no es una opción para varios de los actores que intervienen.
La decisión del Pentágono de destinar 820 millones de dólares en concepto de asistencia militar a Ucrania al inicio del mes de julio -los cuales se suman a los más de ocho mil millones que Estados Unidos ya invirtió en la continuidad del conflicto-, dan cuenta de la decisión de sostener el conflicto. En la medida en que continúe la asistencia extranjera a Ucrania, existen garantías para que la guerra se extienda, independientemente de las consecuencias.
Por otro lado, la negociación de la paz parece no ser una prioridad para el gobierno ucraniano, quien a través del presidente Volodimir Zelensky expresó que “si dejamos las armas, Ucrania deja de existir”.
Una de las últimas novedades en relación a la cuestión militar fue la victoria rusa en el territorio de Lugansk, más precisamente en la ciudad de Lisichansk, el último reducto ucraniano dentro del territorio autónomo. El presidente Vladímir Putin, ha felicitado este lunes a sus militares y las milicias prorrusas por su victoria. A su vez, ha exigido a su Ejército los mismos avances en los otros frentes.
Según informó el Ministerio de Defensa de la Federación Rusa, “en total, desde el inicio de la operación militar especial han sido destruidos: 234 aviones, 137 helicópteros, 1.479 vehículos aéreos no tripulados, 353 sistemas de misiles antiaéreos, 3.935 tanques y otros vehículos blindados de combate, 724 vehículos de combate lanzacohetes múltiples, 3.102 piezas de artillería de campaña y morteros, así como 4064 unidades de vehículos militares especiales”.
Los casi cinco meses de enfrentamientos ya dejaron como resultado más de 8 millones de desplazados, la gran mayoría hacia países de Europa pero también en dirección a Rusia. Las perspectivas de reconstrucción de las zonas más afectadas por los enfrentamientos aparecen bajo la tutela de Europa y Estados Unidos, quienes se encuentran debatiendo acerca del costo de dicha empresa, mientras la deuda externa de Ucrania aumenta al ritmo tanto de su reconstrucción como del envío de más asistencia militar para la continuidad del conflicto.
A las puertas de un nuevo orden mundial
El inicio de la operación militar rusa en Ucrania aceleró la transición hacia un nuevo esquema de poder global, algo que ya se vaticinaba con la llegada al gobierno de Joe Biden en EEUU y la estrategia demócrata de recuperar terreno internacional. Tras varios meses de tensionar las relaciones con Rusia a través del envío de tropas y armas a la frontera ucraniana, sumado a la insistencia de Occidente por incluir a este país del este europeo a la Organización de Tratados del Atlántico Norte (OTAN), la situación derivó en enfrentamiento militar y, a partir de ahí, comenzó a delinear un nuevo mapa de alianzas globales.
Junto con las acusaciones de “criminal de guerra” y “dictador” contra el presidente ruso Vladimir Putin de parte de los líderes de Occidente, el bloque que encabeza Estados Unidos reforzó su ofensiva. Además de sanciones económicas contra Rusia, se bloquearon activos rusos en otros países que, al momento, se debate si podrán ser utilizados como insumo para la reconstrucción de Ucrania.
La construcción del nuevo enemigo por parte de EEUU y la OTAN contó con un discurso hecho a la medida del Imperio, con el foco en la idea de los valores del “mundo libre”, que ante la operación rusa en Ucrania se ven amenazado por “dictadores” como Putin y el presidente chino Xi Jinping, a los que se hace urgente combatir para defender a los países de Occidente.
La elaboración de un nuevo Concepto Estratégico en la última cumbre de la OTAN, que guía el accionar geopolítico y estratégico militar de la alianza, da cuenta de este nuevo abordaje. Allí se acentuó el discurso construído y consolidado en la autodenominada ‘Cumbre de la Democracia’, en donde se planteó un mundo dividido entre gobiernos democráticos y gobiernos autocráticos, contra los que se vuelve urgente actuar para preservar las bondades del mundo libre.
Allí se define a Rusia y a China como las principales amenazas que ponen en peligro el ‘orden internacional basado en normas y valores’ occidentales. Como segunda mayor amenaza aparece ‘el terrorismo’ al cual ubican en las regiones de ‘Medio Oriente, África del Norte y el Sahel africano’, lo cual evidencia la intención del imperialismo de continuar impulsando intervenciones en esas latitudes. A su vez, se describen las intenciones de ampliación de la OTAN a nivel global, algo que ya se empieza a vislumbrar con la firma de acuerdos militares como AUKUS y QUAD, cuyo objetivo es contener el avance económico, comercial y tecnológico de China.
El nuevo Concepto Estratégico define a Rusia como la “amenaza más significativa y directa para la seguridad de los Aliados y para la paz y la estabilidad en la zona euroatlántica” ya que su accionar establece “esferas de influencia y control directo mediante la coerción, la subversión, la agresión y la anexión. Utiliza medios convencionales, cibernéticos e híbridos contra nosotros y nuestros socios”.
La alianza también aprobó el ingreso de Suecia y Finlandia, dos países que hasta el inicio de la operación militar rusa en Ucrania se mantuvieron al margen de la enemistad EEUU-OTAN Rusia. De esta forma, Estados Unidos se asegura el control sobre Europa, acceso directo a la frontera con Rusia y, con ello, la continuidad del conflicto que al momento es el sostén de esta estrategia.
Ante este panorama, se establece desde Occidente un orden similar al de la Guerra Fría tanto en su estrategia de imponer una cortina de hierro alrededor de Rusia con el fin de aislar y debilitar al país.
A diferencia del contexto previo a la caída de la URSS y a los años posteriores, la importancia estratégica y económica de los enemigos del Imperio aparece como principal escollo para las imposiciones del atlantismo, que sufre en primera mano las consecuencias de adoptar la estrategia geopolítica impulsada por Estados Unidos.
Crisis y oportunidad
La imposición de sanciones y bloqueos a Rusia por la operación militar en Ucrania por parte de los países de Occidente ya mostró sus efectos devastadores para la economía mundial. Por ser este país uno de los principales proveedores de granos y fertilizantes del planeta, además de tratarse de una potencia energética, la escasez y la dificultad de acceso a estos bienes en el mercado mundial provocó el aumento de sus precios. A esta situación se le suma el aumento del precio del barril de petróleo, lo cual generó un aumento de los combustibles y, con ello, aumento de la logística que se traslada al precio final que deben pagar los consumidores.
En Europa se prevé que el precio del gas aumente el costo de vida de la ya golpeada clase trabajadora, situación que llevó a Francia a impulsar la nacionalización de la empresa Electricité de France (EDF) para garantizar la producción de electricidad frente a las consecuencias de la guerra en Ucrania, con su apuesta por la energía nuclear.
En la sede del Imperio la situación tampoco es muy diferente. La inflación es el principal problema que enfrenta la administración demócrata, a la cual la Reserva Federal busca frenar elevando las tasas de interés ante el riesgo real de una recesión a las puertas de las elecciones legislativas de noviembre.
En el resto del mundo occidental existe un debate entre quienes insisten en seguir la línea del Imperio, generalmente representada por la elite económica beneficiaria de la subordinación, y quienes ven la oportunidad de obtener cierta autonomía estratégica estrechando lazos con los enemigos de occidente.
Por el lado de Rusia y China, los dos frentes de batalla que enfrenta el atlantismo según su nuevo Concepto Estratégico, la operación militar en Ucrania y la reacción de occidente produjo una profundización de los lazos entre ambos países. Ya antes del comienzo de la guerra habían firmado un pacto de cooperación al que calificaron de ilimitado. A su vez, la imposibilidad de comerciar con los socios tradicionales provocaron que Rusia entablara nuevas alianzas con India, Irán, Pakistán y otras repúblicas asiáticas. Lo que comenzó como un intento de aislar a Rusia para doblegarla, terminó por acercar a este país a un mercado que actualmente es el centro del comercio internacional.
El principio de no injerencia en los asuntos internos de los países, a diferencia de la estrategia de occidente de determinar política, económica y culturalmente a sus socios menores, es uno de los principales incentivos para quienes se debaten entre abrazar la crisis producida por el imperialismo o la oportunidad que ofrece el acercamiento con las potencias enemigas.
Con la guerra en Ucrania lejos de terminar y el traslado de la ofensiva de la OTAN y Estados Unidos para Asia Pacifico, es de esperar que el nuevo “eje del mal” encarnado por Rusia y China refuerce la articulación con otros actores para terminar de darle forma a un nuevo orden por fuera de la tutela occidental. En contrapartida, puede esperarse una mayor injerencia por parte de occidente en los territorios sobre los que sí tiene influencia, en un intento desesperado por llevar su supremacía hasta las últimas consecuencias.