El último domingo 13 de septiembre se celebraron elecciones en Noruega. En esta oportunidad, el bloque opositor de centroizquierda, conformado por el Partido Laborista, el Partido Centrista y el Partido de Izquierda Socialista, lograron un triunfo con el 49% de los votos. En segundo lugar se ubicó el Partido Conservador de la Primera Ministra, Erna Solberg, quien gobierna desde 2013.
Si bien es un hecho que en las elecciones posteriores a la pandemia los oficialismos fueron derrotados, el caso noruego no parece vinculado a la gestión de la crisis sanitaria. Más del 42% de los 3,9 millones de ciudadanos llamados a votar fueron a las urnas, un número considerado récord en la historia democrática del país.
“La sociedad noruega aprueba ampliamente cómo el gobierno administró la crisis sanitaria. El país registró un número bajo de víctimas fatales y la desocupación está retornando a los niveles pre-pandemia. Creo que ese no es el factor principal que explica la derrota de la coalición gobernante”, explica Cristian Ariel Peña, Maestrando en Planeamiento Social y Entendimiento Cultural en The Artic University of Norway (UiT) y miembro del comité noruego de solidaridad con América Latina. Peña investiga las inversiones de la semiestatal noruega Equinor en Argentina.
El cambio de rumbo parece responder a las decisiones adoptadas en los ocho años de gobierno de derecha. Según explica Peña “se registró un aumento en la brecha entre los que más y menos tienen, y se llevó adelante una profundización de la mercantilización del Estado. El estado de bienestar es un mito viviente, una tradición fuerte en Noruega. Y si bien las reestructuraciones neoliberales en el país se han consolidado durante los últimos 40 años, luego de dos mandatos y políticas abiertamente liberales, el discurso privatizador de la coalición saliente encontró su techo”.
Y agrega: “En estos ocho años se dio un aumento significativo de la tercerización y precarización laboral en sectores clave ligados al cuidado de los mayores, de los niños y la salud pública. Además, la coalición de derecha impulsó una política dura contra los inmigrantes, por ejemplo al negarse a ampliar las cuotas de refugiados que el país recibe cada año. Estas posiciones generaron distancia con parte del electorado que, aún con posiciones ambiguas respecto a la participación de Noruega en las invasiones a Medio Oriente, es receptivo de la dimensión humanitaria de la crisis”.
“Luego de dos mandatos y políticas abiertamente liberales, el discurso privatizador de la coalición saliente encontró su techo”
El Parlamento de Noruega cuenta con 169 escaños y tras la elección quedó conformado por 48 representantes del Partido Laborista, 36 del Partido Conservador —nueve escaños menos que en 2017—, 28 del Partido de Centro —nueve más que en 2017—, 21 del Partido del Progreso y 13 de la Izquierda Socialista. El resto de las bancadas se reparten entre el Partido Rojo, el Partido Liberal, el Partido Verde, el Partido Demócrata Cristiano y agrupamientos menores.
Uno de los grandes temas que atravesó la elección en el país escandinavo fue el cambio climático. Tras la divulgació den un alerta por parte de las Naciones Unidas, se esperaba que la onda verde lograra mejores comicios en favor del Partido Verde. Sin embargo, la cantidad de votos no fue la esperada. “Una de las expectativas de parte de la izquierda popular era que los dos partidos, Laborista y de Centro, no sólo dependieran de un acuerdo con la Izquierda Socialista para alcanzar mayoría, sino que debieran acordar con el Partido Rojo o Verde. Un acuerdo con dichos partidos obligaría a la próxima coalición gobernante a ser más radical en la redistribución de la riqueza, la desprivatización de áreas esenciales y el abandono de las energías fósiles. Lamentablemente, no fue así”, señala Peña.
La extracción de crudo es uno de los pilares que sostiene la alta calidad de vida de la sociedad noruega, lo cual implica una contradicción difícil de salvar ante la conciencia verde creciente en el país. Otra de las actividades fundamentales es la producción de salmón, que también representa un factor de riesgo en terminos del cambio climático. En 2020, la producción fue de 1,1 millón de toneladas de salmón, la mayor cantidad del mundo.
Disputando electorado en esos debates, el Partido Laborista es el representante de la socialdemocracia en el país, mientras que el Partido de Centro aparece vinculado a un sector de la agricultura y la agroindustria. Ambos defienden una regresión en cuanto a políticas que benefician a los sectores más ricos de la sociedad, aplicando más impuestos a la riqueza y ampliando el rol del Estado. Sin embargo, ninguno ha adoptado posturas más enérgicas en relación a la cuestión del cambio climático.
“El Partido de Izquierda Socialista tiene una política clara en relación a los combustibles fósiles, al plantear que el Estado debe dejar de buscar petróleo y destinar mayores esfuerzos a la reconversión de la industria y su adaptación a energías sustentables. Además, junto al Partido Rojo, la Izquierda Socialista plantea que Noruega deje de invertir en explotaciones hidrocarburíferas en el sur global. Sin embargo, de conformarse la coalición gobernante, el partido dará esa discusión en clara minoría. Es decir, que es poco probable que en los próximos cuatro años las inversiones de Equinor en Vaca Muerta y el Mar Argentino se discutan en la agenda pública a instancias del Gobierno”, explica Cristian Peña.
En las próximas semanas la coalición de oposición puede llegar a un acuerdo para formar gobierno, una experiencia que ya se vivió en el pasado y que atravesó una serie de contradicciones. Estos tres partidos —Laborista, Centro e Izquierda Socialista— ya tuvieron una experiencia de gobierno entre 2005 y 2013, y fue el gobierno que colaboró activamente con las invasiones de EE.UU. y la OTAN a Medio Oriente, a pesar de que la Izquierda Socialista mantenía (y mantiene) posiciones críticas a dicha alianza.
“En ese sentido, Noruega es uno de los responsables de la crisis de refugiados que aqueja al mundo. Para muestra un botón: quien fuera el primer ministro de aquella coalición gobernante entre 2005-2013, Jens Stoltenberg, es desde hace algunos años el secretario general de la OTAN”, recuerda Peña.
De hecho, la coalición que volvería a gobernar sentó algunas de las bases que hicieron posible el espiral liberalizador de los últimos ocho años. “Aquella colación avanzó, por ejemplo, con la desregulación del manejo de los recursos pesqueros en favor de transnacionales, con la tercerización del sistema de suplencias en las escuelas y con la privatización parcial del cuidado de la primera infancia. Todos estos cambios se hicieron sobre la base de una lógica neoliberal de gestión del Estado, basada en la doctrina del New Public Management, que comenzó a asomar en Noruega en la década de los 80, con el Partido Laborista como uno de sus principales impulsores”.
Entre los otros ganadores de la contienda se encuentra también el Partido Rojo, del cual Peña advierte que consiguió una elección histórica. “Es la primera vez que un partido que está a la izquierda del Partido Laborista y del Partido de Izquierda Socialista logra pasar el piso del 4%, y con ello aumentar de 1 a 8 sus escaños en el Parlamento”.
Si bien este partido es minoritario y plantea serias diferencias con la coalición que puede gobernar a partir de las próximas semanas, también puede resultar un aliado en temas de interés común. “El Partido Rojo ya planteó que puede establecer algún tipo de compromiso en el tratamiento de algunos temas como el aumento en el impuesto a los más ricos, en el traspaso de jardines de infantes de gestión privada a la órbita comunal y/o en la erradicación de contratos temporales”.
Sin embargo, una de las cuestiones que puede volverse el centro de una disputa es la exportación de energía eléctrica de Noruega al resto de Europa. “Con la coalición de derecha, y el apoyo del Partido Laborista, se avanzó en consolidar a Noruega como exportador de energía hidroeléctrica hacia resto de Europa. Esto generó que el precio de la electricidad en Noruega haya aumentado como nunca antes en las últimas décadas, provocando un gran malestar social”.
“Los partidos de izquierda plantean que la exportación de electricidad perjudica a la mayoría de la población noruega y beneficia a capitales concentrados del sector energético europeo. Esto se traduce en una tensión importante al interior del país pero también entre la nación escandinava y el resto del continente. Por ejemplo, para que Europa lleve adelante la reconversión verde de su complejo industrial, la importación de energía hidroeléctrica desde Noruega es fundamental”.
Si bien el país es miembro de la OTAN desde su fundación en 1947, Noruega no tiene intención de tensionar sus relaciones comerciales con China: “Después del Premio Nobel de la Paz al opositor chino, Liu Xiaobo, en 2010, la diplomacia noruega ha trabajado a destajo para reconstruir las relaciones entre ambos países. China es un mercado para la pesca noruega y/o para cualquier producto con valor agregado que Noruega esté en condiciones de producir en las próximas décadas de industrialización verde”. La salida de este organismo tampoco parece estar en peligro: “Si la Izquierda Socialista, que sería minoría dentro del nuevo gobierno, lo plantea hacia dentro de la coalición, no va a tener apoyo para abandonar la OTAN”.
La buena elección alcanzada por las fuerzas de centroizquierda en Noruega empieza a plantear un avance en relación a demandas sociales y ambientales. Sin embargo, Peña subraya: “De conformarse gobierno, no hay que pensar que la coalición llevará adelante necesariamente un gobierno de izquierda”.