Por Daniela Ramos
A los argentinos nos gusta pensar que nuestro país supera cualquier ficción. Decimos que el peronismo es un fenómeno inexplicable, que somos dueños de una realidad especialmente vertiginosa, que nadie entiende del todo lo que nos pasa. Y lo afirmamos con cierto orgullo. Es tan fuerte el ego nacional que somos capaces de cosas como esta: escribir sobre un país ajeno, empezando por el nuestro.
La referencia viene a cuenta de la enorme complejidad del Perú, que enfrenta una campaña presidencial decisiva con 30 años de política neoliberal sobre sus ya cargadas espaldas. “Latinoamérica tiene una deuda con nosotros” me deslizó una histórica referente peruana, reclamando una mirada regional más atenta y solidaria hacia lo mucho que ocurre en el Perú.
El escenario electoral y sus candidatos antagónicos, Keiko Fujimori y Pedro Castillo, sintetizan algunas de las contradicciones históricas de esta tierra, que convive con tensiones étnicas, regionales y de clase social. Existe una campaña polarizada que se juega en el terreno político, con sus respectivas candidaturas y propuestas, pero hay también una fuerte campaña del miedo, que busca dilapidar cualquier sentimiento de cambio o esperanza.
Lo que ocurra el 6 de junio puede ser un punto de inflexión para el Perú, y por qué no, para la región. En un país que no conoció de cerca el ciclo progresista y que ya ha visto frustradas otras apuestas de cambio —como el caso de Ollanta Humala— no sería prudente plantear demasiadas certezas. Lo que existe es un escenario abierto, que vale la pena seguir de cerca, para evitar sorpresas y para no castigar al Perú, una vez más, con nuestro olvido latinoamericano.
La campaña de la polarización…
El triunfo de Perú Libre en la primera vuelta de abril sorprendió a propios y ajenos, pero no por eso carece de razones. Una de ellas es el candidato Pedro Castillo, una figura que genera identificación en los sectores históricamente relegados, por su origen serrano y una larga trayectoria como referente magisterial. “Se parece a nosotras” dicen las mujeres de Villa Maria del Triunfo, un distrito popular limeño donde los vecinos y vecinas intentan suplir la ausencia del Estado a fuerza de autogestión. Las ollas comunes son un ejemplo de esa organización comunitaria.
En segundo lugar, Castillo llega al balotaje con el apoyo y la estructura de Perú Libre, un partido que tiene origen regional pero ha logrado nacionalizar la campaña a través de redes que inicialmente pasaron bajo el radar: las virtuales —grupos de whatsapp, páginas de facebook— y las territoriales. El lápiz amarillo, icono de la organización y hoy también de la campaña, tiene la virtud de reproducirse con facilidad. Así es como los seguidores construyen su propio merchandising —con más creatividad que recursos— y toman protagonismo en la campaña.
Y quizás, otras de las razones detrás de este escenario inédito está en la pandemia. Es que la crisis sanitaria y social evidenció la incapacidad del Estado para ofrecer soluciones a su población, reforzando la sensación de hartazgo hacia la clase política. Perú reportó un incremento de 10% de la pobreza en 2020, una cifra que representa más de tres millones de personas y el nivel más alto en la última década; al tiempo que los sectores más ricos crecieron en número y patrimonio. La crisis institucional y política no es nueva y, ante la falta de respuestas a necesidades bien concretas, se ensanchan los márgenes para propuestas poco convencionales.
Keiko Fujimori es una figura largamente conocida, con una trayectoria que incluye —pero a esta altura, trasciende— a su padre, Alberto Fujimori. En 2016 intentó mostrar su cara más demócrata y renovada para tomar distancia de la herencia familiar, pero aquel ensayo se diluyó rapidamente y hoy la campaña la encuentra apelando sin reparos al núcleo fujimorista. Poco después de la primera ronda electoral, el intelectual Hector Bejar evaluaba: “Está adoptando la táctica que justamente la va a ayudar a perder: la defensa del modelo, la defensa de su padre”.
Más allá de las caras visibles, el fujimorismo no es un fenómeno de élites, sino que conserva arraigo popular, producto de ciertas políticas públicas durante el gobierno de Alberto Fujimori. El apellido Fujimori es también sinónimo de Montesinos y, sobre todo, de corrupción, una práctica que involucra de lleno al clan familiar. El discurso electoral de Keiko pendula hoy entre promesas de transferencia de ingresos y un ataque persistente sobre la figura de Castillo y el secretario general de Perú Libre, Vladimir Cerron.
La candidata decidió ayer cancelar su visita a Puno y Juliaca, en la región sur del Perú, sin brindar mayores precisiones. El diario La República indica que habría desistido tras su paso por Cusco, donde se desataron protestas en pleno recorrido por Plaza de Armas.
A pocos días de las elecciones, las encuestas pasaron de un “cabeza a cabeza” al estancamiento de Keiko y una ventaja de hasta diez puntos de Castillo. La confianza inicial de Perú Libre se ha trasladado a círculos más amplios, hasta la prensa señala el eventual triunfo como un “riesgo” concreto. Los votantes de Perú Libre creen que el desafío está en extender la distancia en votos para evitar tensiones la noche del 6 de junio. Mientras tanto, las encuestas caminan a su propio ritmo.
… y la campaña del miedo
La reciente masacre en el VRAEM levantó suspicacias respecto a los usos electorales del terrorismo. El crimen ocurrió en la localidad de Vizcatán del Ene, donde un grupo armado no identificado asesinó a 16 personas, entre ellas niños y niñas. Este hecho rapidamente fue atribuido a Sendero Luminoso por el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas y trajo a la memoria de los peruanos dos ataques que ocurrieron en 2011 y 2016, también en los días previos a las elecciones presidenciales.
Lo cierto es que Sendero Luminoso ya no es una organización armada activa, lo que existen son remanentes que rompieron lazos hace al menos diez años y hoy aparecen vinculados al narcotráfico en zonas cocaleras del Perú. El ideario de Sendero —denominado “Pensamiento Gonzalo”— sí es reivindicado por estructuras de carácter político como la MOVADEF, una organización que promueve una amnistía general para superar la historia violenta del país.
Es que en Perú de terrorismo se habla mucho pero, en los hechos, se dice poco. No ha habido un proceso social lo suficientemente amplio y consensuado sobre el conflicto armado que atravesó los 80 y los 90. Es una herida abierta, una historia reciente que muchas veces se enlaza con episodios personales en la vida de los peruanos y que además dejó 70 mil muertos, mayormente en las zonas rurales del país.
Será por eso que los sectores más crispados con Castillo echan mano del “terruqueo”, una fórmula ya conocida, en la que básicamente todos son terroristas hasta que se demuestre lo contrario. En las calles de Lima se observan carteles luminosos con el mensaje “Piensa en tu futuro. NO AL COMUNISMO”, que ya fueron denunciados por favorecer a Keiko Fujimori. En estas elecciones, el terruqueo y la parcialidad de la prensa ha resultado por demás evidente; tanto que el Jurado Electoral del Perú (JNE) lanzó un exhortación a garantizar una cobertura imparcial.
Demandan a @ONPE_oficial y @JNE_Peru por permitir que sigan en las calles paneles que favorecen candidatura de @KeikoFujimori. Abogado #WalterAyala interpuso acción de amparo, pues vulnera principio de igualdad en #Elecciones2021.
➡https://t.co/8eVdzDJ6Up pic.twitter.com/bnaMPFTBqZ
— 🇵🇪 Wayka📢 (@WaykaPeru) May 18, 2021
La efectividad de esta campaña del miedo —donde la prensa ha asumido su rol más activo— probablemente se compruebe en las urnas. Lo cierto es que a tres días del ataque en el VRAEM, la noticia cubrió de sombras el debate público. Este 30 de mayo se iniciará el tramo final de la campaña, con el segundo ý último debate presidencial en la ciudad de Arequipa. A partir de allí, se anticipa una semana de alto voltaje de cara al domingo de elecciones.
El 6 de junio está lo suficientemente cerca para que la comunidad internacional empiece a mirar con atención los acontecimiento en el Perú. La experiencia regional nos ha enseñado a no perder de vista aquellos procesos electorales donde entran en juego propuestas de transformación. El país andino no debería ser la excepción.