Ucrania y Taiwán: una guerra de Estados Unidos contra Rusia y China

A casi un año del inicio de la guerra en Ucrania, el aumento de las tensiones con China pone en evidencia que ambos conflictos son parte de la estrategia del imperialismo norteamericano para mantener su hegemonía. 

La llegada de Joe Biden y el partido demócrata a la Casa Blanca trajo consigo una serie de objetivos geopolíticos a ser cumplidos en los próximos años. Por un lado, el recrudecimiento del enfrentamiento con Rusia, que se dio con el comienzo del conflicto en Ucrania.

Por el otro, la hostilidad creciente contra China, que en una acción conjunta en abril de 2021 de Republicanos y Demócratas en el congreso declararon “las intenciones malignas del Partido Comunista Chino, que atenta contra la democracia, la libertad y los derechos humanos” y desde entonces, con la visita de Pelosi a Taiwán en 2022 y los intercambios a partir del globo meteorológico chino derribado en territorio estadounidense, vienen en aumento. 

Lejos de tratarse de hechos aislados y sin vínculo aparente entre ellos, ambas situaciones dan cuenta del rol determinante de Estados Unidos en el desarrollo y continuidad de los conflictos como su intención de dar pelea para mantener el orden mundial unipolar. En este artículo, repasamos algunas cuestiones que dan cuenta de cómo la guerra en Ucrania y el aumento de las tensiones en con China son frentes de batalla del imperialismo norteamericano para sostener su hegemonía.

Rusia y el “secuestro” de Europa

El próximo 21 de febrero se cumplirá un año del inicio de la operación militar rusa en los territorios del Donbass, en el este de Ucrania, que desencadenó la guerra de Rusia contra Ucrania y las fuerzas de la OTAN. Los motivos de dicha escalada se encuentran en el sinnúmero de provocaciones de parte del gobierno de Estados Unidos, que desde la vuelta de los demócratas al poder y en colaboración con la OTAN, se ha empeñado en alimentar una guerra entre el mundo libre y la dictadura rusa en la búsqueda por aumentar su influencia en Europa.

Podemos decir que las hostilidades comienzan con el denominado Euromaidan en 2014, que derivó en el derrocamiento del entonces presidente Viktor Yanukovich con el apoyo explícito de Estados Unidos y la imposición de sucesivos gobiernos pro occidentales.

Desde entonces, las hostilidades contra la población rusa residente en el territorio ucraniano se acrecentó y, con ello, las tensiones con el país vecino fueron en aumento. Los referéndum de independencia de las repúblicas de Lugansk y Donetsk, de abrumadora mayoría rusa, generaron persecución y violencia contra los rusoucranianos de parte de los sucesivos gobiernos pro occidentales, situación que se extendió a lo largo de seis años. El 21 de febrero de 2021, luego de que el parlamento ruso reconociera formalmente a las repúblicas independientes, da comienzo la operación militar especial con el fin de contrarrestar las hostilidades de parte del gobierno ucraniano contra la población de los territorios.

La influencia directa de Estados Unidos en dicho conflicto, a lo que muchos analistas denominan “guerra por delegación”, queda en evidencia a la luz de una serie de datos. En primer lugar, la insistencia por incorporar a Ucrania a las filas de la OTAN, lo cual ya había sido señalado por Vladimir Putin como una amenaza directa a la seguridad de Rusia. En agosto de 2021, mientras Estados Unidos retiraba sus tropas de Afganistán, una reunión de la alianza militar era celebrada en Kiev, capital de Ucrania, pese a las advertencias del gobierno ruso sobre lo que el avance de la OTAN hacia el este representaría en términos de defensa de sus territorios.

En segundo lugar, es importante observar el costo que ha tenido esta guerra para Estados Unidos hasta el momento. Desde el comienzo de la operación rusa, los norteamericanos ya destinaron 3,75 billones de dólares en concepto de asistencia militar. Sólo para el año en curso, se estipula que podría aumentar ese valor en 45 billones. Si bien no se enviaron tropas para el combate en el campo de batalla, el único motivo por el cual se insiste en que no hay participación directa estadounidense en el conflicto, el envío de dicha suma en concepto de asistencia da cuenta de la prioridad que representa la continuidad del conflicto para la administración demócrata.

En tercer lugar, se debe analizar lo que representa esta guerra para Estados Unidos en términos de influencia. Desde el comienzo de la operación militar, Rusia ya recibió más de 11 mil sanciones económicas que limitaron el comercio de granos y recursos energéticos con los socios del imperialismo, haciendo que estos se vuelvan más dependientes de Estados Unidos. En Europa, las consecuencias de dichas sanciones se vieron reflejadas en el aumento de los servicios de energía, ya que los gobiernos de la región, al verse imposibilitados de comerciar con su principal proveedor de gas, debieron suplir sus necesidades energéticas directamente con el imperialismo. 

Un dato no menor es la suerte que corrieron los gasoductos que conectan Rusia con Alemania a través del Mar Báltico. El sabotaje llevado adelante con el aparente visto bueno del gobierno demócrata del gasoducto Nord Stream -que proveía de gas natural ruso barato a Alemania y, desde allí, a parte de Europa occidental- funcionó como medida de fuerza para cortar de forma explícita la dependencia energética de los socios del imperialismo con Rusia. 

Teniendo en cuenta estas cuestiones, resulta evidente que la guerra en Ucrania se presenta como una guerra por delegación de Estados Unidos contra Rusia en su lucha por mantener su hegemonía. El único beneficiario es el denominado complejo industrial militar, un grupo de empresas de armamento y contratistas del Pentágono que año tras año ven crecer sus contratos.

China como principal amenaza

En abril de 2021 el gobierno de Estados Unidos presentó en el Congreso un proyecto de ley de Competencia Estratégica, donde se destacan las “intenciones malignas del Partido Comunista Chino, que atenta contra la democracia, la libertad y los derechos humano”. Al igual que su antecesor Donald Trump, la apuesta del gobierno de Joe Biden es intentar contener el crecimiento de China, considerado por la administración como su máximo desafío geopolítico.

Detrás de las acusaciones de violaciones de derechos humanos y amenaza contra la democracia y la libertad que para el imperialismo norteamericano representa el crecimiento de China, se esconde una fuerte negativa por parte de Biden, y del establishment estadounidense, de aceptar la reconfiguración del sistema de relaciones internacionales. El crecimiento económico y desarrollo tecnológico chino de los últimos años, sumado al declive de la hegemonía norteamericana producto de la financiarización y desgaste del modelo, colaboraron para que en la actualidad se hable de una transición.

La estrategia para intentar contener dicha transición es, como en el caso ucraniano, la provocación para forzar un enfrentamiento bélico. En marzo de 2018, el entonces presidente Donald Trump anunció la intención de imponer aranceles de 50 000 millones de dólares a los productos chinos bajo el artículo 301 de la Ley de Comercio de 1974. El argumento fue que existía un historial de prácticas desleales de comercio, robo de propiedad intelectual y una transferencia forzada de tecnología americana a China. 

Con el objetivo de reducir el crecimiento y limitar su influencia en los países socios de China y, principalmente, aquellos donde Estados Unidos ha tenido mayor influencia, las sanciones se ampliaron a miembros del gobierno y del Partido Comunista Chino. Con la llegada de Biden, no sólo se mantuvieron dichas sanciones sino que se avanzó en otro tipo de provocaciones. 

A inicios de agosto de 2022, la entonces presidenta de la cámara de representantes Nancy Pelosi visitó la isla de Taiwán como parte de una gira por Asia con escalas breves en Singapur, Malasia, Corea del Sur y Japón.​ La visita, que en teoría no habría recibido el apoyo oficial de la Casa Blanca, generó encendidas reacciones de las autoridades chinas. El ministerio de Relaciones Exteriores del país expresó en un comunicado que la visita “es jugar con fuego y aquellos que juegan con fuego en él se consumen”.

La isla de Taiwán, a pesar de ser oficialmente territorio de la República Popular China, se enfrenta desde hace años ​​​con el gobierno central para lograr su independencia, iniciativa fuertemente apoyada por Estados Unidos en su intento de hacer crecer su injerencia en Asia Pacífico. La visita de Pelosi en este contexto fue entendida como un apoyo a las demandas de la isla, lo cual elevó el tono de las tensiones entre China y Estados Unidos. 

Recientemente, la aparición de un globo meteorológico chino sobrevolando territorio norteamericano sirvió de excusa para volver a elevar el tono contra el país asiático. En un artículo publicado por Brasil de Fato, el profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Estadual Paulista Luis Paulino advierte que “lo que ocurre es que EEUU, para sostener esta disputa con China necesita ir construyendo narrativas, porque son las que de alguna manera justifican ante la opinión pública, el establishment, el Congreso, las medidas que adopta el gobierno de EEUU y justifican las inversiones militares”. 

En Estados Unidos existe un sentimiento antichino que al parecer sirve de discurso para líderes políticos y candidatos a cargos electivos. Según una encuesta de Gallup, el 79% de la población estadounidense tiene una opinión desfavorable de China. Además, el 49% de los estadounidenses cree que China es el “mayor enemigo” de su país, frente al 32% que sitúa a Rusia en ese lugar y el 6%, a Corea del Norte.

Si bien el sentimiento anti china sirve de excusa para justificar ante la opinión pública el enfrentamiento y, con ello, el aumento del presupuesto del Pentágono para intentar contener la influencia china, el crecimiento económico y tecnológico del país asiático y su creciente influencia en todo el mundo, perjudican los intereses de Estados Unidos de continuar dictando el rumbo de la política internacional según su conveniencia. 

Tanto en Ucrania como en Taiwan, queda claro que lo que está en juego es la estrategia del imperialismo norteamericano para mantener su influencia. No se trata de una lucha para defender a los pueblos que sufren las consecuencias de dichos enfrentamientos, sino de una pieza dentro del rompecabezas para evitar la transición hacia la multipolaridad que se teje con Rusia y China como principales exponentes del nuevo orden mundial.