El Dipy es la expresión de una serie de fenómenos que en los últimos años vienen configurándose en la dinámica cada vez más convergente entre medios tradicionales y redes sociales.
Un tipo de figura que va del famoso al influencer, y que está lejos de ser nueva en la TV. Hay decenas de casos que se convierten en una voz pública sin méritos demostrados en algún campo de actividad, pero cuya presencia en los medios los vuelve referencias. O sea, el hecho de protagonizar algún evento llamativo, de divulgar algún aspecto indeseable de alguna figura pública o, de ganarse espacio en las redes sociales en virtud de ataques o exabruptos, los vuelve atractivos para ocupar ciertos espacios.
En general, se trata de momentos intensos pero efímeros. La novedad que parece encarnar El Dipy es que hasta acá ese fenómeno estaba más acotado a ciertos programas de espectáculos o talk-shows de interés general. La espectacularización como estilo fundamental, necesita alimentarse de personajes como Milei, y también como El Dipy. El modelo que en su momento generó el programa Intratables abre las condiciones para que esta gente común pase de las redes sociales a los estudios televisivos para transformarse en voz autorizada para expresarse sobre dichos temas.
El Dipy como frontera de lo decible
Dicho esto, la figura de El Dipy tiene puntos de contacto con otros influencers y famosos que tienen su momento de trascendencia, pero cuenta con rasgos que vale la pena describir.
Con una trayectoria bastante dilatada en el mundo de la música tropical, las redes sociales son un factor clave en su recorrido mediático y musical. A mediados de 2020, tuvo un pico de popularidad cuando se supo a través de distintos posteos que el plantel del París Saint Germain (equipo francés donde juega el brasileño Neymar y el argentino Di María), festejaba sus triunfos al ritmo de su Par-tusa.
Por esos días, cuando iban varios meses de las medidas de ASPO, tuvo una intervención en las redes que lo haría tendencia y lo colocaría como uno de los personajes mediáticos de la Argentina pandémica.
Después de una catarata de respuestas a favor y en contra, publicó un video con el título “El desclasado” en el que dijo cosas como estas:
“… Piensan que porque canto cumbia y salí de un barrio humilde, soy kirchnerista o soy peronista. Yo me crié en La Tablada, partido de La Matanza. Vine desde Gualeguaychú a acá, de Entre Ríos a Buenos Aires. Ahora que se enteraron que no soy ni peronista ni kirchnerista, ahora soy macrista. No soy de ninguno de ellos. No soy de nadie”.
“Porque este país no lo saca adelante ningún político. Lo saca la gente. La gente que estudia, la gente que busca una carrera, la gente que labura todos los días. Esa gente va a sacar el país adelante. Nosotros vamos a sacar el país adelante”.
A partir de ese momento, su presencia en los programas televisivos dedicados a temas de actualidad y en las secciones de espectáculos de los medios digitales no paró de incrementarse. Ese itinerario terminó con un programa propio en la trasnoche de Radio Rivadavia, cuyas figuras principales son Baby Etchecopar, Eduardo Feinmann y Nelson Castro.
Influencer de abajo
Así las cosas, nos interesa remarcar los tópicos principales de un discurso que tiene elementos en común con otros discursos que venimos analizando, pero que además configura un personaje que tiene dimensiones particulares que probablemente dan pistas para pensar su eficacia comunicacional.
Por un lado, es bastante evidente que este discurso reproduce muchos lugares comunes acerca de la política y de los dirigentes políticos y que se basa en la dicotomía gente común y honesta versus políticos corruptos e ineptos.
La dicotomía se proyecta también al campo de la gente común. Así aparece la gente que labura y los que no trabajan. De ahí al cuestionamiento a las organizaciones sociales y sus dirigentes hay un solo paso. En medio del debate generado el año pasado por la proliferación de ocupación de tierras en el Conurbano, mediante Twitter, El Dipy se refirió así a declaraciones de Juan Grabois que justificaban las ocupaciones:
Pese a que el Dipy se preocupa por no quedar encasillado como un opositor al gobierno del Frente de Todos y puede mostrar que en sus redes también hay críticas y reproches al macrismo, junto con el sentido común generalizado que sus dichos refuerzan respecto de la política (corrupción–clientelismo–mentira), su discurso machaca sobre un imaginario negativo ligado mayormente al peronismo (clientelismo–asistencialismo–aprovechamiento de la pobreza).
El estilo de El Dipy no es ajeno a las formas televisivas que durante los últimos 25 años cultivaron talk shows, realities y programas de panel. En su caso es una traslación casi sin mediaciones del lenguaje y los modos de las redes, en especial de Twitter.
La confrontación, la acusación y el agravio son parte nodal de sus intervenciones. Como en las redes, en sus participaciones mediáticas no es necesario justificar ni demostrar nada. Incluso cuando sus relatos quedan al borde de lo verosímil. No obstante, en este discurso hay una mediación fundamental que está vinculada a su posición de enunciación. En medio de los ataques y las descalificaciones hay un relato del origen que se repite una y otra vez y que retoma sentidos comunes que a priori, se asocian a valores indiscutibles. En esa narrativa vale la pena identificar tres tópicos: el origen humilde, la condición actual de laburante y el esfuerzo personal y el ejemplo familiar.
Tenemos, entonces, un discurso y un estilo que coincide con el de otros personajes que encontramos en las redes sociales o incluso en diversos programas televisivos. Su núcleo está dado por un sentido común anti-política y su estilo es la descalificación. Sin embargo, el caso de El Dipy tiene un plus.
A diferencia de la gran mayoría de los influencers que provienen de sectores medios y altos, su origen social le da un diferencial que es explotado desde el sistema de medios. En la superficie está la crítica al gobierno actual y su diatriba contra los políticos. Sin embargo, sus intervenciones aportan un sentido adicional. Su apelación a la cultura del trabajo y a su identidad de trabajador refuerza la idea de que entre la gente común están quienes laburan todos los días y quienes no. Estos últimos, al igual que los políticos, parasitan el esfuerzo ajeno.
La política se trata en clave moral y de ahí la moral se proyecta sobre la mirada de la sociedad. Claro está que la apelación a la cultura del trabajo o a la identidad de laburante no son elementos repudiables o nocivos en sí mismos, el problema es cómo se inserta en una cadena más amplia en la que solo hay lugar para el proyecto individual. Y cómo esos sentidos comunes en torno al papel del trabajo no se enuncian en un contexto histórico de pleno empleo, sino en un momento caracterizado por el desempleo estructural, la precarización de las formas de contratación y las transformaciones radicales en el sistema productivo.
De ahí que en este contexto esas apelaciones generan un efecto de sentido que, por un lado, invisibiliza a quienes ejercen el poder real y desplaza el foco de conflicto hacia los de abajo. Y, al mismo tiempo, dado que quien enuncia lo hace desde la posición del laburante esforzado y honesto, construye como opuesto a una parte de sus pares.