“El Conde”: la inquietante película en donde Pinochet es un vampiro

El Conde, la última película de Pablo Larraín, estrenada la última semana en cines y disponible en Netflix, es una prueba de que la memoria puede ejercitarse emocionalmente y no por eso ahorrar en contenido político. 

Cinco décadas después del golpe de estado a Salvador Allende, el famoso cineasta Pablo Larraín nos sorprende con su última película: una sátira donde Augusto Pinochet es un vampiro.

Él y toda su dinastía son muchas cosas pero sobre todo, avaros y ladrones, y este último parece ser un adjetivo que al ser descubierto por la opinión pública, motiva al demonio a querer terminar con sus 250 años de existencia. Como reflexiona el personaje principal: “A un soldado se le puede decir que es un asesino, pero no que es un ladrón”.

La trama se desarrolla en una mansión derruida donde Jaime Vandell interpreta al ficticio Pinochet. En esta versión paralela a la realidad el dictador sobrevivió durante siglos y fue protagonista de diversos eventos históricos, desde la Revolución Francesa. Cómo si un mal eterno y monstruoso fuera cambiando su identidad a lo largo de la historia, convirtiéndose  en diferentes aniquiladores de la clase trabajadora.

Aparecerán sus hijos desesperados por la herencia repleta de cuentas en paraísos fiscales, y también una monja francesa que cambiará el desarrollo de los hechos.

El director chileno Pablo Larraín se ha caracterizado por contar biopics alejadas de los convencionalismos. Su mirada particular y abstracta trabaja desde la poesía situándose  en la frontera que separa lo real de lo imaginario y lo simbólico.

Sin dudas su punto fuerte es la capacidad de representar en imágenes las emociones de los personajes, pero en esta nueva apuesta responde un interrogante que interpela a cualquier director con compromiso político ¿Cómo narrar la historia en un momento donde  la memoria es un valor que la humanidad parece haber resignado?

Sin dudas, en esta ocasión, la osadía más grande del director de “Jackie” y  “Spencer” es utilizar la comedia para hablar de una de las etapas más dolorosas de Chile, la dictadura militar encabezada por Pinochet que a partir del 11 de Septiembre de 1973 se instaló durante 17 años en el país.

El otro gran acierto es intentar, desde una mirada personal construir la universalidad, alternando episodios en diferentes momentos y lugares del mundo donde aparecen estos monstruos dispuestos a arrasar con la vida sin ningún tipo de compasión anteponiendo el poder a la humanidad.

La película está narrada en inglés, algo que sobre el final se direcciona en este mismo objetivo, construir una trama repetitiva donde en cualquier momento y lugar del planeta, puede haber un vampiro dispuesto a gobernar con mano dura en contra del pueblo.

Por último, los diálogos explicitando el horror contribuyen a reforzar el clima de época, lo evidente tiene un sutil encanto y el espanto se anuncia en los discursos actuales pero al mismo tiempo se pasea desapercibido, como si el raciocinio fuera junto a la memoria un bien que hemos decidido entregar.  

“Todos los generales que ganan guerras tienen derecho a saquear”, repite una de sus inútiles hijas ante la acusación de malversación.

Una revancha puede ser muchas cosas que ya conocemos pero también puede ser una película al estilo Nosferatus que homenajean el expresionismo alemán, donde el público se ría, no de de la historia, si no de Pinochet y toda su estirpe. En un momento donde avanzan los movimientos de derecha en el mundo “El Conde” es un ejemplo de cómo dar batalla en el campo de las ideas. 

Los diálogos son directos enunciando sin vueltas, pese a la sátira las metáforas son asertivas y tienen una claridad que funcionan a la perfección.

La impunidad es una herida abierta que Larraín retrata con extremo perfeccionismo en este Pinochet inmortal que sobrevuela con su capa los cielos de Santiago en busca de corazones jóvenes. 

Pero si la metáfora de este conde sobrevolando Santiago es tan directa que apuñala nuestro corazón como una estaca, también funciona como una denuncia a lo que siempre fueron y han sido estos grandes genocidas de la historia como Pinochet. 

Es una venganza maravillosa y poética recordarlo así, como “una criatura del diablo que no tiene alma pero sobre todas las cosas, como un cobarde que bajo condecoraciones y una narrativa épica, escondía a un asqueroso ladrón sanguinario. Nada más que eso.