El neofascismo muestra su rostro y la izquierda necesita redescubrirse para hacerle frente

La tarea es más profunda: construir un proyecto común latinoamericano con una base social amplia y fuerte que no sea sólo una respuesta desesperada a los ataques de la extrema derecha. La pregunta central es: ¿tenemos siquiera un proyecto?

Artículo realizado por el Instituto TriContinental

“Luchar, vencer, caer, levantarse, luchar… hasta que la vida se acabe”
Álvaro García Linera

Por Delana Corazza*

«Derrotamos a Bolsonaro, pero no al bolsonarismo». Esta frase resuena desde finales de 2022, cuando, después de la euforia de las elecciones por la victoria de Lula contra el expresidente neofascista, tuvimos que lidiar con la realidad de que ganar las elecciones presidenciales fue sólo un respiro para continuar el ritmo aún lento de la lucha contra el neofascismo en Brasil. La victoria institucional que colocó al país en la segunda ola progresista de América Latina tiene su importancia, pero apunta a numerosos desafíos, dado que alcanzar la victoria exigió un frente amplio que puso aún más límites a la construcción de un proyecto popular. La tarea es más profunda: construir un proyecto común latinoamericano con una base social amplia y fuerte que no sea sólo una respuesta desesperada a los ataques de la extrema derecha. La pregunta central es: ¿tenemos siquiera un proyecto?

Este debate tiene que ir acompañado de una mirada atenta a la realidad de América Latina, tanto en lo que se refiere a la situación de la clase obrera y su situación material concreta, sus anhelos de la mente y el estómago, como en lo que se refiere a la comprensión de las estrategias neofascistas para atar a parte de esta clase a un proyecto de muerte en el que es la principal víctima.

No es de extrañar que el más reciente dossier de la Tricontinental: Instituto de Investigaciones Sociales, El avance del neofascismo y los desafíos de la izquierda en América Latina, busque observar los caminos recorridos por la extrema derecha en el continente y comprender el papel de las organizaciones de base, los movimientos sociales y los partidos políticos para derrotar al neofascismo más allá del ámbito electoral. Las acciones de los movimientos organizados, con sus valores que se oponen a la ideología neoliberal, como la solidaridad y el sentido de comunidad, y las acciones gubernamentales que priorizan el fortalecimiento de los derechos, así como las políticas dirigidas al bienestar de nuestros pueblos, son fundamentales en esta disputa y deben ir de la mano de una estrategia anticapitalista.

En Brasil, por ejemplo, décadas de neoliberalismo han profundizado la situación de precariedad de la población, con desempleo, inseguridad y violencia, sin llevar a una posible reacción masiva de las «izquierdas» contra esta situación de extrema precariedad.

Esto se debe también a nuestras debilidades. Los avances legales e institucionales conquistados por la clase obrera organizada, aunque fundamentales, no se han traducido en la realidad de forma segura para la masa de trabajadores, de modo que puedan librarse nuevas luchas basadas en reivindicaciones estructurales. En las organizaciones que lucharon por los derechos, así como en los partidos políticos de izquierda que ganaron las elecciones municipales, estatales y federales, la posibilidad de una ruptura radical con el sistema actual, con vistas a la superación del capitalismo como estrategia de lucha, fue sustituida por un discurso y una práctica fuertemente ligados a la garantía de derechos y reivindicaciones a partir de los marcos legales y coyunturales posibles. En este sentido, no considerar desde un punto de vista estratégico que la lucha, más que por derechos, es anticapitalista, fue fatal para la construcción de una fuerza popular que avanzara hacia una profundización radical de las demandas. Una vez más, la pregunta que debe resonar entre nosotros es: ¿cuál es nuestro proyecto?

Mirar nuestras debilidades y entender por qué ha sucedido esto no significa desconocer la correlación de fuerzas y el papel de nuestro enemigo, que se ha ido perfilando y haciendo cada vez más atractivo. En la primera fase del neoliberalismo en nuestras tierras, la construcción ideológica del Estado inoperante, ineficaz y corrupto alcanzó a la clase trabajadora, que vio arrebatados sus derechos sin mostrar mucha emoción. En un mar de miseria, el capitalismo buscó, a través de organismos multilaterales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), «salvar» a los pobres de los países subdesarrollados financiando ONGs que, además de desdibujar y debilitar el papel del Estado, generaron un proceso de desarticulación de la clase trabajadora. ¿Por qué luchamos y contra quién luchamos?

La explotación en el mundo del trabajo parecía difusa, los colectivos se disipaban y debilitaban, y la responsabilidad individual del propio fracaso o éxito se convirtió en la idea motriz de un pueblo que se dirigía hacia el abismo. El neofascismo consolidó las ideas neoliberales y encontró en las iglesias evangélicas y el fundamentalismo religioso un espacio concreto y cotidiano para que los empobrecidos promovieran sus ideales públicos antiestatales y antitodo y para una identidad obrera sin el elemento de clase, vinculada a la idea falaz del «buen ciudadano» que tiene la capacidad de prosperar, lejos del pecado y mediante un sacrificio a menudo sobrehumano.

Cualquier avance del campo progresista ha sido atacado en varios frentes. En la vida cotidiana, por ejemplo, los discursos fundamentalistas han tachado de «demoníaca» cualquier agenda a favor de la igualdad de género y la garantía de derechos para la población LGBTQIA+; al mismo tiempo, una élite cada vez más antirracional cuestiona constantemente los avances científicos consolidados, incluidos los relacionados con cuestiones medioambientales. El continente también ha sufrido nuevas formas de golpes de Estado contra gobiernos progresistas que, aún con los límites impuestos desde el punto de vista institucional, han logrado avanzar en la garantía de derechos básicos para la clase trabajadora.

Estos procesos se han visto impulsados por los avances tecnológicos que han unificado a la derecha, movilizando los corazones y las mentes de nuestra clase. Las redes sociales se han convertido en el gran espacio de diálogo con los trabajadores en la construcción de un sentido común basado en el discurso del odio y la difusión de fakenews. Como resultado de mucha financiación, centralización y estrategias convincentes basadas en estudios empíricos -todos seguimos siendo un laboratorio para la extrema derecha-, las redes sociales han construido la cohesión entre la derecha más allá de las fronteras nacionales.

Es a través de estas herramientas que el neofascismo ha creado perspectivas de futuro para los millones de personas que han quedado atrás en Brasil, aunque sean ilusorias. Las iglesias evangélicas, hegemonizadas por discursos conservadores, acogen y crean espacios de comunidad para los más empobrecidos; el crimen organizado se ha presentado a menudo como la única posibilidad de ascenso económico para los jóvenes negros y periféricos; el emprendimiento, mediado por las apps, construye la visión de que «sin patrón», incluso sin derechos, los trabajadores pueden trabajar hasta la muerte para alcanzar sus objetivos materiales a muy corto plazo, con la fantasía de que estos objetivos pueden extenderse hasta el infinito.

Estas respuestas y ataques no se limitan a un pequeño círculo. Las mujeres trans están siendo asesinadas en Argentina, el proceso de uberización está en toda América Latina, el fundamentalismo religioso ha llegado a las iglesias en Cuba, el negacionismo científico también está en Perú, la democracia venezolana está constantemente amenazada, el crimen organizado y las políticas de seguridad pública han sido centrales en Ecuador, etc. No es posible pensar en avances contra estas agendas sin una articulación latinoamericana que, teniendo en cuenta las especificidades de cada país, avance hacia un futuro común a través de la organización popular y de realizaciones concretas para el pueblo.

Es imprescindible preguntarnos qué camino estamos construyendo para el cambio estructural y junto a quién. Frente a las distopías derechistas que alimentan tristes pasiones en nuestros pueblos, como el miedo, el terror, el odio, la mentira y la resignación, ¿cómo construir nuevos horizontes creativos de igualdad y fraternidad, enterrando la idea de que el capitalismo es indestructible? Luchar, vencer, caer, levantarse… nos parece imperativo en el continente latinoamericano, y sólo será posible si se construye en plural. Dialogar el campo teórico y la realidad concreta de los trabajadores en los territorios de los pueblos, a partir de la creatividad y de la construcción colectiva de nuevas utopías, es una tarea urgente y cotidiana. La lucha es larga, pero tenemos la tarea ineludible de vencer.

 

*Delana Corazza es licenciada en Ciencias Sociales (PUC-SP), máster en Arquitectura y Urbanismo (USP) y doctora en Geografía (UNESP) e investigadora del Tricontinental: Instituto de Investigación Social.