Durante el cierre de listas de 2019, desde diferentes sectores vinculados al feminismo se montó la campaña “feministas en las listas”. Esta campaña intentaba visibilizar la necesidad de que la Ley de Paridad sancionada en 2017 fuera garantizada, no solo con la inclusión de mujeres en las listas, sino con feministas que pudieran llevar adelante la agenda del movimiento a los diferentes ámbitos legislativos.
Hay que mencionar que este sector históricamente organizado ganó una importante masividad y centralidad desde el 2015 con el “Ni una Menos”, pasando por el debate del derecho al aborto legal, seguro y gratuito en 2018, y en 2020 con el cupo laboral travesti trans, recientemente aprobado.
El año electoral reactualiza el debate sobre esta cuestión. Nos obliga a reflexionar sobre los horizontes, los objetivos y las intersecciones entre el movimiento, el territorio, las instituciones, las demandas por construir, y cómo aportar desde los cargos legislativos en juego.
El feminismo es hoy un territorio en disputa. Un movimiento masivo, plural y diverso cuyos discursos, agendas y demandas se encuentran en plena construcción. Concretamente, no podemos hablar hoy de EL feminismo sino de LOS feminismos. En ese sentido, este 2021 entiendo que no solo debe llenarse las listas de feministas, sino que el desafío es avanzar en incorporar feministas populares.
El feminismo popular
Nuestro feminismo es el feminismo popular, con esto hago referencia al feminismo que hace y toma fuerza de las organizaciones populares que han protagonizado la lucha social y política antineoliberal a partir del 2001.
En un contexto generalizado de empobrecimiento de las condiciones de vida de los sectores populares, son las compañeras las que levantan ollas populares en cada barrio, que alimentan y entretienen a les pibes, que levantan los hogares destruidos por la crisis a la vez que protagonizan las asambleas y salen a buscar changas cuando todo está perdido.
El encuentro entre mujeres e identidades diversas articulando redes comunitarias dan cuerpo a un feminismo plebeyo, que ve en este sistema económico injusto —el capitalismo— y el sistema de dominación y opresión de género —el patriarcado— una articulación sobre la que organizarse y luchar.
En este sentido, el feminismo popular es una práctica. Y en ese camino, las compañeras nos hemos encontrado gestando organizaciones populares de mujeres, feministas y de disidencias, tanto en las ciudades como en el campo; participando del Encuentro Plurinacional; la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Seguro Legal y Gratuito; visibilizando las agendas de las identidades históricamente desplazadas, las demandas vinculadas a la violencia por razones de género.
La nueva crisis abierta desde 2015 en el marco del gobierno macrista y la posterior pandemia profundizó las desigualdades estructurales pero nos encontró organizadas, ya no solo en relación a las cuestiones asistenciales que seguimos sosteniendo, sino en cuerpos de promotoras contra las violencias, trabajando como voluntarias en tareas sanitarias o en brigadas educativas para garantizar la alfabetización de nuestres pibes.
El Feminismo Popular está asociado necesariamente al territorio. Se trata de un feminismo situado en su tierra, conocedor de su historia y de las historias de otras mujeres y personas luchadoras. Construye sus demandas y denuncia las violencias y discriminaciones, la feminización de la pobreza y la brecha salarial.
La realidad de las mujeres rurales
El proceso que se abrió desde 2015 en adelante con el “Ni una Menos”, tuvo un impacto particular en el sector rural. En el gran cordón frutihortícola de La Plata y otros lugares de la provincia, desde el 2016 nos organizamos en Rondas de Mujeres para trabajar, cuestionar y desarmar los nudos de estas desigualdades, que tiene particularidades importantes en el sector.
Es que, en nuestro caso, a las desigualdades que en general padecemos las mujeres de los sectores populares, se suma el hecho de que las tareas domésticas, de cuidado y el trabajo productivo en la quinta suceden en un mismo espacio físico.
La división entre las tareas de la casa y la producción de la quinta no está clara y el peso de la mayor carga de trabajo recae sobre las mujeres. Esto genera que los usos del tiempo por parte de las mujeres y los varones sea completamente diferentes.
Para las compañeras es mucho más dificultoso tener tiempo para realizar actividades recreativas e incluso para organizarse y participar políticamente, la condición migratoria de la mayor parte de la población rural le agrega un plus a esta cuestión.
Además, no somos dueñas de la tierra. Según las Naciones Unidas, sólo el 30% de las mujeres poseen tierra y el 5% tiene acceso a asistencia técnica para la producción. Esto conlleva imposibilidades en el acceso al crédito, programas, recursos para el sector porque no cuentan con las garantías tradicionales requeridas. Lo contradictorio es que las mujeres somos el 50% de la fuerza formal de producción de alimentos en el mundo.
Por otro lado, las quintas están alejadas de las zonas urbanas donde funcionan los dispositivos relacionados a la atención de las situaciones de violencias, salud, justicia. Esto implica que el acompañamiento de situaciones de violencias por razones de género u otras situaciones complejas es difícil para nuestras organizaciones.
Para esto armamos los cuerpos de promotoras en géneros y derechos, que acompañan cada una de estas situaciones, sorteando los obstáculos de la ruta crítica. Es así que con el acompañamiento de activistas, universidades y diferentes dispositivos formamos estas promotoras con mucho esfuerzo, y con una perspectiva de reconocimiento del propio territorio, generando redes con el objetivo de trabajar en la restitución de derechos.
Ni una menos es tierra, techo y trabajo
Cada una de las desigualdades que hasta aquí mencioné y cómo nos hemos organizado para enfrentarlas, responden, sin dudas, a problemas estructurales. Bien hemos sabido estos últimos años poner estas cuestiones en agenda. En varias de ellas hemos podido avanzar, sobre todo las que se relacionan con el reconocimiento de derechos que han tenido un gran impacto en el plano simbólico y político y nos han ido permitiendo no solo denunciar, sino ir desarmando las tramas de estas desigualdades históricas.
Sin embargo, desde la perspectiva del feminismo popular, las agendas relacionadas a la lucha contra las violencias y las desigualdades de género resultan indisociables de las que tienen que ver con mejorar las condiciones estructurales de vida de nuestros vecinos, vecinas. El acceso a tierra, techo y trabajo es un derecho básico.
Trabajar esta agenda desde una perspectiva feminista implica reconocer que la pobreza afecta particularmente a las mujeres e identidades diversas y que somos las más afectadas por las desigualdades en el mercado de trabajo formal e informal, donde no se reconoce el valor económico que generan las tareas de cuidado.
En nuestros barrios vivimos sin agua, luz, cloacas y somos nosotras junto a nuestros compañeros quienes nos organizamos para hacer frente a tanta precariedad. Trabajamos en las quintas sin tener la propiedad de la tierra y nuestro trabajo no es reconocido. Somos nosotras las que trabajamos en la protección de las semillas, como guardianas que preservan la biodiversidad y las prácticas agroecológicas
Avanzar en estas cuestiones es avanzar en derechos. No ya simbólica, sino materialmente. Necesitamos avanzar en mejorar nuestras condiciones de vida, para poder hacer efectivos y ejercer nuestros derechos en la práctica.
Empezar por les últimes
Esto implica empezar por las últimas, los últimos y les últimes de la fila: trabajar para cambiar las condiciones estructurales y mejorar las condiciones de vida y poder ejercer los derechos reconocidos. Necesitamos para esto un Estado fuerte, presente, que reconozca estas desigualdades y trabaje para desarmarlas. En este sentido, resulta sumamente necesario tener en cuenta en el diseño de las políticas públicas los saberes de las organizaciones que conocemos nuestros territorios, donde hemos creado y recreado colectivamente estrategias para enfrentar cada uno de nuestros problemas, con mucha paciencia y trabajo.
Esos saberes, esas estrategias, esas soluciones a nuestros problemas y las propuestas que hemos generado con mucha cratividad, pero desde la más abosluta precariedad, merecen tener un lugar en el Congreso, con el objetivo de que las podamos convidar a mas compatriotas, al mismo tiempo que amplificar nuestra voz, la de los sectores populares, la de las mujeres migrantes, indígenas, campesinas, jóvenes trabajadoras. Nosotras no necesitamos que otras voces nos representen, nuestras trayectorias merecen ser oídas y representadas por nosotras mismas, para que la agenda de las ultimas sea puesta como prioridad.
Para este 2021, considero que ya no solo necesitamos feministas en las listas, necesitamos feministas con una perspectiva popular.