Por Carlos del Frade
—Lo que levanta la mano del hombre, no debe destruirlo el hombre. Si las fábricas son nuestras, con nosotros quedarán —decían los dirigentes de la huelga de miles de trabajadores que sacudieron el latifundio de La Forestal, presente en casi el 40 por ciento del territorio de la provincia de Santa Fe, el segundo estado de la Argentina.
El 29 de enero se cumple un siglo del inicio de una feroz represión protagonizada por el aparato parapolicial organizada por la empresa y con la complicidad del gobierno santafesino y que se cobró medio millar de vidas y decenas y decenas de personas torturadas en esa región cercana al Chaco.
El primer secretario general del Sindicato del Tanino fue Teófilo Lafuente, salvajemente castigado en prisión. Un siglo después, en Villa Guillermina, donde se había tomado la fábrica, se levantará un monumento a este obrero electricista. Una fenomenal gambeta de la memoria a la deliberada construcción de olvido que fue paralela a la devastación ecológica y social que generó el negocio multimillonario de La Forestal en complicidad con el estado inglés.
“El 8 de enero de 1921, argumentando disminución de las ventas, La Forestal ordenó cerrar las fábricas de tanino de La Gallareta y Santa Felicia dejando sin trabajo a 650 personas, en tanto el 10 de ese mes ante la negativa de la empresa de otorgar el aumento pactado, 300 hacheros abandonaron los obrajes de Garabato e Intiyaco. En el dominio extranjero los despidos en tres días superaron los dos mil trabajadores que, por lo ya explicado, no tenían perspectivas de acceder a otras actividades como por ejemplo la agricultura o la ganadería. Se estaba en presencia de un lockout patronal que pretendía generar el caos social quitando sustento a cualquier medida de fuerza. Por su parte los obreros, que venían denunciando el referido lockout y preparándose para resistirlo, respondieron de inmediato ocupando la fábrica de Villa Ana y cercando la de Villa Guillermina. A los pocos días el Sindicato de Obreros del Tanino llamó a una huelga general en la totalidad del latifundio, consiguiendo la rápida adhesión de los combativos trabajadores ferroviarios”, escribió el investigador Oscar Ainsuain en nuestro libro “La Forestal, explotación y saqueo. Una historia que continúa”.
“Comenzaba a desatarse un conflicto de intereses entre la necesidad de trabajar de los obreros y la negativa de la Compañía de proporcionar empleo, un conflicto entre la miseria de miles de trabajadores y la riqueza de La Forestal. Un conflicto que generó temores en todos los actores que, a la vez y a su manera, confiaban en sus propias fuerzas: unos apostaban a la solidaridad de clase y su capacidad para pelear basada en la dura práctica cotidiana de trabajo en los quebrachales; en tanto los otros confiaban en el poder de los winchesters y máuseres que estaban en manos de fuerzas represivas privatizadas y legales. Existían temores mutuos pero sin dudas se trataba de una pelea desigual entre obreros explotados y un enemigo excesivamente poderoso, La Forestal”.
“Todo hacía presumir que con el cierre de fábricas y el posterior inicio de la huelga se desataría un conflicto de magnitud, ya sea por los antecedentes de extrema violencia de la Gendarmería Volante y la “policía privada” como por la férrea voluntad de resistir que primaba entre los obreros. La posibilidad de que se produjeran enfrentamientos armados hacía perder de vista que con el lockout patronal habían sido suspendidos o despedidos muchísimos trabajadores, por lo que las huelgas en las fábricas de tanino afectaban sólo a una parte de la producción. La medida de fuerza, lejos de buscar paralizar las plantas, estaba orientada a la reapertura de los establecimientos para evitar que se sigan eliminando puestos de trabajo…”, apuntaba Ainsuain.
Lo cierto es que hasta el presente, cien años de soledad y también de resistencia después, los cinco departamentos del norte santafesino son los que presentan el mayor número de necesidades básicas insatisfechas y los índices más elevados de analfabetismo que padece la provincia.
Un delito económico de lesa humanidad, la definición contemporánea del ecocidio.
Un modelo de producción que sigue dañando y perpetuándose en el tiempo.
Cuatro millones de ejemplares de quebrachos, únicos en el mundo, fueron talados durante los ochenta años de explotación irracional que produjo La Forestal hasta el cierre de su último ingenio en la localidad de La Gallareta en 1964.
En forma paralela, el planificado cierre de las fábricas de La Forestal que llevó sus intereses a Sudáfrica, en busca de otra planta, la mimosa, produjo el exilio de las familias y su desarticulación.
Desde 1880 hasta 1964, cinco matrices caracterizaron el ecocidio de La Forestal: explotación de bienes comunes por multinacionales, exportación de naturaleza original, desertificación de la región, éxodos poblaciones y prostitución.
Esas cinco matrices marcan la multiplicación de La Forestal en el presente en distintos puntos de la geografía argentina, donde el extractivismo repite las cinco matrices, reviviendo, entonces, nuevas forestales.
Desde la minería a cielo abierto, a la explotación pesquera, pasando por los árboles en Misiones, el sojalismo exacerbado que trasladó la pampa a las islas generando problemas serios no solamente en la naturaleza si no también en la salud humana y todo lo concerniente a la búsqueda de gas y petróleo no convencionales en Vaca Muerta. Las nuevas forestales del tercer milenio.
Por eso es fundamental reivindicar el acto del 29 de enero en Villa Guillermina.
Porque la memoria se ubica en la dignidad obrera, indispensable para construir un presente con dignidad y también en la necesidad de reparar el saqueo sufrido, hasta el presente, por los pueblos forestales.
Memoria en clave de presente.
Memoria esquina esperanza.
Memoria para mirar críticamente al presente y recuperar lo propio para hacer realidad los sueños propios.
Memoria para aprender a querer lo cercano. Porque si no se conoce lo cercano, no se lo quiere y, por lo tanto, no se lo defiende.
Memoria crítica, rebelde y de clase, para el norte santafesino en particular y la Argentina en general, sean lugares que le digan no a las nuevas forestales, para vivir con dignidad, el objetivo de aquellos trabajadores que como Teófilo Lafuente supieron heredar aquellos sueños colectivos inconclusos para nosotros, las nuevas generaciones, protagonistas de una Patria Grande donde la felicidad sea democratizada definitivamente.
Carlos del Frade es periodista de investigación y diputado provincial del Frente Social y Popular de Santa Fe.