La guerra contra el terrorismo, como fue planteada inicialmente por el expresidente George Bush (h) en 2001, brindó las condiciones para una intervención militar en Afganistán a lo largo de los últimos 20 años. En paralelo, llegaron las intervenciones en Irak, las estrategias de guerra no convencional en Siria y la militarización de la región.
En diálogo con ARGMedios, la periodista y analista internacional, Alejandra Loucau, plantea varias lecturas posibles tras la salida de Estados Unidos de Afganistán, y a pocos días del aniversario del atentado que impulsó la construcción del nuevo enemigo: “Lo que viene a decirnos esta situación que vemos ahora, en cuanto a la estrategia de dominación en esta etapa, es que hubo una derrota de las tácticas de guerra convencional, de las formas de dominar a través de la ocupación militar, y que va a dar paso a una profundización de las tácticas de guerra híbrida”.
Si entendemos la guerra como dispositivo de expansión imperialista, cuyo fin es alcanzar los objetivos económicos y financieros que sean capaces de sostener al propio sistema capitalista, el área árabe islámica expresa el agotamiento de una estrategia. Hasta 2001 existía la intervención militar como forma de doblegar al enemigo, pero a partir de 2011, las experiencias militares fallidas en Afganistán e Irak empiezan a dar cuenta de la necesidad de cambios para mejorar los resultados.
Según el Jefe del Estado Mayor General ruso, Valeri Guerásimov —el primero en proponer este concepto—, en la guerra híbrida se combina el uso de medidas políticas, económicas, informativas, humanitarias y otras tácticas no militares, usadas en coordinación con el potencial de protesta social de la población local.
Estas estrategias se complementan con lo que se denomina “medios militares de carácter oculto” —acciones de fuerzas de operaciones especiales—, tecnología de alta precisión y acciones de carácter informativo, a través de las cuales se busca crear un frente de combate en todo el territorio enemigo. La guerra híbrida se entiende así como el caos administrado.
Ya en la administración Obama, con Joe Biden en la vicepresidencia, Estados Unidos inició un trabajo de rediseño del área árabe islámica que dieron en llamar “Medio Oriente Ampliado”. La idea de Washington era la readecuación del sistema de dominación para asegurarse los recursos, tanto para beneficio propio como para contener el crecimiento y la expansión de China, neutralizando desequilibrios emergentes y sembrando el caos donde fuera posible. Como explica Loucau: “EEUU no siempre lucha por tener los recursos, sino también para que los enemigos no los tengan”.
“EEUU no siempre lucha por tener los recursos, sino también para que los enemigos no los tengan”
“Hay que analizar caso por caso”, apunta la analista, “porque también hay una cuestión sobre cómo Estados Unidos concibe la dominación: ellos, dentro del caos con sus fuerzas militares, de operaciones especiales y empresas contratistas, pueden garantizar la estadía de una empresa petrolera en un lugar determinado, teniendo el control de la zona para retirar los recursos. Necesitan de ese esquema, es decir: tener rodeadas las zonas de producción y ejercer ese control. Y lo que pase afuera, no interesa”.
Con la situación en Siria en 2011, y a partir de la resistencia de China y Rusia en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, comienza a verse lo que ya en esta época parece ser la estrategia definitiva de guerra del Imperio: “Hay que volver a Siria aunque no haya mucha prensa porque, en teoría, Estados Unidos no estaba en Siria”.
Algunos años antes de la crisis en ese país, comenzaron a extenderse las operaciones llamadas “primaveras árabes”, cuyo objetivo era desestabilizar gobiernos que no se adapten a las necesidades de la estrategia imperialista y reemplazarlos por otros más dóciles, expandiendo el caos en la región y financiando células terroristas que, desde el discurso oficial, se decía combatir en otros territorios. “Lo que vemos con estas estrategias es una expresión de la decadencia de Estados Unidos, ya que ha demostrado ser mejor generando el caos que generando estabilidad”, enfatiza Loucau.
Más allá del éxito o el fracaso de estas operaciones, la posibilidad de extender el caos con la instalación de fuerzas militares y la preparación de grupos de mercenarios logró una ventaja importante para Estados Unidos. “El mayor beneficiado de esta estrategia de la guerra contra el terrorismo es Estados Unidos. Fue ganador en términos de crecimiento del complejo industrial militar, de la industria de las drogas; tal vez también fue un triunfo para las empresas constructoras, aunque sabemos que en los últimos años no hubo reconstrucción porque la guerra nunca se terminó”.
Si bien desde el discurso oficial se insiste en sostener la idea de la guerra contra el narcotráfico —a través de la cual se buscaría combatir la producción y comercialización de drogas a nivel mundial—, lo cierto es que al imperio poco le interesa eliminar una apuesta multimillonaria, principalmente en una región que puede brindar también ese tipo de beneficio.
Según explica Loucau “hay que tener en cuenta que antes de la ocupación de EEUU en Afganistán, los talibanes habían erradicado el cultivo de opio. Y cuando ellos ocuparon a partir de 2001, ese cultivo se multiplicó hasta llegar a los niveles de hoy en día, donde no sólo se cultiva amapola sino que se la produce dentro de Afganistán”.
La derrota y el cálculo de la oportunidad
A pesar de que el mayor beneficiado de la guerra contra el terrorismo en el Medio Oriente Ampliado es el propio Estados Unidos, junto a su industria armamentística —sostén de su economía— y sus empresas, también existe una percepción de derrota tras 20 años de ocupación. Alejandra Loucau explica que “este fue un período donde Estados Unidos sufrió muchas derrotas, se cometieron crímenes de lesa humanidad y se terminó de convertir en una potencia sanguinaria. Creo que en ese punto hay una derrota, pensando más que nada en una derrota moral, y considerando solamente la moral occidental”.
La vigilancia es uno de los puntos claves en la estrategia de la guerra contra el terrorismo. “Desde el 11 de septiembre cambió todo en términos de vigilancia y tecnología. La noción del terrorismo interno también cambió. Surge la idea del terrorista como un bárbaro de Medio Oriente, lo cual se creó para justificar el control y la vigilancia sobre todos los aspectos de la vida personal de cada uno”.
En ese sentido, la persecución y la mirada acusadora sobre musulmanes en Estados Unidos, Canadá y Europa fue producto de esa vigilancia, y contribuyó en la construcción de la islamofobia en diferentes partes del mundo. El impulso del gobierno de Emmanuel Macron a la prohibición de la utilización de la burka dentro del territorio francés significa un avance en la discriminación como política de Estado, y fue posible gracias a la construcción de esa idea de enemigo. A su vez, la persecución por parte de las fuerzas de seguridad de musulmanes y de otras minorías en los territorios de las potencias a través del concepto de “portación de cara” evidencia esta tendencia.
“Este fue un período donde Estados Unidos sufrió muchas derrotas, se cometieron crímenes de lesa humanidad y se terminó de convertir en una potencia sanguinaria”
“La militarización de las sociedades en el mundo, la especialización de las fuerzas militares, de las fuerzas policiales: todo eso sirvió mucho para moldear las sociedades que tenemos 20 años después del atentado a las torres del 11 de septiembre”, puntualiza Loucau.
Ante la retirada y el avance de China en el resto del mundo, el foco de la estrategia se instala donde las posibilidades de vigilancia se vuelven más concretas y necesarias. “Lo que están haciendo ahora es trasladar el foco y todos sus recursos hacia Asia Pacífico, sobre todo en lo que tiene que ver con la alianza estratégica con los países de esa zona de Japón, Corea del Sur, Australia y la zona del indopacífico, que es India y Pakistán, que también se les está yendo de las manos”.
Luego de consolidar su poderío nuclear, Pakistán pasó de ser la base de operaciones de Estados Unidos en el combate a la URSS, a ser la cuna y el centro de entrenamiento de los taliban que hoy gobiernan Afganistán. Con la salida de la región, todos los esfuerzos de Estados Unidos se concentran ahora en el mar de China. “Ahí se empieza a ver ese intento de contención, que es solamente una contención militar, porque es lo único que Estados Unidos puede garantizar. Por ahí pasa una gran parte del comercio mundial, lo cual para ellos es crucial para poder trazar sus próximos pasos, ya que si no controlan el área militarmente no la pueden vigilar” .
América Latina en la geopolítica del imperialismo
Con la retirada de Afganistán tras 20 años de ocupación, la idea de la derrota y la pérdida de hegemonía de Estados Unidos ganó fuerza en los discursos de varios analistas. En esas lecturas, la situación de fragilidad expuesta por el imperio dejaba al descubierto lo que muchos consideran una certeza: América Latina había perdido relevancia, debido a la necesidad del imperialismo de recobrar su lugar en el mundo.
“Me parece que en términos teóricos hay un problema con esa idea, porque si Estados Unidos está perdiendo hegemonía entonces lo último que va a relegar es su patio trasero”, sostiene Alejandra Loucau.
“Si Estados Unidos está perdiendo hegemonía entonces lo último que va a relegar es su patio trasero”
Así como sucedió en la anterior administración demócrata, la injerencia en América Latina es un hecho que se puede profundizar, esta vez de forma más agresiva. “Mientras Obama estaba mandando militares a Afganistán para combatir al talibán, acá estaba invirtiendo en todo el mecanismo de injerencia denominado lawfare”, señala Loucau. “Tenemos registro que empezó en 2008-2009 en el Departamento de Justicia, a través de la formación de fiscales, como es el caso puntual del ex juez y también ex ministro de justicia de Brasil, Sergio Moro. La injerencia de EEUU empezó a agudizarse en esa época y no va a cesar en ningún momento”.
“Tenemos que estar muy preparados para todo lo que sea tácticas de guerra híbrida, de guerra indirecta para América Latina. Fue bastante exitoso, aunque sus efectos son de corto plazo porque el neoliberalismo nunca va a ser popular y ese es el gran problema que no puede resolver Estados Unidos”.
Ante las imágenes de lo que fue la huida de Estados Unidos de Afganistán y los análisis que hablan de una derrota, lo que queda claro es que la guerra contra el terrorismo cumplió en la práctica los objetivos estratégicos y económicos que interesan al imperialismo. Ya sea a través de la militarización de territorios de su interés o a través de las guerras híbridas, queda claro que en este contexto Estados Unidos hará lo que sea que le permita garantizar su supervivencia y mantener su hegemonía, aún a costa del caos y la destrucción de otras naciones.