Aunque en Brasil ya se consumó un golpe en 2016 —en aquel entonces, contra Dilma Rousseff—, la posibilidad de un golpe dentro del golpe siempre ha estado latente bajo la presidencia de Jair Bolsonaro. Esta cuestión es objeto de seguimiento en nuestros últimos informes desde el OBSAL.
La posibilidad de una ruptura institucional tuvo un nuevo capítulo el pasado 7 de septiembre, día que se conmemora la independencia de Brasil, cuando varias manifestaciones pro gubernamentales reunieron a miles de personas en diversos rincones del país. En São Paulo y Brasilia se celebraron actos con más de 100 mil personas en cada ciudad. En sus discursos ante las multitudes, Bolsonaro volvió a atacar al Tribunal Supremo (STF), a las elecciones —a través del voto electrónico— y afirmó que solo dejaría la presidencia si fuera a la cárcel o estuviera muerto.
Las intenciones de Bolsonaro, desde el inicio de su gobierno, están orientadas a provocar una ruptura institucional, y los acontecimientos del 7 de septiembre deben considerarse en este contexto. Muchos análisis afirmaron que los actos pro gubernamentales habían fracasado, considerando que la cantidad de gente esperada era mayor a la que efectivamente acudió.
Sin embargo, lo realmente preocupante es que Bolsonaro tiene el apoyo de al menos un cuarto de la población. Esta porción parece estar dispuesta a respaldar cualquier acción que tome el ex capitán del ejército. Pero además, este apoyo se sostiene en una coyuntura de alta tasa de desempleo —que alcanzó un récord de la serie histórica en el primer trimestre de 2021—, un alto número de familias en extrema pobreza —que también rompió un récord en julio de 2021—, y con más de 580 mil brasileños muertos por COVID19. A esto se suman los casos de corrupción que involucran al gobierno de Bolsonaro y a su familia.
En este texto, Vladimir Safatle nos recuerda que los intentos de golpe de Estado no necesariamente requieren el apoyo de una mayoría para realizarse: una minoría aguerrida y potencialmente armada puede llevarlos a cabo.
En el informe #14 de OBSAL, señalamos que un posible golpe no depende únicamente de Bolsonaro y los bolsonaristas para sostenerse por un período considerable. Aunque Bolsonaro cuenta con el apoyo de sectores de la policía militar, las Fuerzas Armadas —que en el contexto de las rupturas reproducen los intereses de las clases dominantes— no han demostrado hasta ahora unidad para un proceso de ruptura institucional.
Para entender el desarrollo de los acontecimientos es necesario intentar descifrar los cálculos de las clases dirigentes. La economía, en el gobierno de Bolsonaro, está siendo muy favorable al gran capital. Podemos citar la aprobación de la reforma de las pensiones en 2019, la privatización de partes de Petrobras, la aprobación de la privatización de Eletrobras y el avance en numerosas agendas de intereses de las diferentes fracciones de la burguesía. A finales de 2020, en plena pandemia, la bolsa alcanzó su récord histórico.
Mauro Iasi, analiza la posibilidad de un golpe de Bolsonaro y recuerda que “el capital no tiene principios, tiene intereses”. Sin embargo, como recordó el mismo autor, Bolsonaro no es la primera opción del gran capital. Esto se debe a las características del actual presidente: una figura que provoca una tensión constante y que desea atacar la democracia al estilo “clásico”. Esta inestabilidad política puede perjudicar y obstaculizar el programa económico de las clases dirigentes.
El gobernante preferido sería alguien que llevara a cabo un proyecto económico muy similar al de Bolsonaro, pero que también respetara la democracia. El problema es que este “tipo ideal” —la llamada tercera vía— parece tener poco atractivo entre las masas. Si por un lado el 7 de septiembre dejó claro que Bolsonaro tiene un sólido apoyo de su electorado, por otro, Lula parece liderar todas las encuestas en la carrera presidencial. Mientras Bolsonaro y Lula sean elegibles, no surgirá el candidato de la tercera vía.
Hasta ahora, las clases dominantes no se han movido con fuerza. Ni hacia la ruptura, —acompañando a Bolsonaro—, ni hacia la caída del presidente. Estas acciones no se expresan tanto de forma directa, pero se pueden observar, por ejemplo, en el Congreso Nacional. La parálisis del Presidente de la Cámara de Diputados y del Presidente del Senado Federal es sintomática, y evidencia que, para el gran capital, o bien no es el momento de actuar, o bien no hay acuerdo sobre lo que debe hacerse.
Los escándalos que involucran al gobierno de Bolsonaro, divulgados por la Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) de Covid-19, y los propios discursos de Bolsonaro durante los actos del 7 de septiembre, ya serían elementos suficientes para la apertura de un proceso de impeachment, y sin embargo no ocurre.
Si se opta por no llevar a cabo un proceso de impeachment, esto significaría “aguantar” los intentos golpistas o sumergirse en ellos. El escenario de derrocamiento iría acompañado de una apuesta por la tercera vía, o bien implicaría la aceptación del regreso de Lula. En ese caso, el diagnóstico de las clases dominantes bien podría ser que se hizo la mayor parte del trabajo durante los gobiernos de Temer y Bolsonaro, y que un gobierno de Lula —bajo su tutela— cumpliría sus objetivos.
Mientras Bolsonaro siga en el poder y persista la connivencia con los poderosos, el país vivirá en medio de la inestabilidad política, y el 7 de septiembre de 2021 pasará a la historia como un episodio destacado de la crisis institucional en el país. Las posibilidades están dadas y los intentos de golpe de Bolsonaro, seguidos por la parálisis del Congreso, muestran que esta historia está lejos de terminar.
Por Marcelo Depieri*
*Marcelo Depieri es integrante del Observatorio de coyuntura en América Latina y el Caribe (OBSAL), que impulsa el Instituto Tricontinental de Investigación Social.