El pasado 30 de mayo Brasilia fue anfitriona de la Cumbre de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), a la que asistieron 11 líderes del hemisferio sur del continente. El renacimiento del bloque fue iniciativa de Inacio Lula Da Silva para reorganizar la región bajo su liderazgo. Una vieja política en un contexto internacional con menos margen que el de su primera versión.
Durante el encuentro el centro del debate fue la integración del subcontinente tanto política como económicamente, pero con la crisis de Venezuela como punto de divergencias.
Más allá de todo, el corto documento final, lleno de generalidades, fue suscripto por todos los mandatarios. Haremos un recorrido para pensar si estamos ante el resurgir de la Unasur o se trata de un camino ya muerto.
El auge y caída de la Unasur
La Unasur nació de los debates impulsados por el expresidente brasileño Fernando Henrique Cardoso en el 2000 y una propuesta del venezolano Hugo Chávez en una cumbre de 2004. Se constituyó en 2008 como una herramienta de integración estructural, con presupuesto y funciones muy amplias, de enfoque “post neoliberal” y sostenida en un relativo consenso entre varios de los gobiernos sudamericanos en torno a la revalorización del mercado interno, la centralidad de vínculos regionales en la geopolítica, y la inversión estatal como instrumento vital para aumentar la productividad.
Todo esto en un momento de altos precios de las materias primas, principales productos de exportación de los países suramericanos, atadas al ciclo de crecimiento de China.
Las manifestaciones del “No al Alca” de Mar del Plata en 2005, crearon el escenario ideal para las negociaciones de Nestor Kichner, Lula y Chávez en la Cumbre de las Américas, la contraposición entre la integración política latinoamericana “heterodoxa” y la propuesta de George Bush de libre mercado favorable a Estados Unidos fue un signo del cambio de época. En Unasur se plasmó un proyecto amplio, con el objetivo de construir mecanismos de integración cultural, político y económico de Sudamérica para contrarrestar la influencia de Estados Unidos, que contaba con herramientas como la OEA y el BID.
Su Tratado Constitutivo se firmó en 2008 y entró en vigor en 2011, tras la aprobación del acuerdo por los Parlamentos de los 12 países miembros. Su intención era integrar a todos los gobiernos de Sudamérica, sin exclusiones, lograr la legitimidad suficiente para negociar en bloque, resolver sin intervención externa las crisis políticas de sus miembros, apelando a mecanismos multilaterales de resolución de conflictos (como las cumbres) y crear estructuras e instituciones que fortalezcan la dimensión económica, tecnológica, financiera y burocrática de la integración, funciones hoy absorbidas por la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI).
La organización tuvo cumbres exitosas durante las crisis de la medialuna en Bolivia (2008) y tras el levantamiento policial en Ecuador de 2010, probablemente su etapa de mayor actividad. Paraguay fue excluido después del Golpe de Estado parlamentario de julio de 2012 contra el Presidente Fernando Lugo. La intervención de Unasur no pudo evitar el desplazamiento del mandatario. Ese golpe, inauguró una metodología conocida como “golpe institucional” que tuvo episodios posteriores en Brasil contra Dilma Roussef (2016) y en Bolivia contra Evo Morales (2019).
Entre 2014 y 2019 la Unasur comenzó un largo declive. La fallida gestión del colombiano Ernesto Samper dejó sin cabeza a la institución por falta de consenso en 2017. Quedó totalmente inactivo durante la Presidencia Pro tempore de Argentina en 2018, ya que el Presidente Mauricio Macri impulsaba el “Grupo de Lima”, surgido en agosto de 2017 para marginar internacionalmente la Venezuela de Maduro.
Con el auspicio de Donald Trump, el apoyo del colombiano Iván Duque, el chileno Iván Piñera, el golpista brasileño Michelle Temer y el efímero banquero peruano Pedro Kuczynski, el Grupo integró al autoproclamado presidente de Venezuela Juan Guaidó. En ese momento legitimaron el congelamiento de miles de millones de reservas e inversiones del Estado venezolano y apoyaron el golpe de 2019 contra Evo Morales por parte de la hoy encarcelada Jeanine Añez. En 2019 Jair Bolsonaro se retiró de la Unasur y disolvió de hecho la organización.
¿Renacimiento de un bloque?
Es un escenario distinto al de 4 años atrás. El impacto de la pandemia en las cadenas de suministro globales, la guerra en Ucrania, el fracaso del “Grupo de Lima”, y el cambio de signo político en Argentina, Brasil, Chile y Colombia habilitan un resurgimiento del discurso regionalista. El agotamiento de ciclos políticos y económicos, la heterogeneidad de intereses al interior de cada país y la relación con las potencias globales frustraron los procesos de integración desde la década del 60. Pero ciertas instituciones como el Mercosur, la CAI, el ALBA, el ALADI y la Alianza del Pacífico siguen activos y aumentan la complementariedad de estructuras sub e intra regionales, es vital tener en cuenta ambas dimensiones para comprender los límites y potencialidades de estás políticas de integración.
La Cumbre fue por iniciativa del presidente de Brasil, Inacio Lula Da Silva, quien está relanzando a Brasil como un jugador global. Desde la visita a Beijing, el acercamiento a Moscú, la designación de Dilma Roussef como Presidenta del Banco de los BRICS y el fortalecimiento de ese espacio, Brasil comenzó a dar muestras de autonomía en relación a los Estados Unidos. Para Brasilia, UNASUR es una herramienta geopolítica que le permite hacer pesar su hegemonía regional, negociar como bloque temas de interés común, fortalecer el diálogo político entre los gobiernos y crear las condiciones para aumentar el volumen de los intercambios, las inversiones y la infraestructura del sub continente, impulsando una agenda común acorde con la intención de proyectar la influencia de Brasil a escala global.
Aunque la cumbre de Brasilia no logró reconstruir UNASUR, pudo traer a Venezuela a un espacio multilateral sudamericano por primera vez desde 2018. Se plantean las perspectivas de una salida “negociada” a la prolongada crisis política venezolana. La UNASUR busca potenciar lo que, desde el año pasado, impulsan Alberto Fernández, Gustavo Petro y el francés Emmanuel Macron, en un movimiento acorde al “deshielo” que se viene trabajando entre Caracas y Washington. Tras la llegada de Biden a la Casa Blanca y la extinción del “mandato fantasma” de Juan Guaidó, se fueron relajando las sanciones a Venezuela a cambio de mayor acceso al petróleo del país por parte de Estados Unidos en el marco de las tensiones con Rusia por Ucrania para equilibrar los precios globales.
Por su parte, Lula busca afirmar su liderazgo en el tema venezolano al impulsar la colaboración entre Petro y Maduro, que restablecieron relaciones bilaterales en abril con la bendición de Brasilia y Estados Unidos. Maduro es el principal beneficiado de la Cumbre, tras años de aislamiento y bloqueo criminal, por fin negocia con EE.UU. aliviar las sanciones y liberar los fondos retenidos en cuentas en el extranjero, discute con Colombia cuestiones como la crisis migratoria, el intercambio comercial y la garantía de las conversaciones de paz entre Bogotá y el ELN, y saca a relucir su cercanía con Lula al ser integrado a un espacio de discusión multilateral.
Por otro lado, el conservador uruguayo Lacalle Pou y el progresista chileno Gabriel Boric rechazaron el relanzamiento de Unasur y negaron la legitimidad del gobierno venezolano, privilegiando los espacios de integración “ya existentes”. Pero firmaron un documento de consenso con todos los demás países (incluyendo Venezuela) y se comprometieron a una nueva cumbre en el futuro.
El “Consenso de Brasilia” no avanzó en acuerdos concretos más allá de la retórica sobre la crisis climática, las amenazas a la seguridad internacional y el aumento de desigualdades sociales, asumiendo un compromiso de rigor: “contra la pobreza, el hambre y todas las formas de desigualdad y discriminación”.
En ningún párrafo de los 9 puntos se menciona a la Unasur, ni cómo sería el diseño institucional o la hoja de ruta del bloque. Plantea la necesidad de movilizar bancos de desarrollo regionales como la Corporación Andina de Fomento, Fonplata, Banco do Sul y el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social, pero no hay perspectivas de una coordinación única similar al Banco de los BRICS, mucho menos de “desdolarizar” los intercambios o crear una divisa común. Sin embargo, la creación de instituciones para darle forma a un proceso de integración común será vital durante las próximas décadas, signadas seguramente por una violenta transición hegemónica entre dos potencias claves para la región: Estados Unidos y China.