Soberanía alimentaria: la lucha por la tierra y la producción de alimentos

Cada 16 de octubre, el Día Internacional de la Soberanía Alimentaria nos recuerda la urgente batalla global por el control de la tierra y los alimentos. Esta idea nace en 1996 desde la organización Vía Campesina Internacional como contrapartida política, al concepto de Seguridad Alimentaria. Es una respuesta superadora a la forma del agronegocio que defiende el uso de agroquímicos y fue planteada de forma global por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

La historia de este concepto cambió para siempre la visión de la lucha por la tierra después de la caída del muro de Berlín y está vinculada a la agroecología que es un sistema de producción más amigable con el medio ambiente, sin agroquímicos y considera al alimento con una finalidad social. Surge, además, en el contexto de las reformas estructurales neoliberales que ocasionaron la producción de un régimen alimentario de hambre a nivel mundial.

Según el último Informe mundial sobre las crisis alimentarias de abril del 2024, alrededor de 282 millones de personas en 59 países experimentaron altos niveles de hambre aguda en 2023. Significa un aumento mundial de 24 millones de personas con respecto al año anterior. Este aumento se debió a la mayor cobertura del informe de los contextos de crisis alimentaria y especialmente por los bombardeos en la Franja de Gaza y la crisis en Sudán.

La primera soberanía de un pueblo es poder garantizar alimentos saludables para toda su gente. Entonces, se muestra desde el año 1993, no sólo como un proyecto de resistencia a tal régimen de hambre y marginación, sino también como propuesta de alternativas concretas en múltiples escalas desde lo doméstico, comunitario y local abarcando además lo continental. En términos políticos la unión de estas organizaciones campesinas representa una respuesta popular al actual cambio climático que vivimos y la necesidad de cambiar la agricultura industrializada hacia modelos más sustentables para la naturaleza y la gente. Esta opción democratiza efectivamente la producción y el acceso a los alimentos a partir de una Reforma Agraria Popular e Integral.

Nacimiento de La Vía Campesina

La Vía Campesina Internacional se constituyó oficialmente el 16 de mayo de 1993 en Mons, Bélgica, tras un proceso de articulación entre organizaciones campesinas de Europa, América Latina y el Caribe. Rafael Alegría, referente de la Central Nacional de Trabajadores del Campo (CNTC) de Honduras, expresó en una entrevista para ARG Medios cómo surgió la iniciativa: “En 1992, durante el congreso de la Unión Nacional de Agricultores y Ganaderos de Nicaragua, se invitó a organizaciones de Europa, el Caribe, Canadá y Centroamérica, en un contexto marcado por los ajustes estructurales y las políticas neoliberales en la agricultura”.

En esa misma línea, Francisca Ramírez, de la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (ANAMURI), describió el proceso de formación: “Surge del proceso de resistencia indígena, campesina, negra y popular. La primera semilla la plantamos en Mons, Bélgica, con la constitución de la alianza campesina que nos llenó de esperanzas”.

El Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil también jugó un rol clave en la fundación de La Vía Campesina. Como señaló uno de sus miembros fundacionales, João Pedro Stedile, “convocamos a organizaciones de Argentina, Chile, Colombia y Nicaragua, estableciendo una red de movimientos campesinos que continúa creciendo hasta el día de hoy”.

El rol de las organizaciones campesinas en la defensa de la soberanía alimentaria

En la defensa de la soberanía alimentaria, las organizaciones campesinas no solo buscan garantizar el acceso a alimentos, sino también enfrentan una disputa por el control de recursos clave como la tierra, el agua y las semillas. Lucas Pinto, Doctor en Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Nacional de Quilmes, investigador del CONICET y militante de la Federación Rural, señaló que “existe una lucha por los recursos naturales y la tecnología entre dos modelos antagónicos: uno que mercantiliza los alimentos y otro que los concibe como un bien social”.

El concepto de soberanía alimentaria se enfrenta a la presión de dos modelos productivos contrapuestos. Según el ingeniero agrónomo, productor y miembro de la Federación Rural para la Producción y el Arraigo, Fernando Castro Schüle se encuentra el modelo industrial mercantilista que ve a los alimentos como una mercancía económica. Este sistema está marcado por la concentración de recursos en grandes corporaciones y favorece la explotación intensiva de la tierra, priorizando el beneficio económico sobre las necesidades sociales. En contraste, Fernando señala la importancia de un enfoque donde los alimentos sean un bien social, accesible y fundamental para la subsistencia de las comunidades.

“existe una lucha por los recursos naturales y la tecnología entre dos modelos antagónicos: uno que mercantiliza los alimentos y otro que los concibe como un bien social”, señana Lucas Pinto.

En su análisis, Schüle resalta cómo la Revolución Verde modificó profundamente las dinámicas del sector agrícola. “La dependencia de las semillas híbridas generó una relación de poder que subordina a los pequeños productores a las grandes corporaciones”, advierte el agrónomo. Esta situación ha limitado la autonomía de los campesinos y agricultores familiares, quienes tradicionalmente basaban su subsistencia en el intercambio y conservación de semillas propias. Para Schüle, esto ha erosionado la capacidad de muchos productores de garantizar su propia seguridad alimentaria y la de sus comunidades.

Fernando explica que este proceso ha transformado los alimentos en simples mercancías, sometidas a las leyes del mercado y los intereses de grandes corporaciones. “Si lo miramos desde esa perspectiva, evidentemente estamos en una situación de total dependencia e inseguridad”, advierte Schule, al referirse a cómo los precios de los alimentos están a merced de las cotizaciones de la Bolsa de Chicago. Esta situación afecta tanto a los pequeños productores como a los consumidores, que dependen de un sistema que prioriza la rentabilidad sobre las necesidades básicas de la población.

Uno de los factores que acentúa esta crisis es la competencia de las zonas productivas. Según Schüle, “el desarrollo de los biocombustibles compite directamente con la superficie productiva de alimentos”, lo que genera una mayor presión sobre los precios y aumenta la especulación de todos los costos de producción de materias primas. Este modelo económico, basado en la agricultura química y extractivista, beneficia principalmente a los grandes emporios de exportación de commodities que cartelizan el mercado internacional alimenticio. Sus ganancias siderales condicionan a todos los gobiernos de países subdesarrollados. “Abusa de la necesidad primitiva de la sociedad de sobrevivir”, crítica Schüle, haciendo hincapié que esta lógica de mercado agrava la situación de hambre y marginación en el mundo.

La Vía de acceso a alimentos sanos para una mayoría con hambre 

En La vía campesina hay una racionalidad con los recursos productivos de contener la estrategia de autoabastecimiento sumada a la comercialización de los mismos. No quiere decir que no sea rentable lo producido en las chacras o quintas. Pero se traduce en la diversidad productiva, no solamente hacer variedad de verduras sino incluir e incorporar la producción de cría en términos de las aves de corral o animales grandes. Significa tener el campo con las gallinas para huevo y/o pastizal para la producción de carne vacuna. En los montes tener una cabra lechera, el huerto frutal, eso es hoy la agricultura familiar, campesina e indígena. Las racionalidades de la Vía campesina es la estrategia de garantizar el acceso a alimentos en todos los territorios y en todos los pueblos a un precio justo. Donde la cadena, de la tierra a la cocina, sea la más corta posible para no gastar combustibles de manera ilógica sumando gases de efecto invernadero a la capa de ozono.

En el mundo un 50% de los alimentos se desperdician por las extensas cadenas de producción y comercialización.  Según la Vía Campesina: “la labranza cero, el combustible fósil, los agroquímicos, el monocultivo y la cría intensiva en total suman 11% de las emisiones de gases de efecto invernadero al mundo”. La Soberanía Alimentaria, por otro lado, presenta una reforma revolucionaria. Reconoce a la gente y las comunidades locales como agentes centrales en la lucha contra la pobreza y el hambre.

Como recuerda la declaración oficial de la Vía Campesina por los 25 años de lucha colectiva por la Soberanía Alimentaria: “Requiere comunidades locales fuertes y defiende su derecho a producir y consumir antes de comercializar el excedente. Demanda autonomía y condiciones objetivas para el uso de los recursos locales, exige la reforma agraria y la propiedad colectiva de los territorios. Defiende los derechos de las comunidades campesinas a usar, guardar e intercambiar semillas. Defiende los derechos de las personas a comer alimentos saludables y nutritivos. Fomenta los ciclos productivos agroecológicos, respetando las diversidades climáticas y culturales de cada comunidad. Exige un orden comercial internacional basado en la cooperación y la compasión frente a la competencia y la coacción.”