¿Cómo se construye “la mala víctima” del gatillo fácil?

Un diálogo con Esteban Rodríguez Alzueta sobre el entramado social y mediático detrás del gatillo fácil. “La portación de cara no es un invento de la policía”.

En las últimas semanas, dos hechos de gatillo fácil tomaron destaque mediático: el de Lucas Gonzalez y el de Luciano Olivera. Nuestro país ya acumula 400 casos de gatillo fácil en lo que va del año, al tiempo que la Ciudad de Buenos Aires contabiliza 121 desde la creación de esa fuerza, en 2016. Lo cierto es que sólo conocemos algunos de estos episodios, generalmente, los que toman relevancia por la responsabilidad policial o por la condición del pibe asesinado. Lo último, tiene que ver con el “estatus de la víctima”.

Es el caso de Lucas Gonzáles, baleado por un agente policial de la Ciudad de Buenos Aires, donde rapidamente se puso en debate lo que el adolescente estaba haciendo al momento de los hechos. En definitiva, ninguna acción —ni siquiera robar— modificaría el hecho de que un policía lo haya asesinado. 

En diálogo con Esteban Rodríguez Alzueta, abogado, doctor en Ciencias Sociales y docente de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ,) indagamos cómo los medios construyen a la figura del “pibe chorro”. Rodríguez Alzueta sostiene que la idea “es un artefacto compuesto por muchos relatos y alianzas entre distintos operadores judiciales, periodistas estrella y los empresarios morales que encontramos también en los barrios”. Para construir mediáticamente esas nocione, es necesario que exista la “habladuría” de la calle, del barrio, de lo cotidiano.

“La figura del pibe chorro es una figura moralista en tanto está compuesta por categorías nativas que, antes de buscar comprender la realidad, se apresuran a abrir un juicio negativo sobre los actores sociales comprendidos en ella”, dice Rodriguez Alzueta. Y agrega: “la portación de cara no es un invento de la policía”, sino que es producto de una sociedad que criminaliza a estos sectores a partir de acciones como “cruzar la calle, acelerar y agarrar fuerte la mochila contra el pecho cuando vienen dos pibitos caminando de frente”, entre otras. 

En este sentido social están incluidos los medios de comunicación como actores responsables de cristalizar y difundir nociones en torno a esas identidades jóvenes. Para que los medios instalen estigmas y sentidos es necesario contar con una sociedad que los avale, reproduzca y ponga en práctica. Se trata de una relación dialéctica medios / sociedad.

En los medios, la noción del “menor de edad” está asociada a los adolescentes pobres, de barrio, al delito, a los institutos. Mientras que cuando se habla positivamente de la juventud (la juventud “de bien”, la que estudia, hace deportes y pertenece generalmente a una clase media, media alta) se lo hace con palabras como “joven”, “adolescente”.

En 2018, el diario La Nación tituló: “Casi 11.000 chicos fueron detenidos en poco más de un año en Buenos Aires”. Durante el desarrollo de la nota habla de “bandas de menores delincuentes”, “grupos organizados” y “violentos robos”. El discurso de este medio sobre los menores se asemeja a otros que hablan de subversión, terrorismo y grupos organizados de delincuencia.

La “buena víctima” y la “mala víctima”

Al igual que sucede con los hechos de femicidio (por ejemplo, Melina Romero y Ángeles Rawson, siendo la primera la “mala víctima” y la segunda la “buena víctima”), en los casos de gatillo fácil existe una división de las víctimas según su condición socio económica y lo que estaba haciendo.

Los medios refuerzan estereotipos criminalizantes respecto de aquellos jóvenes que “estaban cometiendo un delito” y consecuentemente “eran malos”. Rodriguez Alzueta agrega que para la sociedad y los medios “los pibes chorros” tienen ciertas pautas de consumo, por ende deben cumplir con “ciertos estereotipos” para ser considerados como tales: “andar con gorrita, usar ropa deportiva, andar con motitos tuneadas o bicicletas playeras”, esto es “una imagen mitificada porque es una representación que los saca y nos saca de la historia, que los ve como seres extraños”.

“Quiero justicia por mi hijo porque es una buena persona” / “¿A ustedes les parece que tengan un arma los chicos? Ellos recién salían de probarse en un club” / “Estamos destruídos, no tenían derecho a hacerle lo que le hicieron a mi hijo. El venía de entrenar nomás” / “Joaquín soñaba con jugar al fútbol”. Son todos fragmentos de notas vinculadas a casos de gatillo fácil en los cuales el adolescente asesinado no estaba robando.

Si el pibe no estaba robando —es bueno— entonces no merecía morir / si el pibe estaba robando —es malo— merecía morir. Estos comentarios están presentes incluso en boca de madres y padres de pibes víctimas del gatillo fácil. Es tal la construcción que existe sobre esos jóvenes, que hasta ellos, atravesados por el dolor, se encuentran justificando por qué su hijo no merecía la muerte.

Lucas estaba volviendo de entrenar. Repetirlo no devuelve a Lucas ni le quita responsabilidad al policía que lo mató, en medio de lo que algunos medios dieron en caracterizar como una “persecución”. Clarín, en este sentido, publicó un titular que luego modificó: “Persecución y tiroteo en Barracas: un ladrón fue baleado en la cabeza”. Pero no hubo tal robo.

No le puede pasar a cualquiera. Le pasa a los varones jóvenes de barrio. No le pasa a las mujeres (no con la misma frecuencia), ni a las personas de clase media / media alta. 

“Detrás de la figura del pibe chorro están las habladurías a través de las cuales se referencia como problemáticos a determinados actores que casi siempre tienen las mismas cualidades: son jóvenes, morochos, pobres, tienen determinadas pautas de consumo y estilos de vida” remarca Esteban Rodríguez Alzueta. Y agrega que estas formas de titular ubican a estos jóvenes varones como “actores extraños”, ajenos a la sociedad.