De planeros, alimentos y otras hierbas

El Gobierno lanza guiños a un establishment que clava el visto y no acata siquiera un acuerdo sobre el precio de los alimentos. Mientras tanto, el mundo del trabajo se mueve sin ver grandes modificaciones en el horizonte.

precios alimentos

Si septiembre fue un cachetazo, octubre fue el tambaleo. El cambio de Gabinete posterior a la derrota electoral supuso más un espaldarazo de la estructura del Partido Justicialista que una solución superadora a la crisis interna del Frente de Todos y la gestión de gobierno.

El objetivo encarado en 2019, que depositaba una fe casi ciega en el rebote económico y el desarrollo productivo, tastabilla frente a las consecuencias multifacéticas de la pandemia y un FMI cada vez más exigente. En este escenario, no se avizoran nuevas orientaciones. Nunca un gobierno de coalición —más aun, un gobierno de transición— ha dado grandes giros ni golpes de timón, y esta no parece la excepción.

Para el Gobierno, hoy el sueño casi nostálgico de la recuperación “nestorista” amerita algunos ajustes, empezando por las variables más débiles. Lejos de generar grandes olas desde una confrontación abierta contra las grandes empresas monopólicas, las corporaciones extractivas, los grupos financieros trasnacionales y el Fondo Monetario Internacional, lo que hay es un meticuloso conteo de costillas de los ingresos destinados a los últimos de la fila. Detrás del discurso de “transformar los planes en trabajo” comienza la fiebre “empresario friendly”, que implica una lista de tareas bien cumplidas como la presencia en el coloquio de IDEA, mesa con grandes corporaciones y viajes a Estados Unidos.

Pero ese establishment, que parece no haberse movido un ápice de los planes que sostiene hace ya varios años, no da cuenta de los guiños, y descarta incluso la posibilidad de negociar un congelamiento de precios en productos alimenticios. Fiel a su naturaleza, amenaza incluso al conjunto de la población con posibilidades de desabastecimiento y pone a corear en grandes medios de comunicación a los portavoces del discurso liberal que juran y recontra juran que la política de tope en los precios nunca ha servido para nada.

¿Y quién sí banca la política de congelamiento de precios? ¿Quién lo hace por mera supervivencia a esta altura? Las organizaciones sociales, los pequeños productores, las PyMEs y las defensorías de consumidores. Aquellos a los que les cuenta las costillas o que reciben respuestas lentas son justamente los que apoyan las medidas. El Frente de Todos sufre (consciente o inconscientemente) las consecuencias de una máxima política básica: todo lo que no avanza, retrocede.

“El Frente de Todos sufre (consciente o inconscientemente) las consecuencias de una máxima política básica: todo lo que no avanza, retrocede”

Retrocede en la conquista de una agenda social que pondere la economía popular como nueva forma de relación económica y social de los sectores más excluidos de la clase trabajadora. Tira por la borda el cúmulo de conquistas que implicaba hablar de Salario Social Complemetario (no plan social) como prestación económica individual e intransferible que complementa los ingresos diarios que el trabajador excluido percibe por actividades que no están dentro de los sistemas formales. Por el contrario, cede ante el ideario liberal que tilda a los mas postergados de vagos, planeros y arrendores de pobres, y a los sectores dominantes como únicos capaces de generar trabajo de carácter genuino.

En sus franco retroceso conceptual, ensaya un neo “programa Empalme” (fracaso de la gestión macrista) de subsidio disfrazado a empresa privadas para la generación de empleos con condiciones laborales inciertas. O bien figuras legales ya existentes como el monotributo productivo, tan similar al monotributo social que parece una broma (lamentablemente no lo es, solo es una incoherencia de gestión pública). Básicamente, apuesta a que el mercado privado de empleo resuelva lo que no resolvió ni en los mejores años de crecimiento.

En su raid de retrocesos y tiros en el pie, ¿qué es lo que pierde el gobierno por contar costillas por abajo y hacer guiños por arriba? Espalda social, competitividad en la puja redistributiva y capacidad de planificación.

Vayamos al ejemplo concreto de los alimentos. La mayor parte de las frutas y verduras que se consumen en la mesa de los argentinos son producidas por la economía popular. Quinteros, pequeños arrendatarios, son una parte esencial de la cadena productiva de alimentos y justamente son quienes menos ven de las grandes ganancias. El principal déficit del Estado a la hora de discutir los precios de los alimentos es justamente su falta de incidencia —más allá del plano fiscal— en la cadena de producción y comercialización de alimentos. El Estado no produce, no controla empresas de distribución, no cuenta con cadenas masivas de comercialización.

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“Va a haber desabastecimiento, no tenga ninguna duda”, aseguró Mario Grinman, presidente de la Cámara de Comercio y Servicios.

El acceso a lotes productivos para cooperativas y pequeñas empresas agrarias, el equipamiento, la protección de los cordones hortícolas, la generación de una empresa pública de alimentos que nuclee producción-transporte-comercialización, la real implementación de la Ley de Góndolas, son solo una pequeña parte de un paquete antiinflacionario aún mayor, que pase de medidas torniquetes como el control de precios a condicionar mínimamente un poco la dinámica caótica del mercado. Todo esto en pos de recuperar e imponer una planificación que pondere derecho, consumo y trabajo en las grandes mayorías

¿Quién sino va a ordenar? ¿El mercado laboral privado? No estaría siendo el caso y puede que no lo sea por un largo tiempo. Con estos signos de modorra y conformismo, menos aun se podrán poner sobre la agenda debates como un plan integral de urbanización, el salario básico universal y la estatización de empresas estratégicas.

Pero así como la post pandemia ha dejado un tendal de desigualdades, también ha tendido varios inconformismos. La paulatina recuperación del espacio público por parte de los sectores subalternos a la hora de hacer oír sus demandas comenzará a cobrar su lugar en la agenda. La bronca y el descontento expresado en las elecciones puede expresarse en otros modos, quizá más cercanos de lo que parecen. Los dirigentes sociales, sindicales y políticos deberán demostrar si están a la altura del horizonte incierto que necesita esa bronca y sintetizar el programa de cambio que requiere. Mientras tanto, solo discutiremos de alimentos, planeros y otras hierbas.