Desde que nos enteramos, apenas dos días antes del 2022, que el Ministerio de Ambiente de Nación había autorizado la exploración sísmica para la extracción de petróleo en el Mar Argentino, las voces a favor y en contra de un proyecto pergeñado por el macrismo amplificaron sus graves y agudos.
Por un lado, quienes defienden el extractivismo creyendo que de esta manera conquistaremos mayor soberanía y/o crecimiento económico. Por el otro, quienes entendemos que estas prácticas reproducen un modelo de desarrollo a todas luces parcial y obsoleto, que sigue subestimando el valor de los bienes comunes y los límites de nuestra casa común.
Más allá de esta polaridad —que es genuina, pero que es síntoma de un malestar de nuestro sistema político—, es necesario abandonar las orillas y adentrarnos en las profundidades de un debate postergado, que exige además la participación de distintos actores: del Estado y sus instituciones, del empresariado y las organizaciones, de quienes tienen conocimientos técnicos y científicos, y sobre todo, de quienes habitamos los territorios.
Es momento de poner en debate el modelo de desarrollo de país que queremos, que necesitamos y que nuestro planeta tolera. Porque ahí radica la cuestión: ya no hay mundo que aguante nuestra voracidad, nuestra ignorancia y subestimación. El cambio climático es un hecho, y el calentamiento global una cuenta regresiva. No por nada la mayoría de los países del mundo —el nuestro incluido— suscriben acuerdos internacionales para reducir las emisiones o para contribuir al desarrollo de políticas públicas que tiendan a prevenir y mitigar los efectos de la crisis ambiental. ¡Es ahora!
A contramano de todos esos compromisos, autorizar la exploración sísmica offshore con fines de explotación hidrocarburífera sin el debido consenso social ratifica el rumbo que nos trajo hasta acá, el de una economía que —en el mejor de los casos— genera divisas, desarrollo y empleo a costa de prácticas que contaminan los territorios, enferman a sus poblaciones y profundizan las desigualdades.
En este sentido, vale decir que el extractivismo, entendido como la sobreexplotacón y el saqueo de nuestros recursos naturales para afianzar la exportación de commodities y la generación de divisas, no puede ser pilar de ningún modelo de desarrollo y crecimiento para la Argentina.
En este contexto, la resolución 436/2021 que firmó Juan Cabandié el 30 de diciembre —sin anuncio oficial y sin siquiera un comentario en su cuenta de Twitter— parece a medida de los poderes concentrados y antipopulares. Por caso, el Fondo Monetario Internacional con el que nuestro país negocia la deuda contraída por el macrismo de la mano de Juan José Aranguren, el CEO que Shell puso en el Ministro de Energía y Minería, el mismo que ideó e impulsó en 2018 los concursos para la exploración y explotación de hidrocarburos en el Mar Argentino.
#Atlanticazo #MarSinPetroleras "Nadie quiere un mar negro y sucio" https://t.co/tbc0BcRcxC pic.twitter.com/lgrT6NcOHN
— ANRed #25Años (@Red__Accion) January 7, 2022
Frente a ese cuadro de situación, hay que ser claros: no podemos pagar la deuda externa profundizando una matriz de saqueo que exporta commodities e importa los pasivos ambientales que las grandes potencias ya no quieren tener en sus países. No podemos caer en esa trampa. Al FMI lo conducen las potencias que quieren primarizar y extranjerizar nuestras economías, y si les pagamos haciendo eso, no nos libramos del Fondo: nos subordinamos a él.
Debemos asumir, de una vez por todas, que el paradigma de desarrollo que se pretende prolongar con este tipo de medidas está en crisis. No sólo acá, sino a nivel global: las formas de concebir, construir y consolidar desarrollo han destruido el planeta, no han ampliado los ámbitos de participación comunitaria o ciudadana, ni han reducido sustancialmente la pobreza ni los niveles de desigualdad, más allá de algunos lapsos de mayor bienestar o restitución de derechos para el pueblo.
La receta capitalista nos empachó a todes, aunque especialmente a les jóvenes que han tomado la delantera y hoy son quienes promueven los procesos de denuncia, resistencia y construcción de alternativas frente al cambio climático. El Plan de Desarrollo Humano Integral es un ejemplo claro de esa urgencia por construir respuestas que, desde abajo y para todes, garanticen un presente y un futuro con derechos esenciales.
El #Chubutazo contra la megaminería y el #Atlanticazo contra el extractivismo hidrocarburífero offshore son expresión del hartazgo social de no ser escuchados por quienes toman las decisiones. Pero además, estas masivas movilizaciones populares también reafirman la capacidad de nuestro pueblo de gestar comunión entre organizaciones ambientales, movimientos sociales y vecinos y vecinas que no sólo logran poner los temas en agenda, sino reforzar una tendencia de época: la de consolidar un movimiento socioambiental dispuesto a poner un límite a este paradigma y aportar concretamente a construir una transición hacia a un sistema productivo integral.
Los que vienen, necesariamente, deben ser tiempos de cambios, de transformaciones capaces de alterar nuestra mirada antropocéntrica y utilitarista del planeta. Construir resistencia es fundamental para generar consciencia y en eso estamos, en la Costa y en tantos otros puntos del país. Sin embargo, sabemos que no alcanza y que hay que tomar la delantera y participar activamente de las políticas y las estrategias de transición que garanticen la vida y el desarrollo a futuro. De lo contrario, no habrá planeta que aguante. Y no hay otro de repuesto.