Por primera vez en la historia, el gobierno de Estados Unidos reconoció el Genocidio Armenio. A través de un comunicado emitido por la Casa Blanca el 24 de abril, el presidente Joe Biden calificó de genocidio la matanza y persecución contra armenios por parte del Imperio Otomano entre 1915 y 1923, donde se estima que un millón y medio de personas fueron asesinadas y desplazadas.
Si bien tal reconocimiento es considerado un hecho histórico, el mismo encuentra poco respaldo en las decisiones políticas del país norteamericano. Días después del anuncio, la administración estadounidense suspendió la sanción 907 en el Congreso, que establece restricciones legales a la ayuda militar de Estados Unidos al Gobierno de Azerbaiyán hasta tanto sea resuelto el conflicto en la zona de Nagorno Karabaj.
La medida fue repudiada por el Comité Nacional Armenio en el país (ANCA) a través de un comunicado firmado por su director ejecutivo, Aram Hamparian, donde expresó: “El reconocimiento estadounidense del Genocidio Armenio conlleva responsabilidades, entre ellas la de no armar o instigar a Azerbaiyán a completar este crimen. Cualquier acción del presidente Biden que dé luz verde a la ayuda de Estados Unidos al régimen de Ilham Aliyev [presidente azerí] va en contra de su clara postura y, más profundamente, del espíritu de su reciente reconocimiento del Genocidio Armenio”.
Estados Unidos es el trigésimo país que reconoce hasta ahora el genocidio. Con el comunicado de la Casa Blanca, vino la respuesta del gobierno turco a través de su Ministro de Relaciones Exteriores, Mevlut Çavusoglu: “Las palabras no pueden cambiar ni reescribir la historia. No tenemos que aprender nada de nadie respecto a nuestro propio pasado”, publicó en Twitter, al tiempo que acusó al gobierno Biden de populista: “El oportunismo político es la mayor traición a la paz y la justicia. Rechazamos completamente esta declaración basada únicamente en el populismo”.
La (aparente) nueva postura de Estados Unidos
El reconocimiento del genocidio armenio por parte de la administración Biden tomó por sorpresa a la comunidad internacional, que en su mayoría celebró la decisión del mandatario. Desde la comunidad armenia fue recibida con satisfacción, aunque también con cierto recelo, principalmente después del anuncio de la suspensión de la sanción 907.
Arshaluis Tatoulian es armenia, se formó como Licenciada en Relaciones Públicas e Institucionales en Argentina, donde vive desde los 4 años y participa activamente de la colectividad impulsando el trabajo de la memoria armenia. En diálogo con ARG Medios, explica que el reconocimiento “a nivel gubernamental fue recibido muy bien, pero hay un sector de la política y de la academia que lo recibió con mucha cautela porque sabían que esto no iba a tener implicancias reales”.
A su vez, Tatoulian explica que el anuncio fue bien recibido por los armenios en ese país: “En Estados Unidos hay casi dos millones de armenios y es una comunidad que además tiene un peso en la economía, en la cultura, en la política, muy presente y activa […] Esto para Estados Unidos es algo histórico porque siempre se prometió el reconocimiento del genocidio en las campañas electorales, porque buscan ganar los votos de una comunidad que tiene peso. Biden es el primero en decir que lo va a reconocer en campaña y lo hace. Pero si bien fue anunciado y está la carta publicada por el presidente, sabemos que eso tiene que pasar por varias instancias. Y viendo el anuncio que vino después, se puede decir que fue una simple formalidad que sirvió para endulzar los oídos”.
En ese sentido, el objetivo del reconocimiento —que es la reparación histórica del pueblo armenio— queda en segundo plano teniendo en cuenta las tensiones que se viven históricamente entre Armenia y Azerbaiyán, agravadas tras el conflicto de 2020. Tanto el repudio del gobierno turco como las constantes amenazas de ataques por parte de Azerbaiyán, aliado de Turquía, dan cuenta no sólo de la falta de reconocimiento de la historia armenia, sino también de una colaboración para la continuidad de las hostilidades.
“El actual estado turco, al no reconocer el genocidio, está desestimando ese hecho y nos deja sin garantías de que eso pueda volver a ocurrir. Si analizamos los discursos de Erdogan y Aliyev [presidentes de Turquía y Azerbaiyán] vemos que son explícitos a la hora de decir que pretenden ir por todo el territorio. Erdogan incluso llegó a apoyar militarmente a los azeríes el año pasado”, explica Tatoulian.
Los motivos geopolíticos
Si bien el anuncio de reconocimiento del genocidio no impidió la suspensión de la sanción 907, el mismo puede leerse como una provocación de parte de la administración Biden a su par, Recep Tayyip Erdogan.
“Hay una cuestión histórica con respecto a Turquía que en los últimos años empezó a cambiar. Turquía quiere retomar una tradición que tiene que ver con un sector de la política interna que es representada por Erdogan, que se le llama otomanismo y tiene como objetivo reconstruir cierta potencia geopolítica de Turquía como lo fue en su momento la del imperio otomano”, explica Federico Larsen, analista internacional, docente y miembro del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de La Plata (IRI).
Larsen advierte que “Erdogan se fue distanciando de ese proyecto republicano, laico, europeísta de Turquía, lo cual hace que se generen cortocircuitos con quienes fueron sus aliados y sus principales interlocutores en los últimos 50, 60 años. Uno de ellos es Estados Unidos y la decisión de Biden de reconocer el genocidio armenio. Yo lo miraría en esta perspectiva, porque hay efectivamente una forma de marcarle la cancha a Turquía, que en las últimas décadas empezó a alejarse de un posicionamiento más occidental”.
Tanto Estados Unidos como Turquía son fundamentales en la conformación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), con los dos mayores ejércitos de la organización y un proyecto de expansión imperialista que se extiende por todo el Mediterraneo. Para Larsen, la ruptura comenzó en julio de 2016, cuando el presidente turco vivió un intento de golpe de estado: “Ese intento de golpe fue encabezado por una serie de actores del sector militar con ideas mucho más laicas, republicanas, que es asociada a la corriente interna del kemalismo turco en referencia a Mustafa Kemal Ataturk, el fundador y primer presidente de la República de Turquía en los años 20 tras la Primera Guerra Mundial. Tras ese intento de golpe, EEUU se negó a extraditar a alguno de los referentes de ese intento de golpe, así que ya con Trump la cosa venía bastante complicada”.
El reconocimiento del genocidio armenio por parte de Estados Unidos es para Larsen una estrategia de la administración Biden y una provocación hacia el estado turco: “Estados Unidos nunca quiso hacer un gesto tan hostil como es el reconocimiento del genocidio armenio por el rol que siempre tuvo Turquía en la estrategia geopolítica de la OTAN, en el sur de Europa y al sur de Rusia. En este momento la cosa ya no está como hace 30 años”, advierte el analista.
Si bien esta postura significa un cambio en relación a la política exterior, eso no implica un quiebre total en la relación de ambos países: “Hay una situación donde Turquía está intentando ampliar sus posibilidades de juego y dentro de esa ampliación, claramente hay un alejamiento de sus alianzas tradicionales, como EEUU, que no significa una ruptura. Mañana Biden y Erdogan pueden establecer acuerdos sin problema, eso no se descarta, pero claramente es una forma de decirle a Erdogan: bueno, ustedes tienen una política exterior propia y alejada de lo que ha sido en los últimos años, nosotros también tomamos posiciones diferentes a las que se tomaron en los últimos años”.