En mayo de 1998, el presidente de Cuba, Fidel Castro, asistió a la Asamblea Mundial de la Salud en Ginebra, Suiza. Se trataba de la reunión anual celebrada por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Castro centró su atención en el hambre y la pobreza, que –según él– son la causa de tanto sufrimiento. “En ningún lugar del mundo”, dijo Castro, “en ningún acto de genocidio, en ninguna guerra, mueren tantas personas por minuto, por hora y por día como las que mueren por el hambre y la pobreza en nuestro planeta”.
Dos años después de que Castro pronunciara este discurso, el Informe sobre la Salud Mundial de la OMS acumuló datos sobre las muertes relacionadas con el hambre. Esta cifra suma algo más de 9 millones de muertes al año, de las cuales 6 millones son niños menores de cinco años. Esto significa que 25 mil personas mueren de hambre y pobreza cada día. Estas cifras superan con creces las del Genocidio de Ruanda de 1994, cuyo número de muertos se calcula en torno al medio millón de personas. Se presta atención al Genocidio -como debe ser- pero no al genocidio de los pobres por las muertes relacionadas con el hambre. Por eso Castro hizo sus comentarios en la Asamblea.
En 2015, las Naciones Unidas adoptaron un plan para cumplir ciertos Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030. El objetivo 2 es “poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible”. Ese año, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) comenzó a registrar un aumento en el número absoluto de personas hambrientas en todo el mundo.
Seis años después, la pandemia del COVID-19 ha destrozado un planeta ya frágil, intensificando los apartheids existentes en el orden capitalista internacional. Los multimillonarios del mundo han multiplicado por diez su riqueza, mientras que las mayorías se han visto obligadas a sobrevivir día a día, comida a comida.
En julio de 2020, Oxfam publicó un informe titulado El virus del hambre, en el que se concluía -con datos del Programa Mundial de Alimentos (PMA)- que 12 mil personas al día “podrían morir de hambre vinculada a los impactos sociales y económicos de la pandemia antes del año, quizá más de las que morirán cada día por la enfermedad para entonces”.
En julio de 2021, las Naciones Unidas anunciaron que el mundo está “tremendamente lejos” de cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible de 2030 del organismo, citando que en 2020 “más de 2,3 millones de personas (o el 30% de la población mundial) carecían de acceso a una alimentación adecuada durante todo el año”, lo que constituye una grave inseguridad alimentaria.
El informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación de 2021, El estado de la inseguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, señaló que “casi una de cada tres personas en el mundo (2.370 millones) no tenía acceso a una alimentación adecuada en 2020, lo que supone un aumento de casi 320 millones de personas en solo un año.” El hambre es intolerable. Los disturbios por alimentos son ahora evidentes, más dramáticamente en Sudáfrica.
“Aquí nos están matando de hambre”, dijo un residente de Durban que se vio motivado a unirse a los disturbios. Estas protestas, así como los nuevos datos publicados por el FMI y la ONU, han vuelto a poner el hambre en la agenda mundial.
Numerosos organismos internacionales han publicado informes con conclusiones similares, mostrando que el impacto económico de la pandemia del COVID-19 solidificó la tendencia, ya de por sí descendente, al aumento del hambre y la inseguridad alimentaria. Sin embargo, muchos se detienen ahí, dejándonos con la sensación de que esta hambre es inevitable y que serán las instituciones internacionales con sus créditos, préstamos y programas de ayuda las que resolverán este dilema de la humanidad.
¿Cómo llegamos hasta aquí y cuál es el camino a seguir?
El hambre acecha al planeta porque mucha gente está desposeída. Si no tenés acceso a la tierra, en el campo o en la ciudad, no podés producir tus propios alimentos. Si tenés tierra pero no tenés acceso a semillas y fertilizantes, tus capacidades como agricultor se ven limitadas. Si no tenés tierra ni dinero para comprar alimentos, te morís de hambre. Ese es el problema de fondo. Sencillamente, el orden burgués, según el cual el dinero es supremo, la tierra -rural y urbana- se asigna a través del mercado, y los alimentos son una mercancía más de la que el capital busca beneficiarse, no lo aborda. Cuando se implementan modestos programas de distribución de alimentos para evitar la hambruna generalizada, a menudo funcionan como subsidios estatales para un sistema alimentario capturado -desde la granja corporativa hasta el supermercado- por el capital.
A lo largo de las últimas décadas, la producción de alimentos se ha visto envuelta en una cadena de suministro global. Los agricultores no pueden limitarse a llevar sus productos al mercado, sino que deben venderlos a un sistema que procesa, transporta y envasa los alimentos para su venta en diversos puntos de venta. Incluso, esto no es tan sencillo, ya que el mundo de las finanzas ha enredado al agricultor en la especulación. En 2010, el antiguo relator especial de las Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación, Olivier De Schutter, escribió sobre el modo en que los fondos de cobertura, los fondos de pensiones y los bancos de inversión dominaban la agricultura con la especulación a través de los derivados de materias primas. Estas casas financieras, escribió, estaban “generalmente despreocupadas por los fundamentos del mercado agrícola”.
Solidaridad
El hambre es la historia de nuestro tiempo, pero la solidaridad también lo es. En medio del colapso sistémico y el abandono del Estado, la solidaridad ha sido la piedra angular de la supervivencia. Los movimientos populares han garantizado la supervivencia de los sectores más vulnerables de la población distribuyendo cestas de alimentos, comidas calientes y suministros sanitarios básicos, además de impartir formación en salud pública para ayudar a frenar la propagación del virus. No dan lo que les sobra, sino lo poco que tienen. Estos actos de solidaridad no son simplemente seres humanos que tienden una mano en tiempos de necesidad. También forman parte de innumerables campañas mundiales que buscan una solución duradera y sistémica al problema del hambre.
Basándose en la experiencia de los movimientos, el Instituto Trincontinental de Investigación Social compartió diez demandas:
- Promover la distribución de alimentos de emergencia. Los excedentes de alimentos controlados por los gobiernos deben ser entregados para combatir el hambre. Los gobiernos deben utilizar sus considerables recursos para alimentar a la población.
- Expropiar los excedentes de alimentos en manos de la agroindustria, los supermercados y los especuladores, y entregarlos al sistema de distribución de alimentos.
- Alimentar al pueblo. No basta con distribuir alimentos. Los gobiernos, junto con la acción pública, deben construir cadenas de cocinas comunitarias donde la gente pueda acceder a los alimentos.
- Exigir el apoyo del gobierno a los agricultores que se enfrentan a problemas para cosechar sus cultivos; los gobiernos deben garantizar que la cosecha se realice siguiendo los principios de seguridad de la Organización Mundial de la Salud.
- Exigir salarios dignos para los trabajadores agrícolas, agricultores y otros, independientemente de que puedan trabajar o no durante el Gran Cierre. Esto debe mantenerse después de la crisis. No tiene sentido considerar a los trabajadores como esenciales durante una emergencia y luego despreciar sus luchas por la justicia en una época de “normalidad”.
- Fomentar el apoyo financiero a los agricultores para que cultiven alimentos en lugar de recurrir a la producción a gran escala de cultivos comerciales no alimentarios. Millones de agricultores pobres de las naciones más pobres producen cultivos comerciales que las naciones más ricas no pueden cultivar en sus zonas climáticas; es difícil cultivar pimienta o café en Suecia. El Banco Mundial “aconsejó” a las naciones más pobres que se centraran en los cultivos comerciales para ganar dólares, pero esto no ha ayudado a ninguno de los pequeños agricultores que no cultivan lo suficiente para mantener a sus familias. Estos agricultores, al igual que sus comunidades y el resto de la humanidad, necesitan seguridad alimentaria.
- Reconsiderar el enredo de la cadena de suministro de alimentos, que inyecta enormes cantidades de carbono en nuestros alimentos. Reconstruir las cadenas de suministro de alimentos para que se basen en las regiones y no en la distribución global.
- Prohibir la especulación con los alimentos frenando los derivados y el mercado de futuros.
- La tierra -rural y urbana- debe ser asignada fuera de la lógica del mercado, y deben establecerse mercados que garanticen que los alimentos puedan ser producidos y el excedente distribuido fuera del control de los supermercados corporativos. Las comunidades deben tener un control directo sobre el sistema alimentario donde viven.
- Construir sistemas de salud universales, como se pedía en la Declaración de Alma-Ata de 1978. Los sistemas de salud pública fuertes están mejor equipados para limitar las emergencias sanitarias. Estos sistemas deben tener un fuerte componente rural y deben estar abiertos a todos, incluidos los indocumentados.
El hambre: una serie
Si el hambre es la historia de nuestro tiempo, hay que contar las historias del hambre. Proyectos de medios de comunicación con sede en Argentina, Brasil, Marruecos, India, Sudáfrica y Estados Unidos compartirán seis historias que analizan la situación del virus del hambre en el mundo, tanto el propio virus como el trabajo que realizan los movimientos populares para proporcionar alivio y un nuevo camino hacia un mundo sin hambre.
El hambre en el mundo es una serie producida por ARG Medios, Brasil de Fato, Breakthrough News, Madaar, New Frame, Newsclick y Peoples Dispatch.