El gobierno chino se toma muy en serio sus objetivos de alcanzar el pico de carbono en 2030 y la neutralidad de carbono en 2060. Considera que la evolución hacia una sociedad con bajas emisiones de carbono es el motor de una mejora radical de sus sectores manufacturero y energético. Su objetivo es abrir nuevas vías de inversión a medida que el crecimiento se relentiza en áreas tradicionales como el sector inmobiliario y la inversión en activos fijos. En resumen, China parece tener claro que persigue la descarbonización en aras de sus intereses a largo plazo.
De hecho, el resto del mundo debería comprender la importancia de la participación de China en la solución del problema del calentamiento global. El gigante asiático no sólo es la economía de más rápido crecimiento del mundo, sino que también está repleta de industria pesada. Produce bastante más de la mitad del acero bruto, el cemento y el aluminio del mundo, y representa aproximadamente la mitad del consumo mundial de carbón, cobre y níquel. Este dominio es, en parte, una consecuencia de que el resto del mundo subcontrate su fabricación a China.
En esa medida, los consumidores de todo el mundo son dueños de una parte de las emisiones de carbono de China: el año pasado, por poner algunos ejemplos, el 88% de los teléfonos móviles del mundo, el 82% de los aparatos de aire acondicionado y el 70% de los televisores se fabricaron en China. Todo lo anterior deja a China como el principal país emisor de gases de efecto invernadero del mundo, responsable de casi el 30% de las emisiones de dióxido de carbono a nivel global.
La promesa de un nuevo motor de inversión no es superficial. Los grupos de expertos chinos estiman que el cambio a la descarbonización generará entre 100 y 130 billones de yuanes (entre 15,6 y 20,3 billones de dólares) en inversiones en las próximas décadas, lo que añadirá alrededor de un 0,6% al crecimiento del Producto Bruto Interno anual durante la próxima década. Se trata de porcentajes significativos, considerando que el crecimiento del PBI de China se relentiza.
Parte de esa inversión se destinará a sectores ya en auge, como la energía solar, los vehículos de nueva energía y la energía eólica, que son los pilares de la campaña de reducción de emisiones de carbono de China. El país domina la cadena de suministro mundial de módulos solares con una producción que ronda el 70%. Las nuevas instalaciones de energía solar en China representaron el 37% del total global en 2020 frente a sólo el 2% en 2009.
Se espera que en los próximos años China instale entre 60 y 100 gigavatios de energía solar al año. Esto equivaldría aproximadamente a tres o cinco veces la capacidad de generación de la presa de las Tres Gargantas, la mayor central hidroeléctrica del mundo. Y, a medida que todas las grandes economías se ven sometidas a una mayor presión para aumentar la cuota de energía verde que utilizan, las exportaciones solares de China, aprovechando la escala de su mercado interno, están llamadas a crecer con fuerza. Las exportaciones podrían aumentar un 20% sólo este año, según contactos del sector.
En el ámbito de la energía eólica, la capacidad acumulada de China crece a un ritmo del 35% anual, mientras que el país posee una cuota de mercado de turbinas eólicas de aproximadamente el 40% a nivel mundial.
Las ventas de vehículos de nueva energía (VNE) también están en auge en China, con un aumento del 170% interanual hasta finales de septiembre. En el primer semestre del año, China representaba más del 40% de las ventas de VNE en todo el mundo.
Cabe señalar que, no hace mucho tiempo, estos tres sectores eran industrias de nicho que dependían en gran medida de las subvenciones del gobierno. Hoy en día, no sólo han crecido sustancialmente y en su mayor parte se sostienen por sí mismos, sino que ofrecen una larga pista de crecimiento futuro para la fabricación china.
Mientras tanto, muchas industrias tradicionales, como el acero y el cemento, se acercan a su pico de producción. Este año, la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma de China pretende limitar la producción de acero al mismo volumen que el año pasado, mientras que las principales acerías esperan que la producción total de acero de China alcance su máximo a mediados de la década.
Además, Pekín lleva años exigiendo que se reduzca la cantidad de energía utilizada por unidad de producción industrial. La producción de acero y cemento, y ahora cada vez más otras industrias que consumen mucha energía, como la química, son el objetivo de la reducción de capacidad del gobierno central.
Pero la amplitud de los cierres en curso, que incluyen la fabricación de productos ligeros como la electrónica, los electrodomésticos y los textiles, refleja una respuesta de mano dura por parte de los funcionarios locales a las órdenes de Pekín. Las consecuencias de estas interrupciones que alimentan las estiradas cadenas de transporte y suministro mundiales ya son graves, y es probable que se sientan con fuerza en los próximos meses.
Aparte de la industria, China tiene otras razones para llevar a cabo su programa económico ecológico. Uno de los problemas más importantes a los que se enfrenta el mundo en la actualidad, el calentamiento global, se ha convertido en una herramienta de la diplomacia internacional, ya que China y Estados Unidos se disputan las posiciones de liderazgo.
Que China tenga un conjunto de razones internas para perseguir la descarbonización es algo bueno, porque aumenta sustancialmente la probabilidad de que el objetivo se logre a pesar de las crecientes fisuras en la relación de Pekín con el mundo occidental.
Este artículo fue publicado originalmente por South China Morning Post e integra el boletín de noticias de Dongsheng News. Si querés recibir noticias semanales sobre China podés suscribirte acá.