Artículo originalmente publicado para La Tinta.
En los últimos meses, una serie de disputas de empleados de Amazon, Starbucks y Apple en Estados Unidos para lograr la sindicalización ganó destaque internacional. Por tratarse de un país con poca tradición de lucha de estas características, el impulso para la conquista de mejores condiciones de trabajo no pasa desapercibido y logró la adhesión de varios sectores, principalmente de quienes se desempeñan como trabajadores esenciales y de servicios.
Solo en lo que va de 2022, ya son nueve las sucursales de Starbucks que se han sindicalizado y al momento hay más de 100 tiendas que se presentan para elecciones de delegados. En las tiendas de Apple de Meryland, Nueva York y Atlanta, los trabajadores también comenzaron a organizarse para conformar sus sindicatos.
Una de las iniciativas que más notoriedad adquirió fue la de los almacenes de Amazon, donde, en marzo, trabajadores de tres sucursales abandonaron sus puestos de trabajo en Nueva York y Washington DC para exigir un aumento de 3 dólares por hora. Esta fue la primera huelga multiestatal dentro de Amazon, que también enfrentó el impulso de sindicalización en Staten Island y Alabama, donde debió intervenir la Junta Nacional de Relaciones Laborales debido a las maniobras de la empresa para impedir y alterar el resultado.
El impulso por la sindicalización en empresas de Estados Unidos es una novedad en el país que comenzó a profundizar tras la pandemia de COVID-19 y tuvo su momento de mayor adhesión en lo que se conoció como el Striketober de octubre de 2021. En ese momento, una serie de paros y huelgas en la fábrica de tractores John Deere, la alimenticia Kellogg’s, la Universidad de Columbia y otras instituciones y empresas ya daban cuenta del impulso que estaba adquiriendo la lucha por los derechos laborales de la clase trabajadora del país.
Según explica en una entrevista la profesora asistente de la Escuela de Administración y Relaciones Laborales de Rutgers University, Tamara Lee, esta “es una nueva generación de trabajadores esenciales de los Estados Unidos, que está integrada en forma predominante por afroamericanos y latinos. Han ampliado el alcance de las demandas de negociación tradicionales para incluir los obstáculos que enfrentan fuera del lugar de trabajo, como la vigilancia, la inmigración y la desigualdad en la atención médica y la vivienda”.
La organización sindical dentro de estas grandes empresas se da en un contexto de aumento de las exigencias sin una contrapartida salarial acorde. Esta situación se ve reflejada también en un fenómeno que comenzó durante el 2021 y que algunos especialistas denominan “la gran renuncia”, en el cual, desde el final de la cuarentena, millones de trabajadores dejan sus trabajos cada mes, generando déficit de mano de obra que desde la administración demócrata buscan resolver incentivando a los empresarios a que aumenten los salarios. Según la Encuesta de Ofertas de Empleo y Rotación Laboral de la Oficina de Estadísticas Laborales (BLS, por sus siglas en inglés) publicada en marzo, por cada estadounidense en busca de empleo, había algo menos de 1,8 puestos disponibles.
Si bien algunos insisten en que dicho movimiento es provocado por la facilidad para acceder a beneficios sociales impulsados por el gobierno para acelerar la recuperación económica tras la pandemia -los cuales dejaron de ser otorgados en septiembre de 2021-, hay motivos más profundos que explican esta reacción. El agotamiento es uno de ellos. Tanto de forma remota como tras la vuelta a la presencialidad, los trabajadores enfrentan regularmente mayores exigencias por parte de sus patrones sin una contrapartida salarial que compense. Al haber más oferta que demanda, los trabajadores tienen la opción de elegir si permanecer o buscar otro empleo que ofrezca mejores condiciones. Tal situación explica también el impulso para lograr la sindicalización.
Según explica la Profesora Asociada de la Escuela de Recursos Humanos y Relaciones Laborales de la Michigan State University, Maite Tapia, “los trabajadores están hartos de las demandas cada vez mayores y el alto ritmo de trabajo por bajo salario. En el caso de Amazon, los trabajadores nos han contado cómo están bajo vigilancia constante y tienen, por ejemplo, 8 minutos para usar el baño; de lo contrario, son penalizados por no hacer su trabajo activamente y no hacer debidamente su tarea”.
A estas demandas, se le suma la exposición mediática que han ganado empresarios como Jeff Bezos, dueño de Amazon, y Elon Musk, propietario de Tesla, tanto por el aumento de sus fortunas durante los meses de la pandemia como por su autoexposición como multimillonarios excéntricos, lo cual aumenta la sensación de insatisfacción de los asalariados.
Además de tratarse en su mayoría de movimientos que fusionan las demandas laborales con reivindicaciones sociales, raciales y de géneros, otro rasgo distintivo es que lo impulsan personas de no más de 30 años a los cuales ya se identifica como generación u (de unión, sindicato en inglés). Al tratarse de trabajadores esenciales en una economía con mano de obra deficitaria, el sentimiento que recorre las protestas es que, ante un panorama de profundización del neoliberalismo, con leyes laborales débiles y obsoletas, y el desafío que representa la organización sindical, no hay nada para perder en la lucha por mejores condiciones y salarios.
Los intentos de organización sindical en Estados Unidos tienen el apoyo del gobierno de Joe Biden, quien asumió el cargo incentivando la conformación de sindicatos en las empresas del país. Biden incluso nombró al antiguo líder sindical, Marty Walsh, para dirigir el Departamento de Trabajo y dispuso el reordenamiento del consejo de la Junta Nacional de Relaciones Laborales (NLRB), la cual intervino en el proceso electoral del almacén de Amazon en Alabama debido a las maniobras de la empresa para impedir la votación.
Desde la Casa Blanca, se ha presionado repetidamente para que el Senado apruebe la Ley PRO, que según sus defensores facilitará a los trabajadores la formación de sindicatos, la realización de huelgas y la negociación de mejores salarios y condiciones laborales.
Según una encuesta de Gallup realizada a fines de 2021, el 68% de los estadounidenses apoyan la sindicalización. Ese porcentaje aumenta entre los jóvenes de 18 a 30 años y llega a 77%.
Este nivel de apoyo a la sindicalización no se registraba en el país desde 1965, año en que la adhesión a la actividad sindical comenzó a caer. Desde 1972 hasta 2016, el apoyo ha disminuido, con pocas lecturas por encima del 60%. Esto incluye el mínimo histórico del 48% registrado en 2009, la única vez que la aprobación estuvo por debajo del nivel de la mayoría.
Mientras que, a comienzos de los años 60, más de un 30% de los trabajadores asalariados de EE. UU. formaban parte de algún sindicato, en 1983, la cifra ya había bajado por debajo del 20% y, a finales de 2020, llegaba al 10,3%.
Si bien, desde 2016, la aprobación a la actividad sindical ha aumentado de forma constante y ahora está 20 puntos porcentuales por encima del mínimo histórico, el fuerte lobby empresarial dentro de la justicia y el poder legislativo estadounidense -tanto del partido demócrata como del GOP- bloquea todos los intentos por impulsar una agenda en favor de la organización sindical en el país.
En pleno año electoral y con la lucha sindical abriéndose paso por todo el país, los demócratas también ven este movimiento como una oportunidad de reunir votos. La aprobación de una legislación que facilite la actividad sindical en las empresas del país depende en gran medida de que la actual gestión logre consolidar una mayoría en la cámara de representantes y el senado.