La crisis del COVID ya suma más de 3 millones de muertes en todo el mundo. Muertes evitables, en muchos casos, considerando que ya se desarrolló más de una vacuna efectiva y se inició una campaña global de inmunización a finales de 2020. Pero la vacunación avanza de forma lenta, replicando las desigualdades de la “vieja normalidad”. Mientras los países más ricos acaparan vacunas, decenas de países empobrecidos aún no accedieron ni a una sola dosis.
En distintas regiones, se escuchan voces que exigen una acción más decidida de los Estados. Es el caso de Marc Botenga, que integra el Partido del Trabajo de Bélgica (PTB) y ocupa una banca en el Parlamento Europeo desde 2019. Botenga no duda en señalar el rol de la industria farmacéutica y la complicidad de los países más poderosos. “Están del lado equivocado de la historia” reclamó ante la Comisión Europea en un debate reciente. Desde Bruselas, el eurodiputado dialogó con ARG Medios sobre los desafíos de la pandemia y el sinuoso camino hacia la liberación de patentes.
Esta semana se informó que la Unión Europea y Pfizer han llegado a un nuevo acuerdo para el suministro de 1.800 millones de dosis, que sería el mayor contrato para una vacuna contra el COVID. ¿Qué puede decirnos sobre este acuerdo?
Tendremos que ver el número total de dosis porque se reparte en diferentes años. Este es el tercer contrato con Pfizer: el primero fue un contrato de entrega inmediata, luego tomamos el segundo, y ahora la idea es básicamente comprar dosis para 2020-2023.
¿Por qué? Porque Pfizer lo dice, dice que necesitaremos vacunas de refuerzo y tal vez tengamos que repetir la vacunación cada año, como ocurre con la vacuna de la gripe. No sabemos mucho más. Sabemos el número de dosis y, de manera informal, se ha filtrado el precio que sería de 19,5 euros por dosis; fue el primer ministro búlgaro quien lo reveló. ¿Es cierto? ¿No es cierto? No lo sabemos, no podemos comprobarlo, este es siempre el problema.
Pudimos ver los dos contratos previos porque fueron publicados de forma completa por un sitio web italiano. Y allí se puede ver el precio, que difiere un poco y está entre 15,5 y 17,5 euros. Lo interesante aquí es que compramos la vacuna para el futuro. No sabemos si es la que usaremos: tal vez usemos una vacuna diferente el próximo año, tal vez haya otra mejor. Pero ahora ya hemos reservado esta y seguimos pagando el precio que nos piden. Lo que la Comisión [Europea] está diciendo es que prestará más atención a los plazos de entrega, porque olvidaron hacerlo la primera vez y fue la empresa la que decidió cuándo entregar. Pero en relación a otros aspectos como la solidaridad internacional, los derechos de propiedad intelectual y demás, no creo que haya muchos cambios.
De hecho, la experiencia latinoamericana con Pfizer ha sido bastante traumática. ¿Cree que será diferente en relación a la Unión Europea?
Un poco. Estas empresas son socias de la Unión Europea, tienen parte de su capacidad de producción aquí. Y por lo tanto la Unión Europea muchas veces tiene más peso para negociar. Pfizer —y en general las empresas multinacionales— no se comporta muy bien en Europa, pero no teme comportarse aún peor en el sur. Y así es como Pfizer ha pedido estas garantías en Argentina y Brasil, también en Sudáfrica, para vender la vacuna y a cambio obtener potenciales derechos de propiedad en bases militares, embajadas. En Sudáfrica, aparentemente, el gobierno ejerció mucha presión y tuvieron que dar un paso atrás. Pero eso demuestra que están dispuestos a ir muy lejos. También en los Estados Unidos, porque hay menos presión pública. Tenemos documentos que muestran que, en los Estados Unidos, Pfizer podría querer llevar el precio a 150 o 165 dólares por dosis, eso es mucho dinero.
Así que, por un lado, Pfizer y las grandes compañías farmacéuticas cuentan con los gobiernos de la Unión Europea y de los Estados Unidos para proteger sus intereses en el mundo. Están muy contentos de que, tanto la Unión Europea como los Estados Unidos, estén protegiendo los derechos de propiedad intelectual en la Organización Mundial del Comercio. Esto es parte del acuerdo. Y en segundo lugar, por supuesto, hay mucha presión pública en Europa sobre los precios de las vacunas. En Estados Unidos hay mucha menos por el momento, y por eso se atreven a decir “tal vez aumentemos el precio a 165 dólares”. Su lógica es la misma, pero la situación en el territorio es diferente. Y por eso hacen lo que hacen en el sur.
En varias ocasiones ha denunciado la falta de transparencia en los contratos. De hecho, muchas de las versiones sin censura fueron publicadas por los medios de comunicación y no por las partes. ¿Qué es lo más preocupante de este secretismo? ¿Todavía hay preguntas sin respuesta?
Gracias a los medios de comunicación —o sus informantes, o como queramos llamarlos— se han sacado a la luz los contratos. ¿Qué es lo que me preocupa? Yo no quiero transparencia por una cuestión de curiosidad personal. Lo que quiero saber es lo que ocurre al momento de las negociaciones, porque si tenemos negociaciones abiertas podemos presionar desde la sociedad civil y los movimientos sociales. Podemos decir si estamos o no de acuerdo con que se cedan los derechos de propiedad intelectual a las empresas. Si no sabemos lo que está sobre la mesa es muy difícil intervenir. Y sabemos que estas empresas, y especialmente los gobiernos, tienen miedo de la presión pública, ellos mismos lo dicen en sus documentos internos. Así que esta transparencia, en primer lugar, tiene que servir a la movilización y para mostrar a la gente lo que realmente se está negociando. Cuando alcanzamos la transparencia demasiado tarde y fuera de las instituciones, se hace más difícil ejercer presión.
La Comisión Europea dice que no, que si transparentamos los precios las empresas pedirán un precio más alto. Y eso es extraño, porque con precios abiertos debería haber competencia y así obtener el precio más bajo. El primer contrato que celebró la Comisión Europea fue con AstraZeneca, y fue el más barato, así que podrían haber utilizado esto para liberar la competencia entre empresas, pero no se hizo. Esa es una segunda razón.
Y en tercer lugar, es una cuestión de buena gobernanza. Si se utilizan fondos públicos, la población debería tener control sobre esto. La gente a veces tiene preguntas sobre las vacunas, creo que en general confían en la ciencia pero no confían en las grandes compañías farmacéuticas porque su objetivo es obtener beneficios. ¿Piensan realmente en mi salud o en vender? Si brindamos total transparencia entonces podemos decir que no hay nada que ocultar. O sea que también es bueno para fomentar la confianza de la gente en los sistemas de salud pública.
Tal parece que hay poco espacio para la política en las negociaciones con las grandes farmacéuticas, o bien que las empresas tienen todas las cartas a su favor. ¿Está de acuerdo?
No, no estoy de acuerdo. Creo que es una elección. Existe esta visión en Europa —que podríamos llamar la visión neoliberal— en la que el Estado debe estar completamente al servicio de las empresas y nunca puede obligarlas a hacer nada. Esta es la visión dominante, pero no estoy de acuerdo. Teniendo un montón de dinero invertido en investigación y desarrollo, más el poder que significa representar a 450 millones de ciudadanos y 27 países, se puede lograr que las empresas hagan cosas. Así que no estoy de acuerdo, creo que lo que ocurre es que se hace es una elección equivocada. ¿Por qué? Porque el principal objetivo de la Comisión Europea siempre está en la competitividad de las empresas, no en la salud pública ni en un buen programa climático. Todo lo que hacen, lo harán siempre que no perjudique la competitividad de las empresas. Es decir: no quieren debilitar el poder de las multinacionales globales.
Con el poder del Estado no es necesario ponerse de rodillas y rogar, se pueden hacer cosas. Así que no estoy de acuerdo en que no haya espacio para la política, creo que es una elección y podemos cambiarla. La revista científica Nature escribió que las patentes no se desarrollaron para tiempos de pandemia o de guerra. Creo que es verdad, así que ahora tenemos que decir “Ok, existe este sistema de patentes que es un favor que hacemos a las grandes empresas. No es algo natural, es una protección extra que obtienen. Y en una pandemia les quitamos esta protección extra”. ¿Es posible? Sí, pero hay que querer hacerlo.
¿Y cómo se construye una estrategia para la eliminación de patentes? ¿Cree que es el aspecto decisivo para enfrentar la pandemia?
Creo que es muy importante. ¿Por qué? Porque el levantamiento de patentes se trata de darle el derecho a otros países y a otras empresas de producir una vacuna. Es ridículo que en una pandemia tengamos una buena vacuna pero no se produzca, es realmente estúpido y criminal. Ellos dirán que eso no lo resuelve todo, que también necesitamos las fábricas, la transferencia tecnológica y las materias primas. Todo eso es cierto, también tenemos que patrocinar la transferencia de tecnología; la Organización Mundial de la Salud tiene algunas plataformas para hacerlo. Pero necesitamos el derecho.
Hoy en día si la gente tuviera la tecnología y las materias primas, aún no tendría el derecho a producirlo. Así que creo que es absolutamente fundamental, porque también sabemos que no va a haber suficientes vacunas para el mundo. Y sabemos que cuanto más tiempo circule el virus, más variantes habrá y tendremos que preguntarnos si la vacuna seguirá funcionando contra las nuevas variantes. También creo que de cara al futuro tenemos que pensar qué modelo de industria farmacéutica queremos. ¿Realmente queremos darle el poder sobre los medicamentos esenciales a las empresas privadas? Yo creo que no.
Me gustaría volver sobre la elección que hacen los gobiernos, ¿no cree que los países ricos tienen que asumir una responsabilidad mayor en esta pandemia? Pienso, por ejemplo, en el mecanismo Covax, que hasta ahora ha mostrado resultados limitados. ¿Están dispuestos los países ricos a asumir más responsabilidad?
Bueno, ya tienen una enorme responsabilidad en la Organización Mundial del Comercio, donde están bloqueando la exención de patentes. Así que no se trata de una responsabilidad mayor: la única responsabilidad, hoy en día, es de ellos. Por supuesto, debe haber solidaridad y demás, pero el punto principal es que el levantamiento de patentes está siendo bloqueado por los países de la Unión Europea, Canadá, Estados Unidos, Suiza y otros. Estos países son ahora instrumentos en beneficio de las grandes multinacionales farmacéuticas, por lo que la responsabilidad recae sobre sus hombros, no se trata de más o menos.
Está muy claro quién bloquea la propuesta y quién la defiende, así que está muy claro quién es el responsable. Y luego, por supuesto, pueden dar más a[l fondo] Covax pero no será suficiente. Lo que necesitamos es más producción y uno de los obstáculos para una mayor producción son los derechos de propiedad intelectual: levantar los derechos de propiedad intelectual, levantar las patentes. Creo que esto es más radical, ellos tienen la responsabilidad.
Se habla cada vez más de la “diplomacia de las vacunas”. ¿Debemos esperar cambios geopolíticos a partir de esta pandemia?
No me gusta mucho la expresión “diplomacia de las vacunas”, porque la Unión Europea ha estado usando esto contra China, diciendo que utiliza la diplomacia cuando le da vacunas a otros países. Si esto les preocupa, ¡que le den la vacuna a los demás! No acuses a la gente de compartir su vacuna, hazlo tú mismo. ¿Cuál es el problema?
El nacionalismo de las vacunas es un problema mucho mayor para mí. Lo que se llama “diplomacia de las vacunas” es básicamente compartir tu vacuna con otros países y eso me parece bien, creo que es una buena forma de hacer relaciones internacionales. El nacionalismo de las vacunas es un problema mucho mayor porque significa que nos guardamos las dosis que tenemos, y al mismo tiempo, no permitimos que otros países las produzcan. Ahora bien, para romper el nacionalismo de las vacunas hay que globalizar la producción, el derecho a producir tiene que ser global, porque el nacionalismo viene del hecho de decir que no hay suficiente y quieres una porción grande. “Es un pastel pequeño y quiero una parte grande, me la guardo para mí”. Lo que tenemos que hacer es aumentar el pastel, hornear un pastel más grande, esta es la solución.
Así que en lugar de decir que la gente en Bélgica tiene que morir o la gente en Gran Bretaña tiene que morir, hagamos un pastel más grande para que todo el mundo tenga acceso a la vacuna. Pero esto requiere que en lugar de luchar entre países luchemos contra las empresas multinacionales y les digamos “tienen que compartir la tecnología”.
También hay un fenómeno global, al menos en un sector de la población, de cierta resistencia y desconfianza hacia las vacunas. ¿Cree que deberíamos preocuparnos por ello?
En primer lugar, entiendo a la gente que tiene dudas. Normalmente se tarda ocho o diez años para desarrollar una vacuna, y esta se ha desarrollado en unos pocos meses. Así que, por supuesto, están asustados. Puedo entender que tengan preguntas. Creo que la parte de la población que realmente está en contra de la ciencia es muy pequeña, pero sí hay mucha gente que tiene preguntas y es necesario responderlas.
Ahora bien, esta es una campaña de salud pública y es algo que deben hacer los expertos en salud pública, los ministerios, los departamentos del gobierno y la OMS. No voy a dar un juicio médico sobre la vacuna, no es mi trabajo, mi especialidad ni mi pericia. Pero sí creo en lo que he dicho antes: aportar más transparencia al proceso y eliminar el ánimo de lucro, decir que nadie va a lucrar con esta tecnología, todo eso puede llevar tranquilidad a las personas.
Si alguien viene a mi puerta y me dice “toma este fármaco” y se que se hará rico, tal vez no confíe tanto. Pero si sabemos que está ahí para acabar con la pandemia y que no hay una gran corporación multinacional detrás tratando de obtener muchos beneficios, tal vez pueda ayudar, aunque no resuelva todo. Y en este sentido, la lucha por hacer de la vacuna un bien público puede aumentar la confianza de las personas. Muy a menudo la gente tiene miedo de las grandes farmacéuticas. Confían en su médico de cabecera, no confían en las grandes multinacionales farmacéuticas.
Hasta ahora en todo el mundo ha prevalecido cierta lógica de “sálvese quien pueda”. ¿Cree que hay voluntad de construir acuerdos que beneficien a la población? ¿Hay alguna esperanza?
¡Siempre hay esperanza! Tenemos que ser optimistas. Por ejemplo, cuando la gente aquí escucha que personas en India están muriendo, y al mismo tiempo ven que la Comisión Europea no compartirá la tecnología o las patentes, esa misma gente se enfada y dice “ey, esto es injusto”. Cuando en los medios de comunicación escribimos sobre lo que Pfizer pidió de Sudáfrica, Brasil y Argentina, la gente reconoce que son muy malas prácticas. Hay un sentido de justicia y hay un grado de unidad a nivel global entre las clases, porque en todas partes del mundo hemos aprendido, creo, dos cosas. En primer lugar, que no son los accionistas ni los CEOs los que hacen funcionar nuestra sociedad: son los trabajadores. En esta crisis, ellos han sido los más golpeados por no poder trabajar desde casa, porque tenían que estar en sus puestos, porque la seguridad en su trabajo no siempre era buena, etc. Esto es así, creo, en todos los países del mundo.
Y en segundo lugar, hemos visto que tenemos que cooperar. Cuando los científicos chinos dieron la estructura del genoma del virus, esto ayudó a todo el mundo, y de la misma manera, si hoy la tecnología del ARN se compartiera también ayudaría a todos. Tenemos una amenaza global y hay que luchar juntos para resolverla. Creo que esto puede ayudarnos mucho en futuras luchas. Hay una lucha climática y no es fácil, porque muy a menudo se observa la política y las luchas locales desde cada país o región. Así que esta perspectiva global puede ser realmente positiva para crear una solidaridad global, viendo las contradicciones entre los intereses de las corporaciones multinacionales y la gente, la salud pública. Viendo el papel que nuestro gobierno, la Unión Europea y demás están jugando, que están eligiendo el lado de las ganancias y no el de la gente, tanto en nuestros propios países como en los países del sur global. Pero creo que no ocurrirá automáticamente. Si podemos estimular esta visión, si podemos promover esta narrativa diciendo “ey, esta es una contradicción que estamos viendo hoy en día entre el beneficio privado y la salud pública a nivel mundial, es la misma lucha”, esto realmente puede darnos un gran impulso.
Y se han visto campañas que son internacionales. Gente de todo el mundo haciendo campaña contra la Unión Europea o los Estados Unidos por haber bloqueado la propuesta de India y Sudáfrica. Se trata de un debate global, lo que demuestra la interconexión. Y necesitaremos eso si miramos los futuros desafíos como el cambio climático.
Y una cosa que también es interesante: si miramos a la extrema derecha en el poder en Brasil, en la India o incluso en el norte de Italia, los problemas con el debilitamiento del sistema de salud no son los mismos, pero son comparables. Así que también se puede aprender algo acerca de qué intereses defienden realmente estas tendencias, y nos puede ayudar a globalizar la resistencia y a luchar por una alternativa solidaria. Así que soy extremadamente optimista y, por supuesto, podemos perder. Pero como dijo Bertolt Brecht: si no luchas, ya has perdido.