Artículo originalmente publicado Por Eduardo Camín, en ALAI
La tasa anual de inflación en todo el mundo, medida por el índice de precios al consumo (IPC), se aceleró hasta el 9,2% en marzo de 2022 y duplicó a la de un año atrás, reflejando los efectos de los bloqueos relacionados con la Covid-19 y, más recientemente, impulsada por un aumento de los precios de la energía y los alimentos desde el inicio de la guerra en Ucrania.
Un reciente estudio realizado por Valentina Stoevska, miembro Superior en el Departamento de Estadística Organización Internacional del Trabajo (OIT), señala que la tasa de inflación de marzo de 2022 fue más del doble de la tasa del 3,7% registrada en marzo de 2021.
Este salto del IPC en 5,5 puntos porcentuales entre marzo de 2021 y marzo de 2022 constituye el mayor incremento en cualquier periodo de 12 meses desde el inicio de la serie en enero de 2019. La inflación global había crecido el 7,5% de febrero de 2022, el 6,8% de enero de 2022 y el 6,4% de diciembre de 2021.
La experta de la OIT sostiene que este conflicto ha provocado una gran conmoción en los mercados de materias primas, alterando los patrones mundiales de comercio, producción y consumo de manera que probablemente los precios se mantengan en niveles elevados en los próximos años. Según los datos del mercado mundial de materias primas de marzo de 2022, el trigo y el aceite son actualmente 50% más caros que hace un año. Los precios de otros cereales también están subiendo.
Para los países importadores, estas subidas de precios suponen un importante obstáculo para el crecimiento económico y los medios de subsistencia, y pueden aumentar las tensiones sociales y políticas. Por otra parte, los precios de los alimentos, en particular, se están disparando. En marzo de 2022, eran un 9,1% más altos que en marzo de 2021.
Sin embargo, como señala Stoevska, los precios, especialmente los de los alimentos, estaban subiendo incluso antes de que comenzara la guerra en Ucrania. Las restricciones a la circulación transfronteriza de la mano de obra relacionadas con la Covid-19 y las interrupciones en las cadenas de suministro mundiales elevaron los costes de producción y redujeron la competencia.
Las recientes subidas de precios provocadas por la guerra no han hecho más que agravar la presión de los precios existente debido a la confluencia de una elevada demanda y una persistente escasez de oferta.
No sólo la oferta se vio afectada por la pandemia. La demanda y el gasto de los consumidores -sobre todo en viajes, ocio y otros artículos “opcionales”- se redujeron sustancialmente a medida que la gente se encerraba, se ponía de baja o se despedía. La fuerte caída de la demanda de algunos bienes y servicios provocó un descenso de los precios de ciertos artículos, como el combustible, en la cesta del IPC. Como resultado, la inflación general de los precios de consumo se desaceleró a nivel global entre marzo de 2020 y marzo de 2021.
A medida que las restricciones relacionadas con la pandemia se fueron suavizando hacia finales de 2021, la creciente demanda, unida al aumento de los costes de la energía y del transporte, provocó un rápido incremento de los precios al consumo. En todas las regiones, excepto en Asia oriental y sudoriental, la inflación anual se aceleró en el segundo semestre de 2021, especialmente tras la relajación de las restricciones relacionadas con la pandemia.
El aumento de la inflación de los precios al consumo está teniendo un gran impacto en el nivel de vida de los hogares, especialmente en los de menores ingresos, que tienden a gastar una mayor parte de sus ingresos en alimentos y otras necesidades básicas. Los hogares se enfrentan ahora a la perspectiva de un deterioro de las finanzas personales en el contexto de un crecimiento económico nacional más débil y un retraso en la recuperación tras la crisis.
Es posible que los próximos meses no traigan mucho alivio, dado que la respuesta a los nuevos brotes de Covid-19 en algunas ciudades chinas está perturbando la producción en ese país y afectando a las cadenas de suministro mundiales, mientras que la guerra en curso en Ucrania está creando una enorme incertidumbre con respecto a los precios de los productos básicos.
La orientación neoliberal y la apropiación de la riqueza social
Analizando diferentes realidades, y confrontándolo con la orientación neoliberal, se rebaten en los diferentes informes muchos de sus mitos teóricos y de política económica, para terminar demostrando que en el fondo la inflación no es ni más ni menos que un mecanismo de apropiación monopólica de la riqueza social.
Muchos analistas consideran que el problema, más que técnico es esencialmente político, ya que la inflación se define como un aumento reiterado y generalizado de precios y lo diferenciamos de la variación puntual, aislada de la de unos u otros productos y/o servicios, alzas que muchas veces pueden manifestarse sin que por ello se las encuadre como proceso inflacionario.
Para explicar causas, más allá de los pretextos; el neoliberalismo razona como si estuviéramos en los albores del capitalismo, época en la que nacen estas herramientas teóricas del análisis económico: si aumenta la demanda sin el correlativo aumento de la oferta, suben los precios y viceversa. Los precios son – según la ortodoxia y su visión del mundo real de hoy – función eterna del juego de la oferta y la demanda.
Así, asentados en la “natural” ley de la oferta y la demanda se pretende explicar el ritmo de los precios e inducir soluciones. Este instinto por la apropiación privada de la riqueza social, es propia del capitalismo y de todos los empresarios, cualquiera sea su nivel. En la competencia por subsistir, hay que crecer, hay que ser más, ganar más, tener más capital. La diferencia radica simplemente en quien reúne las condiciones económicas para traducirlo en hechos.
Y las mismas razones que exponemos al analizar la posibilidad de variar los precios con los cambios de oferta, son las restricciones que enfrentan las pequeñas y medianas empresas (pymes), un elemento esencial en la generación de empleo. Las pymes reaccionan como reflejo y resultado de lo que a ellas les impone como proveedor o demandante el capital concentrado, verdadero formador de precios y apropiador principal de la riqueza social.
La inflación actúa como un impuesto, siendo uno de los mecanismos para la obtención de una ganancia extraordinaria y su resultado termina generando la apropiación monopólica del producto social.
Subsiste una contradicción o conflicto objetivo entre la fracción económicamente más concentrada y el resto de la sociedad y su resolución o al menos el camino para enfrentarla, más que técnico es esencialmente político: obliga a emprender medidas regulatorias y de acción directa del Estado, de neto corte antimonopólico, pero cuyo alcance y profundidad -y también su éxito- está condicionado a la correlación de fuerzas.
Con el descredito más o menos generalizado de las clases políticas, y de sus mecanismos de análisis, ha recobrado impulso la vieja teoría que pretende que las expectativas, exacerbadas ahora por la falta de datos ciertos y creíbles sobre la evolución de los precios, son responsables de la inflación. Así en esta escala de pretextos, surgen las crisis monetarias, las crisis por pandemias y ahora por guerra(s).
Esto, más allá del significativo costo político por la falta de credibilidad de la información estadística oficial y sus efectos negativos sobre otros aspectos de la vida económica y política, tampoco tiene mayor relevancia ni fáctica ni explicativa de la magnitud de las variaciones y sus causas.
Del mismo tenor es la pretensión de atribuir las alzas de precios a los ajustes salariales, capacidad que se le atribuye con mayor énfasis y no por casualidad, en períodos previos a las convocatorias a paritarias. Y el mito debiera desaparecer si se hiciera carne en la conciencia, ya que la incidencia del costo laboral en el costo total representa por lo general menos del 10 %, ponderación que se minimiza más todavía en los estamentos más concentrados, sumado al hecho de que tales ajustes tienden en general a recuperar la inflación pasada.
No obstante, se ajustan preventivamente los precios antes de las paritarias o los consejos de salarios tripartitos y luego otra vez con los acuerdos ya firmados. Primero, porque el costo salarial va a aumentar y después porque ya aumentó.
Una constante sujeta a la remarcación de precios, amplificando los saltos para cubrir riesgos: el cómo no saben, se cubren y suben, por las dudas, no es más que una ratificación de la existencia de la puja por la distribución de la riqueza, convertida ahora en la teorización de un pretexto ya sea para endilgar a la gestión gubernamental la responsabilidad de las alzas, ya sea simplemente como elemento especulativo empresarial generador de ganancias.
Dentro de este orden, las empresas tanto de producción como de comercialización -que por su envergadura y actividad ocupan espacios estratégicos y dominantes en el mercado y quieran o puedan acceder por ejemplo a créditos a tasas subsidiadas o a medidas promocionales y de fomento-, deben tener condicionado el mantenimiento de esos beneficios al cumplimiento de compromisos de abastecimiento al mercado interno, sujetos a parámetros de precio, cantidad y calidad.
Lo preocupante de este enfoque es la política económica “correctiva” que de ella se deriva: reducir en parte el gasto público y en parte recurrir al endeudamiento, deprimiendo el mercado interno, el nivel de ocupación y las condiciones de vida de la mayoría del estamento popular, incluidas amplias porciones de las capas medias. Es el conocido ajuste, el enfriamiento de la economía. Es el camino a la crisis que se termina expresando en destrucción de fuerzas productivas, en exclusión, más pobreza y desigualdad y en mayor concentración, de la riqueza.
Así, con el enfoque neoliberal se Identifica el efecto –aumento de la demanda por efecto del crecimiento del gasto público– con la causa de la inflación, mientras que ignoran olímpicamente a la causa y al beneficiario real: la concentración y el manejo monopólico del mercado, que en períodos de expansión se apropia vía precios de la riqueza social. Y lo hace por la vía de una mayor concentración, cuando por las políticas de ajuste que propicia se desemboca en la recesión.
Si para muestra basta un botón, dos años antes del otorgamiento del premio Nobel a Milton Friedman, y del economista austriaco Friedrich Hayek, quien en su discurso de agradecimiento titulado “La pretensión del conocimiento”, mostró con meridiana claridad que la inflación, al distorsionar los precios relativos, distorsionaba la estructura productiva y finalmente producía más desempleo. Es decir que, en el mediano plazo, la inflación y el desempleo, lejos de estar en oposición, como pretenden algunos economistas, se dan la mano.