La foto de la última Cumbre de las Américas dijo más de lo que se esperaba. Fracasó el intento de una cumbre prolija donde la hegemonía norteamericana se muestra incuestionable aun en un escenario adverso a nivel interno (aumento de la inflación a índices históricos, riñas políticas, caída de la imagen presidencial) y externo (guerra en Ucrania, contienda económica con China en el Pacifico, retirada militar en Afganistán).
Por el contrario las imágenes mostraron paneles vacíos, escraches, contracumbres, discursos presidenciales contestatarios y grandes ausencias. Sin ser parte de movimientos coordinados como lo fue el No al ALCA del 2005, esta cumbre fracasó por causas múltiples que van desde el mero desinterés hasta la notoria presencia de otros intereses en la región que solo el norteamericano. Sin quererlo demasiado, la ola de triunfos progresistas en la región, generó un nuevo 2005 mostrando bocetos de un nuevo clima de época continental caracterizado por el triunfo de las oposiciones y el hartazgo de los sistemas políticos más que una elección declarada por modelos alternativos al capitalismo global.
Ahora bien, aun desarticulada y condicionada (muchas veces autocondicionada), estos triunfos progresistas en la región muestran una posible potencialidad aun desaprovechada, y centralmente, implican una amenaza para los intereses de grupos económicos locales y trasnacionales, lo que también desgasta la hegemonía norteamericana en crisis. Además, muchos de estos gobiernos fueron consecuencia casi directa de grandes procesos de movilización donde nuevos actores (viejos excluidos) tomaron la agenda a la fuerza: indios, trabajadores excluidos, habitantes eternos de las barriadas.
Hagamos una cuenta por arriba: México, Nicaragua, Cuba, Venezuela, Honduras, Colombia, Chile, Perú, Bolivia y Argentina. Y es muy factible que para fin de año, Brasil se sume a esta ya extensa lista. De toda esa cadena, el eslabón más débil de inserción para contrarrestar el mapa adverso es Argentina. Los elementos para pensarlo son varios: un fuerte condicionamiento del Fondo Monetario Internacional como consecuencia de un endeudamiento record, un gobierno de coalición con internas abiertas, una elección perdida, el avance opositor y sectores de poder que vienen ganando sistemáticamente las pulseadas redistributivas.
De todos los elementos señalados, dos son los puntos más fuertes para torcer el rumbo: el endeudamiento y las derrotas redistributivas, que en términos de agenda cotidiana se traduce en ausencia de dólares e inflación. A la puja devaluatoria se le suma la ya evidente derrota de la guerra contra la inflación que el presidente Alberto Fernández había vaticinado en marzo del corriente año. Son dos herramientas desestabilizadoras que los grupos económicos concentrados han utilizado en diferentes momentos de nuestra historia reciente en pos de garantizar una derrota vía el bolsillo para los sectores populares. 1975, el Rodrigazo. 1989, la hiperinflación alfonsinista.
Estos golpes implican una derrota constante al salario de los argentinos, peor aún para quienes perciben ingresos del día a día por estar en la informalidad, una realidad que engloba a 9 millones de argentinos y argentinas ¿Quiénes son los que por goteo se van quedando poco a con porciones del salario de millones de personas? Federico Braum, dueño de la cadena de supermercados La Anónima, declaró abiertamente (y muy sonriente) en el Foro de la Asociación Empresaria Argentina (AEA) estar “todo el día remarcando precios”.
Siguiendo el rubro de alimentos tenemos a Pérez Companc, Molinos Río de la Plata, Ledesma, Seabord, AGD. Solo tres grupos concentran el 90% del aceite que se consume en nuestro país, solo dos grupos concentran 82% de la harina de trigo y solo dos más el 85% del azúcar. Concentran, controlan, remarcan, predisponen. Sumemos a la concentración los amplios mecanismos de fuga y control de divisas que desarrollan mediante acuerdos con las principales entidades financieras. Y si no pueden hacerlo mediante mecanismos formales, lo hacen mediante los informales, como es la fiesta de importaciones de usos suntuosos (aviones importados, autos de alta gama, yates).
Como declaró recientemente el dirigente social Juan Grabois: “Hay 7,5 millones de trabajadores informales, no registrados, precarizados, tercerizados, plataformizados, monotributizados, changarines, cooperativistas y de la economía popular son los que más perdieron con un 32% de poder adquisitivo menos que en 2015, con un salario medio que oscila entre la pobreza y la indigencia. A esto se suma los jubilados de la mínima perdieron el 23%, los laburantes del Potenciar Trabajo el 24%, el salario mínimo el 29% y los empleados registrados 21% que perdieron tanto en el sector privado como en el público.”
El gobierno nacional hasta ahora no ha podido sostener en acciones lo que dijo en declaraciones. Pero en el cotidiano solo se ven muestras de complacencia apelado a un ala demócrata-progresista del establishment financiero internacional que básicamente existe solo en manuales de keynesianismo oxidados. Pero en la realidad hay grupos concentrados de poder que huelen sangre y avanzan. Que evaden, contrabandean, fugan y generan malestar en millones de argentinos. Mercados satisfechos, argentinos sufriendo.
Ante este escenario ¿Cuál es la respuesta de la clase trabajadora organizada (y no organizada)? El ala daerista de la CGT llamó a una movilización para el 17 de agosto, dentro de un mes. La resolución debe ser sometida a discusión en todos los sindicatos que integran la central. Una sutil forma de decir algo sin hacer demasiado. No atropellarse, desensillar hasta que aclare, o escuresca más. Pablo Moyano por su parte ha salido mucho más al cruce: “Si no bajan la inflación, por más medidas que se tomen, el más perjudicado es el laburante”, dijo en relación a las declaraciones de la nueva ministra de Economía, Silvina Batakis. “Creo que el mensaje del Gobierno ha sido a los mercados y a los bancos, pero creo que debería darle un mensaje al pueblo argentino y darle tranquilidad”.
Pero quienes más han marcado el pulso de la contienda fueron las organizaciones sociales nucleadas en la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP). Durante el miércoles se llevaron adelante más de 500 asambleas en todo el territorio nacional. El pliegue reivindicativo fue concreto: Salario Básico Universal, aumento del salario mínimo vital y móvil, aumento de las jubilaciones y aguinaldo para beneficiaron del Potenciar Trabajo. A las asambleas se plegaron seccionales de la CGT, CTA y organizaciones sociales del Bloque Piquetero Nacional conducido centralmente por el Polo Obrero.
El plan planteado por la UTEP escalonaría a movilizaciones en todo el país para el miércoles 20 de julio, con posibilidad de pensar cortes a puentes y principales accesos para fin de mes. Por su parte el Bloque Piquetero Nacional movilizó el día de ayer a Plaza de Mayo. Paralelamente la UTEP realizó una feria popular con acto de cierre en la puerta del Congreso. La foto también incluyó a los principales referentes de la UTEP acercándose al acto de la izquierda, entre ellos Esteban “Gringo” Castro, secretario general de la central.
“Mañana habrá una reunión con la UTEP. No somos parte de ninguna interna, nos vamos a unir a todos los trabajadores que quieran luchar. Nos une la lucha en común en la calle y ese es el camino que vamos a seguir. Llamamos a la más amplia unidad, a la intervención del movimiento obrero”, detalló Eduardo Belliboni del Polo Obrero. Desde la UTEP expresan la misma idea. Esta unidad incomoda a algunos sectores del gobierno, otros le bajan el precio y señalan meros movimientos de cara al 2023. Queda claro que el clima se enciende, y que la lucha por la distribución de la torta comenzara a quedar, aún más, fuera del limitado control del gobierno nacional.