Históricamente se construyó como un conjunto de redes comerciales que se iniciaron en el siglo I a. C, que comunicaban Asia y Europa, aunque ese nombre no tiene origen chino y apareció recién el siglo XIX. Su recorrido comenzaba en China y atravesaba todo el continente asiático hasta llegar a Europa.
Se la llamó así porque el producto que se comercializaba era la seda. También se transportaban para su venta diversas piedras preciosas y minerales, tejidos y otros productos muy requeridos en el continente europeo. No sólo eso, la Ruta de la Seda fue una puerta abierta al intercambio cultural.
Desde occidente se sostiene que China fue el extremo oriental de la antigua Ruta de la Seda, pensando en Rusia y Asia Central en la actualidad, en realidad, China (que en ese tiempo era parte del Imperio Mongol) ocupó un lugar central. Según Chris Devonshire-Ellis los chinos solían intercambiar té por pieles siberianas, cruzando el norte del desierto de Gobi y las estepas mongolas. Las montañas para hacer este recorrido se encuentran al norte chino, mientras que los mercados del Sudeste Asiático están al sur. Ese imaginario de China como la “sección media” de la Ruta de la Seda se dirige de alguna manera a apreciar la posición de este país hoy sostenida en Asia Central y cómo ahora se está acercando para conectarse con ella.
El cinturón económico
Actualmente se habla del cinturón económico de la ruta de la seda o iniciativa de la franja y la ruta (BRI) por sus siglas en inglés. Este proyecto fue anunciado por el presidente Xi Jinping en el año 2014 con el espíritu de la antigua ruta, pensando en la China imperial. Se trata de la creación de dos grandes rutas comerciales, una marítima y otra terrestre, que comuniquen al gigante asiático con Asia central y pensada para llegar hasta Europa, también se agregarían algunas conexiones comerciales con África.
Esta iniciativa representa, según el diario El País de España, el 35% del comercio global, aglutina cerca del 55% del PBI mundial en una región donde viven 4.400 millones de personas. Entre las instituciones que financian el proyecto, se encuentra el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII) que representa una alternativa a otros organismos internacionales como el FMI.
Algunos discursos internacionales, sobre todo desde Estados Unidos y parte de Europa, sostienen que el acuerdo es una estrategia geopolítica que atrapa a los países en una deuda insostenible y permite a China crear una influencia mundial. Sin embargo, una investigación de Lee Jones y Shahar Hameiri publicado en reader.chathamhouse.org discute esta posición como poco acertada, ya que los factores económicos son el motor principal de los proyectos de la Nueva Ruta de La Seda.
El sistema de financiación del desarrollo de China está demasiado fragmentado y la negociación entre los países es bilateral y no como forma de bloque, aunque haya bloques asiáticos que sí formen parte como ASEAN, la CEI y la Organización para la Cooperación de Shangai (OCS). Cada uno de los gobiernos de los países en vías de desarrollo que acuerda con China expone sus intereses políticos y económicos y eso determina la naturaleza de los proyectos de la Nueva Ruta de la Seda en su territorio.
Los países en desarrollo necesitan de manera urgente desarrollar su infraestructura para generar crecimiento económico y mejorar los niveles de vida de su población. Según Lee Jones y Shahar Hameiri, el Banco Mundial estima que se necesitan 97 billones de dólares de inversión en infraestructura en todo el mundo para 2040, con un déficit proyectado de 18 billones de dólares. Por lo tanto, el proyecto de China de la Nueva Ruta de la Seda corresponde a una necesidad genuina, que fue desatendida durante décadas por las agencias de desarrollo occidentales y organismos internacionales.
La lectura occidental que busca “frenar la ofensiva china”, sólo dilata más una respuesta que podrían tener aquellos países de Asia, África y América Latina que son olvidados, que viven endeudados y que nunca tienen la posibilidad de crecimiento, desarrollo económico y de infraestructura sostenible en el tiempo. Es necesario dejar de alimentar conflictos y evitar la confrontación mundial en tiempos de caos extremo, sobre eso, el presidente Xi Jinping viene hablando en conferencias internacionales desde abril, pidiendo que “no se politice la pandemia porque eso va en detrimento de la cooperación nacional”.
China incluso ha mostrado su capacidad de crecimiento económico (un 3,2% de su PBI en el segundo trimestre), luego de la crisis a nivel general provocada por la pandemia de la COVID-19. Aunque en la medida interanual muestra una caída del 1,6%, esta es menor que lo que se espera en general según el FMI. Representa una esperanza de superación económica a nivel mundial, ya que el organismo prevé una caída del PBI mundial de un 3%.
El gigante asiático está demostrando con hechos lo que en Occidente no se logra aún. Estar a la altura del mundo que se viene es entender que no a todo se le aplica una lógica occidental. En un panorama con pocas certezas, el proyecto de una Nueva Ruta de la Seda que busca incluir a quienes fueron olvidados representa algo por lo menos superador.