Este 25 de diciembre se cumplen treinta años de la caída de la Unión Soviética, un hecho bisagra en la historia reciente que quedó inmortalizado en el discurso de Mijail Gorbachov.
Quien puedo presenciarlo de cerca es la periodista argentina Telma Luzzani. “Estoy aquí a veinte mil kilómetros de casa, en una noche gélida, como testigo de la Historia”, relata en el primer capitulo de “Crónicas del fin de una era”. Publicado por Editorial Batalla De Ideas junto al Instituto Tricontinental, el libro reune las crónicas que Luzzani redactó desde Moscú y Kiev entre 1991 y 1993; e incorpora conversaciones recientes con Oleg Barabanov, Atilio Boron, Alicia Castro y Vijay Prashad acerca de las causas y las consecuencias de ese derrumbe.
¿Cómo volver a contar ese tiempo? ¿Será que allí aparecen huellas que nos traen a los dilemas del presente? Sobre todo esto hablamos con Telma Luzzani, quien considera que estamos frente a un nuevo punto de inflexión.
Daniela Ramos: Al inicio de “Crónicas del fin de una era” contás que este libro fue tu compañía durante 2021, un año particularmente intenso. ¿Cómo fue el reencuentro con tu trabajo treinta años después?
Telma Luzzani: Debo decir que es algo que ya había pensado muchas veces, la idea de reeditar esas crónicas, pero nunca parecía el momento. Hay una presión mediática de tener una lectura absoluta en relación al triunfo del capitalismo y el fracaso del socialismo. Entonces, dudaba cómo encararlo.
Una de las conversaciones que tengo en este libro es con el director del Instituto Tricontinental, Vijay Prashad, quien me convence de que en realidad son dos utopías las que han fracasado: una es la utopía socialista en su aspecto soviético —porque China sigue adelante con su propia experiencia, Cuba sigue adelante con su propia experiencia, y así otros países—, y por otro lado, estamos viendo fracasar la utopía capitalista en su aspecto neoliberal, ¿no?
Tenemos un mundo fuera de lo que se pensaba treinta años atrás: cada vez más injusto, brutalmente dividido, que castiga la naturaleza. El impulso autodestructivo que tiene el capitalismo lo está llevando a su ocaso. Me parece muy interesante ese aspecto de un doble fracaso de las utopías. Y por supuesto, esto invita a pensar qué hacemos ahora, ¿qué plan tenemos para el futuro?
DR: Te tocó hacer esta cobertura en la Unión Soviética de los 90´, cuando la tecnología no ofrecía las mismas posibilidades que hoy. ¿Cómo lograste mantener un relato vivo con las limitaciones propias de ese momento?
TL: Bueno, las limitaciones las vemos ahora, en ese momento era normal. Siempre recuerdo una primera cobertura en Israel: estaba en Gaza, en la parte palestina, celular en mano. Uno podía, en el medio de Palestina, combinar una entrevista para el día siguiente sin moverse del lugar. Físicamente trabajabamos mucho más, porque había que estar en la calle, cara a cara con los entrevistados. Había que escribir y después dictar de lo que uno escribía para que se grabara.
Hoy, los grandes medios prácticamente no mandan enviados especiales a los hechos históricos, a los sucesos importantes. Países más periféricos como el nuestro se alimentan de lo que dicen las grandes agencias, que son anglosajonas, o sea que tenemos una visión sesgada, no una visión “argentina” o “latinoamericana” de lo que está sucediendo, y eso es un déficit.
DR: Metiéndonos de lleno en el libro, en tus crónicas de Moscú aparece un pueblo particularmente golpeado y al mismo tiempo muy orgulloso. ¿Dónde crees que reside esta autoestima del pueblo ruso? ¿Es parte constitutiva de su identidad?
TL: Creo que tiene que ver con su historia. Parte del orgullo y de la autoestima tiene que ver con que derrotaron, nada más y nada menos, que al ejército de Napoleón y el ejército de Hitler, siendo ellos mismos en esos dos momentos un ejército muy inferior. Podemos compararlos con los vietnamitas y Estados Unidos. No tenían la tecnología ni la fuerza de esos ejércitos, que por otro lado eran ejércitos triunfantes y expansivos.
Y sin duda su historia zarista: haber sido siempre (o casi siempre) un país de peso a nivel europeo, y luego a nivel internacional. Todos estos factores se conjugan en esta característica tan peculiar. Tienen un clima y unas geografías complejas y difíciles, y sin embargo, tienen una fuerza interior que es realmente admirable.
DR: En el diálogo que sostenés con uno de los dirigentes del PDR [ Partido Democrático de Rusia] él ofrece una definición muy concreta: “Nuestra realidad no puede traducirse en términos occidentales” ¿Cómo explicas esa afirmación en el contexto particular de la caída de la Unión Soviética? ¿Se trata de una incomprensión histórica que sigue operando hasta hoy?
TL: Esto me lleva a dos reflexiones. Una es el desafío, a nivel periodístico, de tratar de comprender y contarle a los argentinos una sociedad que es muy distinta a nosotros. Tuve la ayuda de todos aquellos que fui entrevistando, y trataron que yo entendiera lo que ellos sentían.
Y en relación a la incomprensión histórica, creo que sí: tenemos una visión parcial o a veces manipulada de esa historia, pero también creo que hoy está mucho más cerca. El mundo se ha achicado en cierta medida. Y quién quiere buscar distintas versiones de los hechos históricos lo puede hacer —bueno, no todo el mundo, pero quienes acceden a internet lo pueden hacer—. Hay distintas maneras de acercarse a pueblos que son distintos.
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DR: Muchas cosas cambiaron en los últimos 30 años, pero otras tantas no. Es el caso de las guerras tradicionales y el despliegue militar en los territorios, que sigue vigente. De hecho, por estos días, la OTAN avanza sobre Europa del Este mientras Estados Unidos agita una posible invasión rusa. También hay una disputa en el mar de China Meridional. ¿Hay que esperar nuevos enfrentamientos armados en la disputa por la hegemonía?
TL: No creo que haya enfrentamientos armados globales al estilo de la Segunda Guerra Mundial, porque se acabaría el mundo. Pero sí guerras parciales, fragmentadas en zonas estratégicas o más débiles. Es el caso de Siria o Libia, que no tienen las capacidades para enfrentar esas armas poderosas y esas guerras.
Yo creo que van a seguir, lamentablemente, y a ellas se suman otras: las guerras de las monedas, las guerras por la vacuna, la guerra psicológica, la guerra de propaganda, la guerra jurídica… Son nuevas guerras que estamos atravesando en este momento tan especial. Me preguntabas al principio qué experiencia tuve al releer estas crónicas, y algo que me surge muy claramente es que estamos otra vez viviendo un momento bisagra, como hace treinta años.
De hecho, no creo que sea otro proceso. Pero dentro del mismo proceso hay momentos que son especialmente críticos o de inflexión, y este es uno. Y no me refiero a un año o dos, me refiero a estas décadas. Esta declinación obvia de la potencia norteamericana en su liderazgo, y este emerger de nuevas potencias o incluso la recuperación de Rusia como potencia armamentística, nos lleva a un mundo en transformación, sobre todo en nuestra región, que está totalmente vinculada a Estados Unidos.
Entonces, esta transformación, que lleva a una gran inestabilidad de valores y de creencias, está sacudiendo casi como un terremoto todo el sistema mundial. Esas guerras a las que hacías alusión son sólo una parte de ese proceso de cambio que estamos viviendo.
DR: En el diálogo que mantenés con Alicia Castro, ella lo define como una “crisis civilizatoria”. Y hablan también de cómo la pandemia expuso los enormes niveles de desigualdad en el mundo… Se llegó a decir que de esta pandemia íbamos a salir mejores, pero por el momento prevalece cierta lógica de “sálvese quien pueda”. ¿Cómo romper esta dinámica individualista para superar la crisis?
TL: Tengo la misma sensación de cuando hacía 30 años me decían “Escribí un libro sobre lo que está pasando”. Creo que todavía no ha corrido suficiente agua bajo el puente. Es cierto lo que vos decís, pero no sé si ese es el fin de la película. La situación sanitaria no se terminó, está en tránsito.
Es como si me preguntás cómo va a terminar un partido que está en el minuto 20 del primer tiempo. Me resulta difícil visualizar qué puede pasar. Tengo una suerte de esperanza o de “optimismo” de cómo se pueden resolver estas cosas a nivel de humanidad. Aunque no se si lo vamos a ver nosotras.
Creo que tiene razón Alicia cuando dice que es una crisis civilizatoria. Si vamos a terminar todos autodestruyéndonos o no, es difícil saberlo. Yo tiendo a pensar que como seres humanos tenemos más una pulsión de vida que una pulsión de muerte.
DR: En el diálogo con Atilio Borón destacan algo que ya mencionaste en tu respuesta anterior, respecto a la emergencia de China. De hecho, en el libro hay un mapa que ilustra cómo se convirtió en el primer socio comercial de 144 países en poco tiempo. ¿Tenemos que prepararnos para la emergencia de un imperio en los términos que ya conocemos, como el de Estados Unidos? ¿O se trata de otro ejercicio de hegemonía?
TL: No, yo no creo que sea en absoluto un imperio. Hay un libro de Henry Kissinger que se llama “China”. Nada menos que Kissinger, uno de los artífices del capitalismo norteamericano como lo conocemos hoy, un conocido genocida. Sin embargo, cuando él piensa en China la retoma desde su historia, y no visualiza un imperio al estilo occidental que conocemos. Es otra cabeza, otra historia. Incluso algo que él subraya bastante es el tema de la famosa armonía o la convivencia de los opuestos de los orientales, que no permite concebir el mundo de la misma manera.
Yo creo que tienen una impronta cooperativa mucho más fuerte. Nuevamente, es bastante difícil acercarnos a qué puede pasar, pero visualizarla como un peligro es parte de la propaganda norteamericana. Y me parece que nosotros deberíamos hacer un esfuerzo por entender y tener una mirada propia latinoamericana de ese país, de ese continente, y no la mirada que nos viene dada. Por suerte hay muchísimos estudiosos argentinos que están profundizando en el tema y eso es una buena señal.
Y con respecto a lo de Atilio, fue encantadora la conversación con él, porque conoció la URSS y nos da una cantidad de datos, historias y anécdotas encantadoras que enriquecen enormemente el libro.
DR: No quería dejar pasar la oportunidad para hacerte algunas preguntas sobre nuestra región. Da la sensación de que Latinoamérica no ha perdido la capacidad de sorprendernos. En los últimos años, en particular, hubo estallidos en Chile y en Colombia, triunfo de la izquierda en Perú, por mencionar algunos hechos específicos. ¿Hay posibilidades de recomponer un ciclo progresista, quizás en una clave diferente a la que conocimos durante los primeros años de este siglo?
TL: Este sí, yo creo absolutamente que sí. Los primeros quince años del siglo XXI han sido extraordinarios para nuestra región, con gobiernos nacionales y populares que no solo nos devolvieron nuestra autoestima, nuestra soberanía, sino que nos hicieron recordar los derechos por los que teníamos que luchar. Esto sin Cuba no hubiera sido posible. No los líderes, sino que los procesos no hubieran sido posibles. Sobre todo creo que el bolivarianismo no hubiera podido florecer como floreció. Y Cuba es Cuba porque existió la Revolución Rusa.
Este nuevo ciclo se está dando con diferencias marcadas con respecto al primero, y nos hace comprender que el proceso de cambios en América Latina ya había empezado en el año 99. Pongamos como fecha la asunción de Chávez. Y me parece que, con más y con menos, ese proceso no tiene vuelta atrás.
Habrá, sí, algunos matices, algunos Bolsonaro que parecen ponerle fin. Pero un ejemplo claro fue Bolivia. ¿Cuánto duró ese golpe de Estado? ¡Un año! Algo impensable considerando que tenía la mayor potencia del mundo atrás, todo el dinero, toda la tecnología, toda la propaganda, y una parte importante de las Fuerzas Armadas y los sectores más agresivos de Bolivia. Y sin embargo, ese golpe de Estado tradicional tuvo que retomar la vía democrática, mal que le pese al Imperio. Me parece que los cambios llegaron para quedarse.
DR: A todo esto, en Latinoamérica y en distintos rincones del mundo, se vuelve a escuchar la retórica de una “amenaza comunista”. Suena un poco caricaturesco, considerando que lo que predomina a nivel global son democracias liberales, ¿no? ¿A qué responde esta construcción discursiva?
TL: Esta decadencia del liderazgo norteamericano tiene, como es lógico, una reacción. No es que Estados Unidos vaya a desaparecer mañana, está haciendo todo lo posible por mantener su hegemonía o tener el menor daño posible. En ese marco aparecen todas las guerras, entre ellas la guerra de propaganda. Van a tratar de inculcar de todas las maneras posibles que estamos en riesgo si ellos desaparecen o dejan de ser la potencia hegemónica. Entre esos discursos está el discurso de la vuelta al comunismo, que como bien decís parece bastante disparatado.
Estamos viendo distintas emergencias que tienen que ver con la forma en que el capitalismo salvaje se defiende. Va a hacer todo lo que esté a su alcance para sobrevivir y para matar a su enemigo. Entonces, en esa guerra, en esa guerra de ideologías, de sistemas, de cambios, es donde nos encontramos. Y esos discursos tienen que ver con esa guerra.
DR: Por último, Telma, quería pedirte una reflexión sobre el periodismo, y en particular el periodismo de internacionales. Vemos en el mundo ataques directos a la libertad de prensa, con el caso paradigmático de Julian Assange. ¿Cómo ves hoy el ejercicio del periodismo?
TL: Es muy importante que nombres a Assange. Es el mejor de los nuestros y justamente por eso está siendo atacado. Y vuelvo a lo de antes: en esta lucha sin cuartel, son capaces de encerrarlo para siempre o incluso matarlo. Como nos enteramos alguna vez que Hillary Clinton tenía pensado hacer un asesinato selectivo de Assange en la embajada de Ecuador en Londres.
Acá hay dos cosas. El periodismo está en un momento muy crítico, y creo que esto es ex profeso para mantener a la gente lo peor informada posible. Y no me refiero solamente al caso de Argentina o Latinoamérica.
Por otra parte, la política internacional es la pariente pobre del periodismo, porque siempre tiene poco espacio en los medios. Ni hablar en la televisión o en la radio, donde te dan unos segundos y tenés que exprimirte el cerebro para explicar temas complejísimos. Tenés que poner antecedentes, dar contexto y quedan dos segundos para explicar. Son esas proezas que uno trata de hacer, porque sabemos lo importante que es la política internacional es la política nacional.
O sea, los grandes líderes lo saben: lo dijo Perón, lo remarca permanentemente Cristina, lo decía Chávez. Conocer el mundo en el que vivís es entender el mundo propio.
Y yo no creo que sea casualidad que se brinde poco espacio. Un ejemplo que doy siempre tiene que ver con el neoliberalismo de los años 90. En aquel momento, la mayoría de los argentinos creían que el neoliberalismo era una cuestión de nuestro país, que habíamos tenido tan malos gobiernos y éramos tan corruptos que teníamos que atravesar el neoliberalismo y aceptar la convertibilidad. Y así, cada uno de los países no se veía en un proceso global de cambio, donde el neoliberalismo estaba permeando en todas las sociedades y había detrás un plan político-económico.
No se veía porque se planteaba en los medios de comunicación como un tema particular y local. Lo vemos hoy, treinta años después, pero no lo veíamos en aquel momento. Si no lo hubieran hecho así, nadie hubiera aceptado el neoliberalismo como se aceptó. Entonces, me parece que el déficit de la política internacional es una de las cosas que debería cambiar… Pero bueno, a esta altura de mi vida, francamente, no tengo tantas discusiones al respecto.
Telma Luzzani es periodista y escritora. Con más de treinta y cinco años de trayectoria, fue corresponsal y analista de política internacional realizando coberturas como la última guerra del Líbano (2006); el traspaso de Hong Kong a China (1997); la guerra en Cachemira y los ensayos nucleares de India y Pakistán (1998). Trabajó en los diarios Tiempo Argentino y Clarín y fue columnista en Radio Nacional. Co-condujo el multipremiado programa Visión 7 Internacional en la TV Pública (Canal 7) y condujo Voces del Mundo, programa diario emitido por la agencia Sputnik.