El último fin de semana se disparó la tensión diplomática en Turquía. Tras la divulgación de una carta que exigía la liberación del empresario Osman Kavala —preso desde octubre de 2017 y acusado de liderar las protestas de 2013 en el parque Gezi en Estambul—, el presidente Recep Tayyip Erdogan ordenó que los firmantes fueran declarados persona non grata, lo que habría significado la expulsión de diez diplomáticos europeos del país.
En un mitin en la ciudad turca de Eskisehir este sábado, Erdogan declaró: “¿Dónde creen que están? ¡Esto es Turquía! Yo también he dado órdenes al Ministerio de Exteriores: que estos 10 embajadores sean inmediatamente declarados persona non grata. Así entenderán, sabrán lo que es Turquía”.
A pesar de sus acaloradas palabras, este lunes el presidente turco dio marcha atrás con la decisión. Previamente, las embajadas de los diez países hicieron lo propio al reafirmar publicamente su política oficial de no interferir en los asuntos internos del Estado. Lo que en principio parecía una crisis diplomática insalvable terminó de forma pacífica, al menos por ahora.
“Occidente predijo cómo reaccionaría el presidente turco ante semejante provocación, por lo que se cree que su intención era catalizar un ciclo autosostenible de escaladas diplomáticas como parte de la guerra híbrida contra Turquía dirigida por Estados Unidos” explica Andrew Korybko en este artículo. “Occidente habría mordido más de lo que puede masticar, tal vez subestimando la determinación del presidente Erdogan para responder a sus provocaciones”.
El episodio se suma a otros tantos que contribuyeron al desgaste de las relaciones entre Turquía y Occidente. Ya en el mes de abril de este año, la decisión del gobierno de Estados Unidos de reconocer el genocidio armenio a manos de Turquía generó una fuerte reacción por parte de Erdogan, que respondióa través de su Ministro de Relaciones Exteriores llamando “oportunista” a Joe Biden.
En el año 2013, lo que comenzó como una manifestación ecologista y se convirtió en multitudinarias protestas contra el creciente autoritarismo del gobierno turco, decantó en la desconfianza de Erdogán hacia sus socios de Occidente y un intento de golpe de Estado en 2016. El propio Kavala, que fue absuelto tras ser señalado como líder de las protestas, fue posteriormente acusado de espionaje y de vínculos con el fallido golpe de 2016, por lo cual hoy continúa en prisión.
Las constantes y crecientes tensiones con Occidente responden al distanciamiento de Erdogan del proyecto europeísta que venía construyendo Turquía hasta su llegada al poder. Según explicó el docente y analista internacional Federico Larsen “Turquía quiere retomar una tradición que tiene que ver con un sector de la política interna que es representada por Erdogan, que se le llama otomanismo, y tiene como objetivo reconstruir cierta potencia geopolítica de Turquía como lo fue en su momento la del Imperio Otomano”.
Con la firma de la carta para la liberación de Kavala y a pesar de la posterior declaración de no intervención, Erdogán podría haber sostenido su decisión de expulsar a los diplomáticos, deteriorando aún más sus vínculos con Occidente y generando incertidumbre en toda la región. “Turquía aspira a practicar un acto de equilibrio muy complejo en medio de la transición sistémica global en curso y aprovecha su posición geoestratégica para diversificar ampliamente sus asociaciones exteriores”, explica Andrew Korybko.
Hacia dentro de Turquia, el discurso contra el intervencionismo de Occidente funciona bajo la lógica de despertar sentimientos nacionalistas que ayuden al mandatario a recuperar su popularidad. Según una encuesta del instituto demoscópico independiente Avrasya, Erdogan cuenta con el apoyo del 30% de la población del país, cifra que viene disminuyendo producto de la situación económica, la represión, la persecución a la oposición y la intervención política de las instituciones en beneficio propio.
A la desvalorización de la lira turca y el aumento de los productos importados —de los cuales Turquía depende— se suma la inflación, que ya alcanza el 20%. En este escenario y ante la consecuente pérdida de popularidad, algunos analistas apuntan que los escándalos diplomáticos funcionan como estrategia de Erdogan para mantener movilizada a su base.
En el plano regional, la situación también presenta matices. Turquía es miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y posee el segundo mayor ejército de la alianza. Al mismo tiempo, estrecha relaciones con Rusia, con quien tiene intereses compartidos en el Mar Negro y ha negociado la compra de aviones y armamento a pesar de la negativa de Estados Unidos.
Turquía también negocia con Irán un acuerdo de intercambio de combustible nuclear y tiene intereses concretos en Siria e Irak. Por su posición en el mapa euroasiático, el país se constituye como puerta de entrada de Europa desde Medio Oriente, lo cual puede significar un problema para la contención de los miles de desplazados que llegan desde Afganistán, Siria, Irak y otros países centro asiáticos.
Tras las tensiones diplomáticas de octubre, la situación entre Erdogan y sus aliados de la OTAN parece atravesar su peor momento. Como explica el analista Andrew Korybko: “Turquía y Occidente […] son rivales acalorados, pero también comprenden la necesidad de evitar pragmáticamente que sus tensiones se salgan de control”. Con Estados Unidos intentando recuperar su dominio mundial ante el avance de Rusia y China, Turquía se conforma como un actor geopolítico que promete dar batalla en un mundo cada vez más multipolar.