El conflicto bélico en el este europeo entre Rusia y Ucrania está lejos de ser solamente una disputa por territorio entre dos países. Por más de que se insista con esta retórica, conveniente y simplificada para quienes alzan la bandera de la libertad de Ucrania, la situación responde a una estrategia geopolítica de Estados Unidos, que busca recuperar su influencia, y de una Rusia que desde 2008 hace frente a las innumerables provocaciones de occidente.
“Ucrania es un pivote geopolítico porque está en la intersección euroasiática. Zbigniew Brzezinski (uno de los estrategas estadounidenses más influyentes y autor del libro ´El gran tablero mundial´) decía que Rusia con Ucrania puede recuperarse y volver a ser una gran potencia mundial y sin Ucrania no puede, es decir que sólo sería una potencia asiática regional”, explica en entrevista con ARG Medios el investigador del CONICET y doctor en Ciencias Sociales, Gabriel Merino.
“Hay una obsesión desde el punto de vista estratégico de que Ucrania quede del lado occidental. Hubo un fuerte apoyo a la revolución naranja en 2004, hubo una apuesta muy fuerte para forzar un giro occidental en Ucrania”, agrega el también profesor de la Universidad Nacional de La Plata.
La intención de Estados Unidos de incorporar a Ucrania a su esfera de influencia cuenta con una estrategia que data de fines de los años 90 y que alcanza también a la Rusia post Unión Soviética. Tras la desintegración de la URSS y la consolidación del capitalismo neoliberal como sistema dominante en un orden mundial unipolar, la supremacía de Estados Unidos como hegemón global comienza a abrirse camino por territorios que quedan fuera de su órbita de poder.
“Incluso Brzezinski y gran parte del pensamiento globalista angloestadounidense pensaban en partir a Rusia en tres, en pleno declive de Moscú”, sostiene Merino. “Esa es una premisa geoestratégica que permanece. Ya en 2005 empieza a surgir la necesidad de que Ucrania se incorpore a la OTAN debido a que este país conforma un puente euroasiático clave junto con Francia, Alemania y Polonia”.
Según los estrategas de Estados Unidos, la clave de la expansión hacia el este europeo y, con ello, el ingreso a Eurasia, estaba en la conformación de dicho puente, motivo por el cual se dio el apoyo de Occidente a la llamada Revolución Naranja de 2004 y al golpe de 2014, que consolidó un gobierno aliado en Ucrania.
El territorio ucraniano es también clave en la estrategia geopolítica rusa por su posición y características geográficas. Según explica Gabriel Merino “para Rusia, Ucrania es clave desde el punto de vista histórico, ya que el primer Rus que se conforma se dio en Kiev, la capital de Ucrania.
También significa la salida al Mar Negro, por más que ellos tienen salida por el Caucaso. Pero también Ucrania es la península de Crimea, que en su momento (la ex emperatriz) Catalina le arrebató a los otomanos en el 1700. Es decir que hay una identidad rusa muy fuerte en la región y una importancia estratégica e histórica del territorio”.
Además de las cuestiones históricas, Ucrania es el segundo país más grande después de Francia en Europa, tiene una de las principales praderas fértiles del mundo con capacidad exportadora, produce el 11% del trigo mundial y tiene con Rusia fuertes lazos culturales. “Todo el sureste ucraniano es cultural y lingüísticamente ruso, reforzado durante la URSS. Pero también muchas de las industrias pesadas que tienen relación con la economía rusa y que quedaron también de la URSS, están en el Donbass (la región separatista donde se encuentran las repúblicas de Donesk y Lugansk) y eso resulta estratégico para Rusia”.
Tras la disolución de la URSS, Rusia comienza a perder influencia en Europa al ritmo que se expande la OTAN hacia el este. “Con la llegada de Putin no sólo se empieza a frenar el declive de Rusia durante los años 90, sino que se busca recuperar el espacio de influencia y, con ello, la recomposición del país como potencia euroasiática”, desarrolla Merino.
Ante este panorama, las salidas posibles para Ucrania quedan condicionadas a los intereses del imperialismo norteamericano, que busca recuperar su hegemonía, y a Rusia, que reacciona a las provocaciones de Washington al tiempo que insiste en recuperar influencia en Europa.
“Si el gobierno ucraniano acepta la neutralidad que propone Rusia, entonces debería modificar la Constitución, que establece que Ucrania debe incorporarse a la OTAN”, afirma Merino y agrega que esa es una de las condiciones de Rusia para frenar la operación militar.
Otra posibilidad que se maneja es que se de el reconocimiento de Crimea como territorio ruso y al Donbass como repúblicas separadas, lo cual para el investigador presenta más complicaciones debido a las implicancias que dicho reconocimiento traería para Occidente en su cruzada expansionista.
En ese sentido, Merino explica que “Putin no quiere volver atrás en la decisión de reconocer a estas repúblicas, algo que si se ponía en la mesa de negociación en el 2014. Ahora tras la escalada militar el argumento para la defensa de esos territorios es que se está ejecutando un genocidio por parte de estos grupos neonazis como el regimiento de Azov. Y ese es otro punto, lo que está pidiendo Rusia es que estos grupos neonazis que fueron incorporados a la guardia nacional y otros grupos sean desinstitucionalizados y separados de las FFAA. También se exige que se incorpore el idioma ruso como lengua oficial del país y que, por lo tanto, no se persiga a la población ruso parlante”.
En un escenario más negativo para Rusia, el investigador del CONICET apunta que el país de marcha atrás, lo cual significaría una derrota. “Para eso debería haber un desgaste que Rusia no pueda soportar en el resultado técnico militar, en el plano económico y en el plano global por toda la presión. Hay varios escenarios y depende mucho de la evolución del conflicto en el plano técnico militar, como en el plano político estratégico”, apunta el investigador.
Europa en la encrucijada
La decisión de occidente de sancionar a Rusia por la operación militar impulsada en Ucrania tiene como objetivo debilitar al país. Pocos días después de iniciado el conflicto y ante las primeras sanciones, la moneda rusa sufrió una devaluación sin precedentes, motivo por el cual el gobierno debió tomar medidas con el fin de evitar una crisis aún más profunda. Entre las sanciones, Estados Unidos determinó el bloqueo a la certificación del gasoducto Nord Stream 2, que conecta Rusia con Alemania a través del Mar Báltico y que debía proveer de gas a la potencia europea en plena crisis energética.
Dicha decisión, lejos de generar el daño esperado contra Rusia, está haciendo lo propio tanto en Alemania como en otros países de Europa, que padecen las sanciones contra Rusia en sus economías. “Ahora sucede que por el aumento fenomenal del precio de los hidrocarburos y este problema de logística de abastecimiento, estas sanciones están golpeando la competitividad europea”, considera Merino, que advierte que dicha situación beneficia a EEUU. “No sólo para venderles gas licuado a los europeos que es mucho más caro, sino porque dentro de esta competencia intercapitalista los europeos quedan en desventaja”, completa.
La encrucijada en la que hoy se encuentra la Unión Europea comenzó en 2003 con la decisión de Estados Unidos de comenzar una guerra en Irak. En ese momento surge el interrogante acerca de los costos que implicaba la primacía estadounidense y el protectorado militar en Europa.
“En este caso era el costo de las inversiones que Francia y Alemania tenían en Irak. Pero eso se extiende en el tiempo y se ve, por ejemplo, cómo ambos países empiezan a perder inversiones en Irán tras las sanciones de la era Trump. Con Rusia pasa lo mismo y el problema es que el vínculo no es sólo energético, porque Alemania y Francia tienen grandes inversiones en Rusia y las sanciones les generan un problema económico serio”, sostiene Merino.
Ante este panorama, la idea de autonomía estratégica de la Unión Europea en relación con Estados Unidos parece poco probable junto con la posibilidad de consolidar fuerzas armadas y un complejo industrial militar propio. Si bien durante la era Merkel hubo un intento de despegarse de la influencia norteamericana, lo cual puede ser constatado tras la construcción del Nord Stream 2 que contó con una fuerte resistencia por parte de Estados Unidos, al momento la UE no pareciera tener la fortaleza para concretar dicha autonomía.
“Esta debilidad estratégica y subordinación impiden a Francia y Alemania de hacerle frente a Washington en última instancia”, afirma Merino, quien cree que ante este panorama de guerra comercial, la UE “está pagando muchos costos y la gran pregunta es hasta donde ellos observan que mantenerse como aliado fundamental de Estados Unidos y el Reino Unido, implica mayores beneficios que costos”.
En ese sentido, resulta relevante analizar la posición en la que queda Rusia ante este nuevo mapa de alianzas y tras las sanciones económicas de Occidente. Lejos de concretarse el aislamiento, el país gobernado por Putin logró consolidar una serie de acuerdos clave que se presentan como una amenaza directa para la hegemonía estadounidense.
“Hay un dato que es clave: las sanciones vienen desde 2014 y Rusia es el mayor exportador del mundo de gas y de trigo. Hay cantidad de sanciones y una guerra económica contra Rusia por lo que desde occidente se llama la anexión de Crimea y por el apoyo indirecto a los insurgentes del Donbas. Las sanciones están y no han logrado frenar a Rusia”.
Lejos de consolidarse un aislamiento, como se sostiene desde la prensa Occidental, las sanciones contra Rusia profundizaron los lazos comerciales con otras potencias: “El comercio con China, cuyo PBI industrial es igual a la suma del PBI de Estados Unidos, Alemania y Japón, se multiplicó. Algo similar sucede con la India, que ya está evaluando comerciar petróleo ruso en yuanes si no puede ser en dólares”, observa el investigador del CONICET.
Ante ese panorama, las sanciones si bien tienen el potencial de golpear a la economía rusa, no consiguen debilitar fuertemente al país por su peso estratégico. “Esto de que el rublo recupere poder después de una devaluación del 30% es todo un dato porque se esperaba que la devaluación sea mayor. Obvio que Putin tomó medidas como el aumento de la tasa de interés del Banco Central ruso y la liquidación de las exportaciones. Pero hay que ver que el trigo que vende Rusia el mundo lo necesita porque si no tenés una crisis de hambre semanal. Las armas que vende Rusia muchos se la siguen comprando, incluso aliados de EEUU como Israel.”
La puja entre Estados Unidos y Rusia en este contexto da cuenta de una reconfiguración del mapa de poder global. Los meses que siguen serán determinantes para entender como este nuevo orden mundial multipolar determinará el rumbo tanto del conflicto actual en Ucrania como del mundo que se abre en esta disputa por la hegemonía.