Los resultados de las elecciones del domingo pasado estuvieron en línea con las expectativas del gobierno. Así como dos meses atrás la dura derrota sufrida por el oficialismo en las elecciones primarias (PASO) tomó por sorpresa a propios y extraños, esta vez los que se equivocaron fueron quienes auguraban una derrota catastrófica del Frente de Todos (FdT), vaticinando una diferencia todavía mayor a la registrada en las PASO en favor de la oposición de Juntos por el Cambio (JxC). Sin embargo, esa brecha no sólo no se amplió, sino que se redujo.
El peronismo y sus aliados volvieron a imponerse en los siete distritos en los que habían ganado en las elecciones primarias (San Juan, La Rioja, Catamarca, Salta, Santiago del Estero, Tucumán y Formosa) y revirtieron los resultados en otros dos (Chaco y Tierra del Fuego). En la decisiva Provincia de Buenos Aires logró aumentar su caudal de votos en alrededor de cinco puntos porcentuales, quedando apenas a un punto y medio de diferencia. Si bien es cierto que el gobierno cederá terreno en el Congreso al perder el quórum propio con el que contaba en el Senado, los resultados finales generaron alivio entre los militantes y referentes de la coalición oficialista.
La oposición de derecha, por su parte, parece haber alcanzado su techo electoral. En términos generales, JxC mantuvo aproximadamente el mismo caudal conseguido tanto en las PASO como en las generales del 2019, y no supo capitalizar a su favor el tremendo mazazo que le asestó al gobierno en las elecciones de septiembre. Los millones de votos que perdió el gobierno a lo largo de estos dos años de pandemia y crisis económica no parecen haber migrado a Juntos por el Cambio.
El repunte del Frente de Todos a nivel nacional se basó en dos pilares fundamentales: las provincias del NOA —donde, en varios distritos, el peronismo volvió a superar el 50% de los votos— y el conurbano bonaerense, especialmente la tercera sección electoral. Esos votos provienen fundamentalmente de sectores sociales empobrecidos que, al menos de manera parcial, decidieron volver a apoyar al oficialismo luego de haberle dado la espalda en septiembre. Es evidente que la estrategia de volcar la militancia hacia los territorios, así como la campaña más activa de gobernadores e intendentes, contribuyó a mejorar la performance electoral.
Es difícil determinar hasta qué punto incidieron también otros factores, como la moderada reactivación económica que se verifica desde hace unos meses, las medidas destinadas a aliviar la situación de los hogares de menores ingresos y el fin de las restricciones que impuso la pandemia. Lo cierto es que pese a una fenomenal ofensiva orquestada por los medios de comunicación más concentrados y el poder económico —que redobló sus apuestas desestabilizadoras disparando el precio del dólar—, el gobierno logró salir relativamente bien parado en su momento de mayor debilidad.
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Otro dato saliente de la jornada del domingo es la gran elección que hizo el Frente de Izquierda (FIT) sumando dos nuevas bancas y consolidándose como la tercera fuerza a nivel nacional. Al porcentaje histórico conseguido en Jujuy (25%), deben sumarse los muy buenos resultados obtenidos tanto en CABA (8%) como en la Provincia de Buenos Aires (7%). En el resto del país la elección fue similar a la de las PASO, superando los cinco puntos en varias provincias patagónicas.
Por su parte, las expresiones de ultraderecha encabezadas por figuras como Javier Milei y José Luis Espert, tal como se preveía, experimentaron un leve crecimiento, aunque el mismo fue mucho menor al que algunos imaginaban y siguen teniendo escaso arraigo —por no decir nulo— en el interior del país.
Tras la debacle de septiembre y la crisis política desatada por la confrontación pública entre el presidente y Cristina Fernández de Kirchner, y en el contexto de una fuerte ofensiva de los poderes fácticos, el resultado de las elecciones de medio término significó, aun en la derrota, una bocanada de aire fresco para el oficialismo. Buena parte de sus enemigos ya lo daban por muerto, pero el Frente de Todos todavía respira.
Es de esperar, a la luz de la mejora electoral conseguida en apenas dos meses, una profundización del debate interno que tensiona, al menos desde hace un año y medio, a la coalición oficialista. Por un lado, tenemos los sectores cercanos al kirchnerismo, que vienen planteando cada vez con más fuerza la necesidad de “alinear precios con salarios” y generar una especie de shock distributivo que permita una fuerte reactivación económica; por otro, encontramos los sectores —hasta ahora mayoritarios— que se muestran partidarios de sostener el “equilibrio fiscal” y negociar una tregua con los poderes fácticos cediendo a la mayor parte de sus demandas.
Los próximos meses, con la negociación con el Fondo Monetario Internacional en el centro de la escena, serán decisivos. Casi en la mitad exacta de su mandato, el gobierno de Alberto Fernández tiene una nueva oportunidad (la última, seguramente) para cambiar el rumbo y empezar a saldar la enorme deuda que mantiene con las grandes mayorías populares.