A lo largo de los últimos meses las noticias internacionales nos han mostrado una aproximación de varios países con la República Bolivariana de Venezuela. Estos acercamientos llaman la atención porque representan un quiebre en relación a la situación que vivió el país a lo largo de varios años, producto de bloqueos y sanciones comerciales impuestas por Estados Unidos y sus aliados en su búsqueda por derrocar al gobierno de Nicolás Maduro.
Desde 2014, con el plan La Salida, la oposición al gobierno venezolano con el apoyo del gobierno de Estados Unidos asumió el liderazgo de una operación de cambio de régimen en el país con una evidente carga geopolítica. Diferentes manifestaciones con consignas como “democracia” y “libertad” obtuvieron una enorme visibilidad con el fin de exportar la idea de que existía en la sociedad venezolana un reclamo generalizado de cambio de gobierno. A esto se le sumó posteriormente la narrativa acerca de violaciones de derechos humanos y represión desmedida del gobierno e provocaciones en la frontera con Colombia con la idea de desgastar al gobierno.
La situación se recrudeció a partir de 2018 y el cerco militar y discursivo sobre Venezuela se extendió hasta entrado 2022, cuando el inicio de la guerra de la OTAN contra Rusia en Ucrania obligó a Occidente a replantear su estrategia debido a la amenaza sobre el mercado petrolero internacional.
En marzo de 2022 funcionarios de la administración de Joe Biden viajaron a Caracas, entre ellos Juan González, asesor especial del presidente estadounidense para América Latina. El encuentro fue un primer acercamiento, tras el cual se confirmó la decisión de la Casa Blanca de reanudar el diálogo con el gobierno de Maduro. Posteriormente y tras un acuerdo logrado en México entre gobierno y oposición, EEUU anunció el alivio de una serie de sanciones que permiten a Chevron Corp. negociar los términos de su licencia y las posibles actividades futuras con la petrolera estatal venezolana, Petróleos de Venezuela, SA (PDVSA).
Tras el alivio de las sanciones estadounidenses y luego de la victoria electoral de Lula en Brasil, Brasil anunció la retomada del vínculo diplomático con Venezuela. El cambio en la postura de Brasil en relación al país gobernado por Maduro responde a varias cuestiones. Por un lado, desde el punto de vista estratégico, Venezuela es fundamental para pensar la integración regional, lo cual se buscó iniciar con la reunión de presidentes sudamericanos en Brasilia el último 30 de mayo.
El distanciamiento de Brasil con Venezuela que se impulsó desde 2016 hasta inicio de 2023, representó tanto la ausencia de Brasil como la presencia de otros países en un vecino con el cual se comparten más de 2.000 kilómetros de frontera. Esto, en opinión del actual gobierno brasileño, representa un enorme riesgo que resulta necesario revertir.
También está la cuestión comercial. Con el distanciamiento entre ambos países, Brasil perdió un enorme mercado para sus productos. En 2010 y 2011, el comercio bilateral alcanzó cerca de 6.000 millones de dólares anuales, con una balanza comercial ampliamente favorable a Brasil. Si el año pasado Brasil exportó cerca de 700 millones de dólares al mercado venezolano, en 2012 las ventas brasileñas alcanzaron los 5.000 millones de dólares.
Otro de los países que cambió su postura en relación a Venezuela fue Colombia. La normalización de las relaciones fue impulsada por el presidente Gustavo Petro tras años de ruptura e intentos de injerencia, en los cuales Colombia se convirtió el espacio de retaguardia para sostener la campaña de cambio de régimen.
La tensa relación bilateral se rompió el 23 de febrero de 2019 a raíz del intento del opositor Juan Guaidó (reconocido en ese momento por varios países de Occidente como “presidente interino” de Venezuela) de ingresar a su país desde la ciudad colombiana de Cúcuta al frente de una caravana humanitaria, lo cual culminó en disturbios en la frontera y llevó al presidente Nicolás Maduro a romper las relaciones diplomáticas y consulares con Colombia, cuyo gobernante de entonces, Iván Duque, había vaticinado días antes: “A la dictadura de Venezuela le quedan muy pocas horas”.
Con el giro de 180 grados impulsado por Petro en relación al vínculo bilateral con Venezuela, se prevé un aumento del intercambio comercial y la reducción de la burocracia que, tanto colombianos como venezolanos, imponen para la entrada y salida de productos, que si bien fue de apenas un 1,49 % entre agosto y noviembre pasados, se espera que sea más acelerado y los números suban tras la apertura de la frontera. Con foco en ese objetivo, Maduro y Petro llegaron a firmar un acuerdo cuyo objetivo es alcanzar este año los 1.800 millones de dólares en operaciones comerciales.
Algunos gobiernos europeos también modificaron su postura hacia el Gobierno de Maduro, entre ellos el de Francia. En la pasada Conferencia Mundial del Clima, en Egipto, Macron y Maduro mantuvieron una breve conversación en un pasillo del evento, lo cual demuestra el fin del aislamiento internacional de Venezuela.
Si bien desde algunos sectores se sigue abonando la idea de Venezuela como un país con un gobierno autoritario que viola los derechos humanos, dicho discurso se vuelve cada vez más obsoleto en la medida en que ganan fuerza los intereses estratégicos y comerciales. El contexto actual, donde estos intereses ganan peso por sobre las cuestiones ideológicas, podrían ponerle fin al aislamiento impuesto de Venezuela.