11S y el choque de civilizaciones

La guerra contra el terror no fue sólo una estrategia estadounidense, fue la razón por la que se sostuvo una de las organizaciones más importantes en términos militares. La OTAN y la construcción de un nuevo enemigo.

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La foto en la memoria colectiva es que, el 11 de septiembre de 2001, aviones comerciales impactaron en las torres gemelas en plena ciudad de Nueva York, Estados Unidos. Este hecho fue el punto de inflexión para la estrategia militar conocida como guerra contra el terrorismo. Si bien a partir de allí comienza el despliegue militar estadounidense y el de sus aliados, unos años después también hubo dos atentados en ciudades europeas.

El 11 de marzo de 2004, estalló una bomba en la estación de trenes de Atocha en Madrid, España, donde murieron 193 personas y más de 1.800 resultaron heridas. El atentado se atribuyó a militantes islámicos que vivían en ese país. En la ciudad de Londres, Inglaterra, el ataque también fue en el transporte público. El 7 de julio del 2005, cuatro atacantes suicidas se explotaron en cuatro puntos del sistema de transporte, matando a 52 personas. Investigaciones posteriores demostraron vínculos de los atacantes con al Qaeda.

Tiempo después, Bin Laden, líder de la organización terrorista de al Qaeda, justificó los atentados de Madrid de 2004 y de Londres de 2005 asegurando que eran consecuencia de la opresión de los gobiernos occidentales. En un video difundido en página web de su organización, sostuvo que “lo que están haciendo sus gobiernos bajo la égida de la OTAN es matar mujeres, niños y ancianos por el deseo de Bush”.

El papel clave de la OTAN

Luego del atentado a las torres gemelas, los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se alinearon detrás de Estados Unidos, apelando al artículo 5 del tratado que dice que “un ataque armado contra uno o varios de los países aliados, en Europa o en Norteamérica, será considerado como un ataque contra todos los aliados”.

En octubre del 2001, a través de la Operación Libertad Duradera —OEF, por sus siglas en inglés— se anunció desde el gobierno estadounidense que las fuerzas norteamericanas y británicas comenzarían ataques aéreos contra los talibanes y al Qaeda en Afganistán. Esto llevó a la caída del régimen talibán en el país y la pérdida de la base de al Qaeda.

Afganistán es invadido por Estados Unidos, mientras los miembros de la OTAN envían fuerzas militares. Para agosto de 2003, la OTAN asume más responsabilidades en la guerra afgana y va a ser el organismo encargado de la seguridad social de la población; luego se celebran elecciones. Países como Reino Unido, Italia, Canadá, Australia, Dinamarca, Turquía, Polonia, Alemania, entre otros, toman decisiones en un territorio que no es el suyo, justificando sus acciones como necesarias para terminar con el terrorismo.

La invasión a Afganistán fue la primera medida que se organizó por parte de la OTAN en un territorio que estaba fuera de Europa. Después de los bombardeos contra Serbia, se creó una especie de pacto implícito sobre la posibilidad de la OTAN de atacar un pais y de actuar sin el consentimiento de la ONU. El ataque contra Afganistán sumergía a la OTAN en “la guerra contra el terrorismo”, y así se convertía en la razón de ser del organismo, que venía en decadencia luego del fin de la guerra fría. Y en esto, fue tan importante el papel de los aliados como el estadounidense.

Durante el 2003, Estados Unidos junto a varios países de la OTAN invadió Irak, un país al que se acusaba de albergar armas de destrucción masiva. Según la teoría norteamericana, el presidente de iraquí, Saddam Hussein, no sólo poseía y desarrollaba armas sino que también tenía vínculos con al Qaeda.

Hussein fue derrocado y la guerra en Irak terminó en 2011, bajo la gestión del expresidente Barack Obama, que continuó invirtiendo en la guerra como su antecesor George W. Bush. Para Irak, la guerra trajo un desastre social, económico y humano; con el aumento consecuente del desempleo, la pobreza y la violencia. Lo más llamativo es que jamás se comprobó que los iraquíes tuvieran armas de destrucción masiva, o que Saddam Hussein tuviera vínculos con la organización terrorista al Qaeda.

Bajo el principio que cada pals miembro de la Alianza podría ser víctima del terrorismo, la OTAN logró construir un discurso que legitimó su presencia como necesaria, ya que el terrorismo constituía una amenaza para la democracia occidental. La OTAN usó el mismo discurso que el Pentágono para obtener aumento de presupuesto con fines militares, y adoptó un concepto que en las Relaciones Internacionales se conoce como choque de civilizaciones.

La guerra y el miedo

La teoría del choque de civilizaciones de Samuel Huntington explica que los conflictos se darán entre civilizaciones —y no entre los Estados Nación, aunque haya influencia de estos— y que la influencia de occidente se verá reconfigurada en el mapa mundial. Aunque expone que el gran problema es que desde occidente se piensa a la propia civilización como universal, chocando con las particularidades de las sociedades asiáticas, árabes, africanas.

Esto fue lo que ocurrió durante estos 20 años con la estrategia de la guerra contra el terrorismo, donde de acuerdo al gobierno estadounidese, la mayor amenaza para todos los países era el terrorismo y la producción de armas de destrucción masiva. Todo esto construyó el miedo en las sociedades occidentales. Y no sólo apuntó a los terroristas, sino a toda la población que profesa la religión islámica. Programas de televisión, canales de noticias, público en general hablaban (y hablan) desde una narrativa que asocia el Islam al terrorismo. La teoría de Huntington esta a la vista.

El fuego de las torres gemelas de hace 20 años no fue el único incendio: el terror no terminó en Afganistán, e Irak es un territorio devastado. Occidente está lejos de ser una población universal y la construcción del enemigo trasciende a Estados Unidos, también incluye a sus socios. Nada de lo que predijeron ocurrió y la guerra no ha terminado.