Hasta acá: cuando la política decide más que el excel libertario

La provincia Buenos Aires se convirtió en espejo del país y devolvió una imagen nítida: la sociedad votó entre el miedo y la esperanza, con la memoria en una mano y la billetera en la otra.

“La verdadera política es la que hace posible lo necesario”, Salvador Allende

En la política argentina hay decisiones que pesan más por lo que producen que por lo que simbolizan. El desdoblamiento electoral de Axel Kicillof fue una de ellas. Separar las elecciones bonaerenses del calendario nacional parecía una jugada quirúrgica: aislar el voto provincial de la marea libertaria y, de paso, poner a prueba la maquinaria peronista sin la mochila de la Casa Rosada. Pero el resultado de este domingo fue más que un examen parcial. Buenos Aires se convirtió en espejo del país y devolvió una imagen nítida: la sociedad votó entre el miedo y la esperanza, con la memoria en una mano y la billetera en la otra.

Los números fueron contundentes: el peronismo ganó en seis de las ocho secciones electorales, con márgenes amplios en el Conurbano. En distritos como La Matanza, la diferencia fue tan grande que fue mas un cachetazo político a Milei y compañía que un mero triunfo. No es casual: ahí, donde las ollas populares son más reales que los discursos de TikTok, el “sálvese quien pueda” nunca fue una opción. Decir que Buenos Aires votó por un recuerdo nostalgioso es un error de manual.

Lo que pasó es mucho más crudo: en los barrios donde el supermercado ya no se pisa porque los precios son inalcanzables, donde el hospital público es la única opción, y donde la SUBE se carga con lo justo, la prédica libertaria sonó a chiste cruel. El voto fue, ahí, un “hasta acá llegamos”.

Milei había vendido su ajuste como un sacrificio necesario, respaldado por la fe ciega de los mercados. “Aguanten, que después viene el milagro”, um revival de “la luz al final del tunel” que repetía su tropa como si fueran curas de una religión del libre mercado.

Pero los mercados se desplomaron apenas se conocieron los resultados bonaerenses: el Merval cayó, el dólar se disparó y los bonos se hundieron. Como si la bolsa de valores hubiese sufrido un ataque de pánico al ver que la gente votó otra cosa. Ese cruce es brutal: mientras el Excel libertario prometía curvas ascendentes, la heladera estaba vacía. Y en la Argentina, la política la decide más la heladera que el Excel. El votante bonaerense no se dejó intimidar por los gráficos de Wall Street: eligió lo que entendía. Porque una cosa es leer que “el riesgo país baja” y otra muy distinta es que el riesgo de no llegar a fin de mes suba todos los días.

Este fue, sobre todo, un voto atravesado por emociones básicas. El miedo a perder lo poco que queda: el trabajo, la jubilación, la escuela pública, la obra social. Miedo a que el ajuste no sea una cirugía, sino una amputación. Pero también hubo aspiración: a un mínimo de previsibilidad, a un futuro menos incierto, a que la vida deje de ser un sobresalto diario. El voto no fue un cheque en blanco al peronismo. Fue un cinturón de seguridad en un auto desbocado: no evita el choque, pero puede salvarte la vida. Fue un grito visceral: “paren la mano”.

El triunfo del peronismo en Buenos Aires no significa que la sociedad esté enamorada de su propuesta. Más bien confirma otra cosa: cuando el péndulo se va demasiado al extremo, la gente busca refugio en lo conocido, aunque no sea perfecto. No se votó a un proyecto de futuro brillante, sino a un paraguas bajo la tormenta.

Este resultado abre un dilema para el propio peronismo: ¿va a contentarse con ser refugio o se animará a proponer un horizonte nuevo? Porque el voto bonaerense fue un salvavidas, no un cheque en blanco. Y el que confunda salvavidas con mandato puede terminar hundiéndose en la próxima ola.

El 7 de septiembre quedará en la historia como la primera gran derrota electoral del mileísmo. No solo por los votos perdidos, sino porque se rompió el mito de que “los mercados mandan” y que la gente va a tolerar cualquier cosa en nombre de la eficiencia económica. Lo que se viene de acá a octubre es una pulseada más grande: el país entero decidirá si quiere seguir viviendo en la montaña rusa libertaria o si prefiere volver a un camino más previsible, aunque conocido y con sus defectos.

Buenos Aires marcó el rumbo. Y lo hizo con la claridad brutal que tiene el pueblo cuando ya no hay margen para esperar milagros. El resultado fue, en última instancia, un voto de supervivencia. Y en la Argentina, sobrevivir nunca es poca cosa: es, muchas veces, el primer paso para barajar y dar de nuevo.