La guerra del ruido y la batalla por el sentido

“Las zonceras son afirmaciones impuestas con autoridad para impedir el pensamiento crítico, para que no se pueda pensar en la realidad propia.” (Jauretche, Manual de Zonceras Argentinas). Mientras Milei inunda la agenda con peleas y memes, la verdadera disputa es por el sentido y la claridad en medio del ruido.

En la Argentina de Milei, la política no solo se discute en el Congreso o en la Casa Rosada. Se juega, y se define, en un timeline. Todo gobierno tiene su comunicación oficial, pero este tiene además algo más: un plan deliberado para convertir cada red social en un campo de batalla. Hay quien cree que es improvisación. Y algo de eso hay. Pero también hay método, estrategia y un objetivo muy claro: dominar la agenda pública. Aunque sea a fuerza de escándalos.

Para entenderlo no alcanza con ver un solo tuit. Hay que mirar el mapa entero. Javier Milei es hoy el presidente argentino con más seguidores en redes: más de 2.5 millones solo en X (ex Twitter) y otro tanto en Instagram. Desde que asumió, su cuenta creció más de un 30%. No es un detalle menor: su gestión se comunica más por posteos que por conferencias. Su red es su ministerio de Comunicación. Sus tuits, sus decretos.

No hay filtro ni protocolo. Se publican memes, insultos, amenazas de veto y hasta anuncios de política pública. El lenguaje es directo, agresivo, provocador. Pero no es casual. Al contrario: está todo diseñado para producir impacto, para dejar a la oposición y a los medios siempre un paso atrás, tratando de descifrar si lo que dice el Presidente es en serio o un chiste.

La estructura que sostiene esa maquinaria está muy bien aceitada. El equipo digital está encabezado por jóvenes, ultralibertarios, hiperconectados. La consigna es clara: no hay que explicar nada, hay que ganar la discusión. Como si la gestión fuera un eterno debate en redes.

La estrategia recuerda mucho a una idea que Steve Bannon, ex asesor de Trump, describió con crudeza: “Flood the Zone”, o sea, inundar la zona. El concepto es simple y brutal: lanzar tanto contenido, tantas peleas y anuncios a la vez que se vuelva imposible para la oposición y los medios dar una respuesta coherente. No se trata solo de convencer: se trata de desbordar. Confundir. Abrumar. Hacer imposible cualquier fiscalización seria.

El propio Milei lo ha dicho sin rodeos: se ve a sí mismo como un combatiente en una guerra cultural. Y su discurso no solo polariza, sino que exige fidelidad absoluta. En sus redes no hay matices: hay amigos o enemigos. Las redes oficiales del gobierno se parecen más a una trinchera que a un canal institucional. Las conferencias de prensa casi no existen. Las entrevistas son con aliados. La prensa crítica es atacada como “ensobrada”.

Pero no es solo Milei. Hay un ecosistema entero que amplifica el mensaje. Influencers libertarios, cuentas militantes y hasta sospechas de redes coordinadas de bots y trolls. El objetivo es expandir el alcance, viralizar cada frase, cada insulto, cada meme. No importa si la noticia es buena o mala, menos aun si es verdad o fake news: importa que sea imposible de ignorar. Es la vieja regla del marketing: mejor mala publicidad que ninguna.

¿Resultados? Hay números que lo explican solos. Cada publicación de Milei en X alcanza decenas de miles de likes y retuits. Incluso sus ataques más virulentos logran altos niveles de engagement. Las peleas con periodistas, gobernadores o incluso con presidentes de otros países no son un costo: son contenido. Son combustible para el motor del algoritmo.
La estrategia tiene, además, un efecto político concreto: mantiene movilizada a su base. Cada discusión es una oportunidad para reforzar el “nosotros contra ellos”. El gobierno gana tiempo y cohesión mientras la oposición se pelea sobre cómo responder. Como quien lanza mil fuegos artificiales para que nadie vea el incendio real.

En este modelo, la política se convierte en espectáculo y la gestión se vuelve opaca. Mientras todos discuten un insulto en redes, se aprueba un DNU o se congela un presupuesto. Se generan tantas polémicas en simultáneo que resulta difícil seguirlas todas: ataques a gobernadores, peleas con sindicatos, insultos a la prensa, debates por alguna ley, recortes brutales. Todo sucede al mismo tiempo. Y la agenda se satura.

Algunos analistas ven en esta forma de comunicar un paralelismo con un ciberataque de denegación de servicio, se bombardea a la sociedad con tanta información y ruido que el sistema se satura. La crítica se fragmenta. El opositor se paraliza. El periodista corre detrás. Y la audiencia se cansa o se vuelve cínica.

¿Es sostenible esta estrategia? Esa es la pregunta del millón. Porque hay un riesgo enorme: para mantener la saturación hace falta siempre más combustible. Más peleas, más escándalos, más enemigos. Y en esa carrera, es fácil perder el control. Como un mago que necesita siempre trucos nuevos para no ser descubierto.

Además, la saturación también puede agotar a la propia base. No todos están dispuestos a vivir en estado de guerra permanente. El peligro es que el ruido termine tapando no solo a la crítica, sino también a los logros reales de la gestión. Que no quede nada sólido detrás del show.

Por eso es clave entender que este modelo no es solo un problema de estilo. Es un problema de fondo. La comunicación no es solo un recurso para informar: es parte de la forma de gobernar. Cuando la política se reduce al insulto y la agenda se construye en base a peleas diarias, la democracia se vuelve frágil. Porque discutir políticas públicas requiere tiempo, debate, información confiable. Y nada de eso prospera en el barro de la polémica constante.

La Argentina de Milei nos enfrenta así a una disyuntiva incómoda: ¿vamos a resignarnos a que la política se convierta en un ring de Twitter? ¿O vamos a recuperar la capacidad de discutir en serio? Porque mientras seguimos peleando en 280 caracteres, los problemas siguen creciendo: pobreza, inflación, deuda, violencia.
Y esos dramas no se resuelven con memes.

Ahora bien, si su estrategia es “Flood the Zone”, ¿cuál podría ser la nuestra?
Tal vez valga pensar en algo que podríamos llamar “Hilo Firme”: en lugar de inundar y confundir, hilar fino. Construir una narrativa clara, paciente y sostenida. Tejer confianza con datos reales y propuestas concretas. Enfrentar la saturación con claridad, el insulto con hechos, el caos con rumbo.

Porque si ellos apuestan al vértigo, nosotros podemos apostar a la coherencia. A que, como dice el dicho, “al que mucho abarca, poco aprieta”. Que mientras ellos se multiplican en peleas, haya quien se ocupe de explicar, proponer y convencer. Porque si la política es construir poder, también es construir sentido. Y para eso se necesita un hilo firme que no se corte con el primer escándalo.

Claro que suena fácil decirlo y no lo es tanto hacerlo. No alcanza con elegir un solo tema importante y repetirlo: la estrategia de saturación está pensada justamente para evitar que haya un tema único. Te tiran mil cosas a la vez para que corras como bombero apagando incendios y pierdas de vista el foco.

Por eso no sirve hacerse el exquisito y decir “solo hablo de esto” mientras ellos incendian todo alrededor. Tampoco sirve pelearles cada pavada que sueltan. Hay que hacer las dos cosas a la vez: contener el fuego cuando quema mucho y al mismo tiempo sostener la narrativa principal con datos y argumentos sólidos.

En otras palabras, hace falta cabeza fría y muñeca política: saber elegir las batallas, no dispersarse pero tampoco dejar pasar todo. Reaccionar con rapidez cuando hace falta, pero no perder el eje. Mantener ese Hilo Firme incluso cuando todo alrededor sea ruido.
Porque si ellos juegan al caos, la respuesta no puede ser el silencio ni la sobreactuación. Tiene que ser la claridad. Porque al final, en política como en la vida, se puede mentir un rato. Pero no se puede mentir para siempre.