La consigna volvió a resonar fuerte en la República de los Niños. Desde el balcón de la
Casa de Gobierno de la pequeña ciudad, Mito, una de las voceras de Lxs Chicxs
del Pueblo, expresó la bronca y el cansancio acumulado en los barrios: “No puede ser que en un país que produce toneladas de alimentos sigamos viniendo a este balcón a hablar de que el hambre es un crimen”.
Para ella, recorrer los barrios y ver “a tantas criaturas chiquitas” sin saber si tendrán “un plato de comida en la mesa” es una escena diaria que se volvió intolerable. Por eso insistió en que el derecho a comer “no solo un plato, sino las cuatro comidas diarias” es un piso básico que el Estado debería garantizar.
Las voces que se fueron sumando durante la jornada dieron cuenta de un diagnóstico
extendido: el ajuste golpea de lleno a las infancias. Jóvenes de hogares, clubes y centros de día describieron la situación con crudeza. Recordaron que, según un informe de UNICEF de agosto de 2024, más de un millón de chicas y chicos en Argentina se van a dormir sin cenar. Esa cifra, que para muchos de ellos no es un dato sino una experiencia compartida, atravesó todos los discursos.
Aluhe, vocera de la organización No Seas Pavote, llevó esa preocupación al extremo
concreto de su práctica cotidiana. Ante el cierre de centros comunitarios y la falta de
recursos, preguntó cómo puede ser que “mientras Javier Milei se acuesta cerrando centros barriales, una familia venga a pedir mercadería y nosotros, con el dolor del mundo, tengamos que decirle que no”.
Para ella, y para quienes comparten esa trinchera, esas casas que hoy están en riesgo no son “solo un centro de día o un hogar”, sino una comunidad afectiva: “somos una familia; eso construimos”.
La marcha, realizada al mediodía, también estuvo atravesada por la denuncia contra la
retención de alimentos y la persecución a comedores populares por parte del Ministerio de
Capital Humano, así como por el vaciamiento de la Secretaría Nacional de Niñez,
Adolescencia y Familia. Las vocerías lo sintetizaron en una frase que se repitió: “es un
crimen lo que estamos viviendo”. Un crimen, dijeron, no solo por el hambre, sino también por “el avance del narcotráfico” y por “la cantidad de problemas sociales que no encuentran respuestas”. Frente a ese escenario, destacaron que “la comunidad se organiza y abre puertas, y no se cansa”.

Las historias de las y los jóvenes pusieron rostro a ese deterioro. Naomi, de Corazones del Sur, sostuvo que “nuestros chicos se suicidan, se mueren por hambre, soledad y tristeza”, y que esa realidad es naturalizada por un gobierno que, según afirman, no escucha ni ve lo que ocurre en los barrios más golpeados. Otras intervenciones señalaron la necesidad de entender los consumos problemáticos desde otra perspectiva: “hay que preguntarse por qué llegan a eso, tratar a la gente como personas y no como números”.
La referencia histórica también tuvo su lugar. Se recordó que el Movimiento Nacional de los
Chicos del Pueblo nació a fines de los ‘80 de la mano de Alberto Morlachetti, Ricardo
Spinetta, Claudia Bernazza y el cura Carlos Cajade, entre otros. Y que esas banderas “El hambre es un crimen” y “Con ternura venceremos”— fueron retomadas en 2018 ante el retroceso de políticas públicas destinadas a la infancia. Hoy, una nueva generación las sostiene y las resignifica.
Ese mismo legado apareció al hablar de la desigualdad económica. Manuela Mendy,
referente del Colectivo La Casa, advirtió que el Gobierno intenta instalar que garantizar
cuatro comidas diarias es un lujo fiscal, cuando en realidad “eso pasa porque unos tres
gatos locos acumulan todo”. Para ella, la obscena concentración de la riqueza convierte al hambre “en una decisión política”.

La movilización también recuperó otros derechos: el derecho al ocio, al descanso y a
experiencias que marcan la vida. Entre los carteles se repetía el pedido de “volver a Chapa”, una referencia a los viajes organizados por programas como Jóvenes y Memoria, que permitieron que miles de chicos conocieran el mar por primera vez. Mito lo planteó de forma directa: “¿Solo los de plata pueden vacacionar? ¿El mar es solo para ellos?”. El reclamo apuntó también a la decisión del Gobierno de restringir el uso de los complejos y evaluar su privatización.
El cierre estuvo a cargo de una de las vocerías políticas del movimiento, que sintetizó el
horizonte de la marcha: “venimos a exigir un derecho. Nos venimos a reconocer como un
actor político que reclama y que hace, porque entiende la militancia como un verbo, no
como un sustantivo”. Y la jornada concluyó con un llamado a futuro: “nos toca inventar otropresente, uno que dé ganas de vivir. Va a ser con más organización y más respuestas comunitarias. No nos vamos a cansar. Con ternura venceremos”.















