Siempre contamos los antecedentes de la Independencia argentina a partir algunos elementos históricos clave: la Independencia de Estados Unidos, la Revolución Francesa y, como puntapié del meollo local, las invasiones inglesas y la Revolución de Mayo.
A excepción de este último proceso —parido en las entrañas propias del suelo que caminaba recto hacia 1816— podemos decir que todas las referencias bajaron de un barco sin bandera latinoamericana. Si al binomio que da contexto nos propusiéramos des-europeizarlo, rapidamente conseguiríamos una trinidad compuesta por otro proceso clave para el continente pero borrado de la historia, casi con la misma fuerza que hoy se proponen borrar al país. Hablamos de la Independencia de Haití.
Resulta fácil mirar a la vieja potencia del S. XX o la Europa relatora de la Historia Universal. Algo más de 500 años de historia sustentan ese punto de vista adoctrinado. ¿Cómo podemos pensar nuestros propios procesos si los anales de la historia esconden las gestas más heroicas? ¿Cómo profundizamos esa revisión para desvendar sesgos ideológicos, personajes entronizados —o invisibles, como el caso de las mujeres patriotas—?
La Independencia y el estrés postraumático
Después del Bicentenario de la Revolución de Mayo, en 2010, la Argentina de entonces se reservaba otra fecha que pedía un grito soberano. El bicentenario de la Independencia, sin embargo, nos encontro pidiendo perdón al imperio que se dedicó a expoliar cada borde de nuestra geografía.
Claro, pedir perdón no era suficiente. El empresario devenido en presidente además eligió ese día para justificar el avance de la CEOcracia que se traducía en ajustes. Ese día la impunidad se mostró a la luz del sol tucumano que años atrás renegaba de esos mismos señores. Los sin nación, pero con billetera.
“Acá es donde empezó la historia” decía Mauricio Macri. La riqueza de los pueblos originarios y la naciones que construyeron este territorio apenas quedaban vigentes para algún arqueólogo curioso del pasado. Si ahí empezó la historia, quiere decir que todo lo anterior es prehistoria.
Los núcleos de buen sentido, esas alarmas que aparecen cuando todo indica que ya nada podrá salvarnos de la debacle, consignaron que no estaba bien seguir de rodillas a esta altura de la vida. En 2019, la nación hizo de su independencia histórica una herramienta para quitarse del medio los lastres de la peor burguesía, la que pretende ser Estado.
Como si de una persona se tratase, explorar los orígenes del trauma no es una tarea sencilla. No basta que hayan vuelto mejores —o mujeres—. No nos transformamos en una mejor sociedad, ni somos mejores individuos por apenas remover institucionalmente a los representantes del ser europeo.
Los daños de una relación traumática irresuelta, acreedora de justicias históricas, se exponen crudamente toda vez que nos pensamos en un paso de avance. La realidad nos devuelve donde estábamos de una cachetada.
Asistimos nuevamente, y por boca de la mayor referencia nacional, al espectáculo que siempre nos da un rol protagónico. No conocemos nuestros orígenes. O peor aún, los conocemos y cínicamente los negamos.
Las palabras de Alberto Fernández en ocasión de la visita de Pedro Sánchez evidenciaron que todavía está pendiente reconocer nuestros cimientos. Tristemente asistimos a una oratoria cargada de preconceptos, racismos estructurales, y lo que es peor, condescendencia. La misma condescendencia de perdones que nos puso a contar el peor de los relatos.
La Argentina que no vino en barco
No nos bajamos de ningún barco. Ya estábamos acá. No nos toca pedir perdón ni disfrazar quienes somos con mitos que solo romantizan el fenómeno migrante que desarrolló el capitalismo industrial a nivel global. O peor, que afirman la idea de una tierra desierta que fue conquistada.
Incluso a partir de una investigación rápida, con la profundidad de una búsqueda en Google, sabremos que la independencia argentina no venía a viento de vela, ni se trató de un fuerte abrazo de amigos que lamentaban distanciarse.
La soberanía chueca que tenemos costó años de guerra civil. Se cuenta entre las más extensas del mundo. Nos cuesta hoy, cuando no se empuñan armas sino créditos internacionales. No se bajó de un barco, brotó del propio suelo abonada con sangre, sudor y lágrimas.
Nos merecemos celebrar quienes somos. Pero nos merecemos trabajar más por quienes queremos ser.