Son tiempos de transición a escala global. El panorama no es claro considerando que dos de los grandes protagonistas, Estados Unidos y China, desarrollan estrategias diferenciadas. Algo de esto intentó explicar el ex secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, en su libro Sobre China, donde hace una comparación de juegos para explicar ambas estrategias. Por un lado, el ajedrez, donde lo que se ve es un ataque directo al adversario; por otro, el Go o Weiqi —jugado en China— donde el objetivo es rodear al contrincante, limitar sus movimientos y ocupar espacios en un tablero hasta conquistar la mayor parte del territorio.
Sobre esto dialogamos con Gabriel Merino, docente de la Universidad Nacional de La Plata e investigador del CONICET. Merino escribió junto Julián Bilmes y Amanda Barrenengoa un análisis sobre la Crisis de hegemonía y ascenso de China, publicado en el Instituto Tricontinental de Investigación Social, donde recorren las principales tendencias de esta transición geopolítica. Tanto el ascenso de China como la caída —o declive— de Estados Unidos son procesos que forman parte del nuevo escenario mundial.
Erika Gimenez: ¿Es posible hablar de dos potencias iguales en el caso de China y Estados Unidos?
Gabriel Merino: En una crisis en el sistema mundial del capitalismo, no hay una nueva potencia occidental que emerge para reemplazar a otra. China no es Occidente, expresa otra cosa. Es casi un quinto de la población, representa un desafío sistémico también en cuanto a su población. Tampoco [ordena su economía y su política] bajo un modelo capitalista. Aunque exista la producción capitalista en su territorio y tenga capital extranjero, los núcleos de la economía están manejados por el Estado. No se reduce a un capitalismo bajo las experiencias occidentales y eso también hace que esta transición sea muy distinta. Lo que aparece es una profunda crisis de la propia modernidad eurocéntrica capitalista, tal como la conocemos.
Una crisis que se desarrolló hace cinco siglos, y desde hace dos siglos y medio se impuso como hegemónico y se expandió a todos los continentes. Este sistema [capitalista-occidental] aparece con graves problemas para continuar. Y eso es lo que representa también el desafío de China. Lo cual no quiere decir que, sí o sí, China va a construir otra cosa. Puede ser absorbido, puede ser derrotado y su contradicción interna la puede llevar a ser una suerte de potencia imperialista en Asia. Veremos cómo se resuelve, pero por ahora no es ese el camino. China está expresando un desafío sistémico mucho más profundo.
EG: ¿Cuáles son los momentos históricos que marcan la caída de la hegemonía estadounidense?
GM: Siempre trato de aclarar que es un declive relativo. Relativo a su posición de hace unos años, no es que hay un declive catastrófico o que ya no exista como poder. Estados Unidos conserva todavía un poder relativo muy importante y aparece, en muchos aspectos, como la principal potencia.
Después de la belle epoque neoliberal de los 90, podemos identificar distintos momentos de ese declive y su progreso. Uno es el 2001, o el proceso que va de 1997 a 2001. No sólo por la caída de las Torres Gemelas, Osama Bin Laden y la guerra contra el terrorismo, sino porque empieza a haber movimientos contrarios al Consenso de Washington y el mundo unipolar en muchos países periféricos, los países del sur global o potencias emergentes. Empieza un fuerte proceso de lucha, resistencia y disputa contra la globalización financiera neoliberal, contra el comando unipolar del mundo que ostentaba Estados Unidos y su red de nodos de poder.
Y eso lo podemos ver, por ejemplo, con la re-emergencia de Rusia a partir de Putin. China empieza a pararse de otra manera en el escenario internacional. Una de las cuestiones centrales es el desarrollo de la Organización para la Cooperación de Shanghai, que se institucionalizó en 2001. Es una alianza de seguridad, incluye a los países de Asia Central y expresa todo un acercamiento entre Rusia y China, que se habían rivalizando en la Guerra Fría. El acercamiento con China y la ruptura del bloque socialista fue fundamental para el triunfo de Estados Unidos en ese proceso.
También resulta interesante cómo, en las crisis de las puntocom y la “burbuja”, hay una fractura al interior de Estados Unidos entre globalistas y americanistas. Se ve claramente el contraste entre un Clinton que llama al G20 para construir un nuevo pase de gobernabilidad global, uno que dé cuenta del cambio en el mapa del poder mundial y de que el G7 quedaba chico. Un G20 pensado desde el globalismo, para subsumir a los mercados emergentes en este marco de gobernabilidad. Pero esos mercados se volvieron prospectos de polos de poder emergentes, que justamente quieren discutir ese orden. Y bueno, Bush vuelve entonces al G7, una región mucho más conservadora y unilateral.
Merino también menciona en ese proceso el rol de América Latina. Figuras como Hugo Chavez en Venezuela, “Lula” Da Silva en Brasil, Néstor Kirchner en Argentina, más tarde Evo Morales en Bolivia y todo lo que significó la década de los 2000 en el sur global; todos esos procesos políticos y sociales que dialogaban entre sí. Un giro nacional-popular o progresista que aportó también a la pérdida de poder de Estados Unidos.
EG: ¿Cómo se puede preparar la región latinoamericana para este tiempo de transición?
GM: Creo que hay que hacer hincapié en tres o cuatro elementos. Uno es la necesidad de construir un bloque regional y un Estado continental, una verdadera integración con un umbral de poder importante. Sino, es muy difícil discutir en este escenario.
“Hay una necesidad de construir un bloque regional y un Estado continental, una verdadera integración con un umbral de poder importante. Sino, es muy difícil discutir en este escenario”.
En segundo lugar, la región enfrenta un trilema entre una periferialización —dependiente de Occidente y subordinada Washington—; una dependencia con China, que es como también ciertas élites locales piensan en mantener la dependencia geopolítica con Washington; y una neo-dependencia económica con China, que es un esquema híbrido y complejo, e implica insertarse en los viejos modelos primarios agroexportadores.
Por otro lado, algunos sectores pretenden una mayor autonomía de Washington, una neo-dependencia con China beneficiándose de algunas cuestiones que otorga ese país, pero también estableciendo límites y profundas negociaciones. Creo que hay que aprovechar este escenario para construir proyectos nacionales populares, con un horizonte de mayor autonomía estratégica, y superar los límites de la dependencia.
Y en tercer lugar, creo que en esta transición se disputan seis dimensiones fundamentales de poder. Los pueblos, bajo una forma de desarrollo particular o propia, tienen que acrecentar capacidades en esas dimensiones de poder: la tecnológico-científico-productivo o tecnológico-productiva, la financiera o monetaria, el control de recursos naturales, el desarrollo de complejos industriales de defensa, el desarrollo de las plataformas de información, comunicación y grandes medios de comunicación y el fortalecimiento de las matrices ideológicas y culturales propias. Si se pueden desarrollar capacidades en estas dimensiones, vamos a poder aprovechar este escenario.