El juego del capital

El juego del calamar, de Corea del Sur al mundo, como una alegoría de la sociedad moderna.

juego calamar corea

Dirigida por Hwang Dong-hyuk, esta serie de nueve capítulos generó un gran revuelo desde su estreno en Netflix. ¿Que la convierte en una de las series más vistas en la plataforma de streaming? Brutal y en diálogo con la realidad, nos propone el siguiente escenario: cientos de personas con dificultades económicas aceptan una extraña invitación a un juego de supervivencia a cambio de un premio millonario. Repasemos algunos puntos de la ficción para intentar comprender el fenómeno.

1. Una trama conocida

No es la originalidad de la trama lo que explica el éxito de “El juego del calamar”. En 1999 el escritor, Japonés Koushun Takami, sorprendió con “Battle Royale”, adaptada al cine un año más tarde por Kinji Fukasaku. La trama supone muchas similitudes: ante una situación social y económicamente insostenible, el gobierno japonés promulga una ley donde elige adolescentes al azar que son enviados durante tres días a una isla, allí lucharán entre ellos hasta que solo uno salga con vida. “Alice in the Borderland”, el manga japonés de Haro Haso (2010-2015), también supone más de una semejanza. 

El mismo director reconoce que ambas piezas fueron grandes inspiraciones hace más de una década, cuando escribió el guión de “El juego del calamar”. Tal vez lo más interesante no radica en la temática sino en la adaptación a la realidad surcoreana, y el significado que tiene para la región que estas ficciones de gran alcance sean críticas claras al capitalismo y a su violencia inherente. 

battle royale

2. Problemas en el “oasis asiatico”

Postulado por el Banco Mundial como un “oasis” o milagro económico, Corea del Sur expresa un modelo dentro de su región y es presentada por los jugadores occidentales como un ejemplo en contraposición a sus vecinos. Estas valoraciones, desde ya, son discutibles. Recordemos las mediciones de Naciones Unidas sobre el índice de la felicidad, que situaba a Chile entre los primeros en el mundo solo unos meses antes de las revueltas sociales.

La película Parasite (2019) de Bong Joon-ho, ganadora de cuatro de sus seis nominaciones a los Premios Oscar, ya instaló en el público global que hay problemas graves para un sector de la sociedad surcoreana. El juego del calamar refuerza esta idea, retratando las dificultades de muchos y muchas que, por diferentes razones, son expulsados por un sistema cruel. 

Y en ese marco, son los inmigrantes quienes se llevan la peor parte. En la serie vemos como uno de sus protagonistas, Ali Abdul, interpretado por el actor indu Anupam Tripathi, vive todo tipo de abusos, siendo retratado como el más honesto —y se podría pensar desdichado— de todos los participantes.

El origen del nacionalismo en surcorea se remonta a la ocupación japonesa y fue posteriormente fogueado por las corrientes del racismo y nacionalismo étnico que llegaron de Europa a finales del siglo XIX y principios del XX. Actualmente  existe una fuerte ola que plantea la superioridad de una nación “homogénea étnicamente”, y con ello promueve la discriminacion y la violencia.

Varios fragmentos de la serie nos hablan también de las divisiones socioeconómicas en la población, la desigualdad de ingresos y posibilidades, la explotación que ejercen los ricos sobre el resto y la desesperada necesidad de hacer cualquier cosa con tal de sobrevivir.

“Es un país pequeño pero se eleva por encima de su categoría en términos de producción para las cifras de exportación PBI per cápita. Sin embargo también tiene la tasa de suicidios más grande del mundo. Los números se ven más sombríos cada año”, cuenta al respecto el director Hwang Dong-hyuk. Estos indicadores están relacionados a “los problemas económicos y la polarización de clase, y a un tipo de vergüenza asociada con ser pobre y ser un fracaso para toda la familia y para la sociedad”.

3. Un juego cruel dentro y fuera

Más allá de las diferencias idiosincráticas entre países, que constituyen entramados sociales complejos a la hora de analizar su población, es claro que muchas de las problemáticas que plantea la serie son trasladables a otros países. Preguntarnos qué tipo de trabajo estaríamos dispuestos a realizar, y cuánto abuso somos capaces de permitir, son preguntas constantes para buena parte de la clase trabajadora del mundo.

El juego plantea una serie de reglas para presentarse como una opción “más justa” en comparación al mundo “allá afuera”, donde la aparente democracia a la hora de tomar decisiones termina siendo una falacia en tanto responde a las reglas de los que más tienen. Incluso, muestra cómo estos mecanismos se transforman en un espectáculo que entretiene: mientras los de abajo se matan por sobrevivir, los de arriba disfrutan todo tipo de placeres y se alimentan del entretenimiento.

“El juego del calamar” tal vez no sea una revolución en términos narrativos, incluso propone hilos que entretienen pero no conducen a ningún lado, trazando varios caminos en círculo. De todas formas, más allá del valor crítico o de la acertada y ominosa mixtura entre juegos infantiles y muerte, es innegable la identificación genuina que provoca en un público internacional. Y es fundamental la pregunta que deja sobrevolando: ¿hay reales opciones cuando la única posibilidad que te propone el sistema es pisar a los demás?