Por Matías Gonzalez*
El domingo 6 de junio el comisario retirado de la policía bonaerense, Xavier Omar Jalifa, baleó a su hijo Lautaro, de 22 años de edad, en el marco de una discusión en casa de Ranelagh, partido de Berazategui. Violencia policial y los hijos de yuta.
Según los testimonios de las personas presentes, Jalifa discutía con una de sus hijas cuando le propinó un golpe. En el momento que Lautaro reacciona para defender a su hermana, su padre le dispara con un revolver Taurus calibre 38 largo y lo hiere en el cuello.
El ex-policía se encuentra detenido en la comisaría 2da de Berazategui, imputado por tentativa de homicidio agravado por el vínculo y por uso de arma de fuego. Intervienen la UFIJ N°1 y el Juzgado de Garantías N°4.
Lautaro se encuentra internado en el Hospital Evita Pueblo de Berazategui, en estado delicado y con serias probabilidades de sufrir secuelas permanentes debido a que el proyectil dañó tráquea, esófago y se instaló en la médula. Sus hermanas y amigos piden ayuda para solventar los gastos médicos y que se haga justicia.
Violencia policial en casa
En el marco de una investigación en desarrollo sobre jóvenes hijas e hijos de miembros de fuerzas de seguridad (cuyos primeros avances pueden leerse en el libro Yuta. El verdugueo policial desde la perspectiva juvenil, compilado por Esteban Rodriguez Alzueta), analizo cómo se viven las prácticas policiales de hostigamiento puertas adentro.
Indagamos, entre otros aspectos, sobre cómo evalúan el trabajo de sus padres, que piensan de la institución policial y sus prácticas. Cómo referencian su condición familiar en la construcción de su narrativa biográfica. Qué elementos y categorías ponen en juego en su quehacer cotidiano y en la relación con familia y amigos, etc.
De este modo, a partir de una serie de entrevistas realizadas a pibes y pibas referenciados con esta temática pudimos observar, entre otras cosas, que las y los “hijos de yuta”, en tanto jóvenes, forman parte de la misma “clientela” con la que trabajan las policías.
Es decir, que su vínculo familiar no les exime de medirse con el hostigamiento y la violencia policial desplegada en el espacio público. Sin embargo, las hijas e hijos de policías no solo se topan con las prácticas policiales fuera de sus hogares, sino muchas veces dentro de ellos, donde el hostigamiento se actualiza y toma forma situada.
Los testimonios dejan ver cómo muchos de los prejuicios que moldean los encuentros callejeros fortuitos entre los jóvenes y las fuerzas de seguridad se extienden al trato entre padres policías e hijos. En esta relación particular, esos prejuicios asumen características específicas “en espejo” de las expectativas y los estigmas que las y los policías suelen tener sobre el conjunto de la juventud.
En la calle no es distinto
Sin embargo, este vínculo familiar también permite a las y los hijos de yuta construir una ventaja relativa, anticipándose a las prácticas policiales de hostigamiento debido a que las mismas se apoyan en un repertorio empírico por ellos conocido y cotidiano.
Así, estos jóvenes construyen cierta expertise y, además, heredan una serie de saberes prácticos a través de los consejos que sus padres policías les dan para moverse en la calle frente a un hipotético encuentro con la policía.
Estos tips hacen alusión a diversos tipos de situaciones y requerimientos, pero se vertebran principalmente en torno a una noción de respeto construida sobre la base del reconocimiento de la jerarquía, de la obediencia y, por añadidura, de la suspensión de la crítica.
En estos consejos los padres proyectan sobre sus hijos lo que aquellos, en tanto policías, esperan del trato por parte de los jóvenes. Además de conformar una muestra de criterios que los agentes ponen en juego a la hora de operar.
Yuta. Gramática del sacrificio
Más allá de especificidades que estas relaciones muestran, vale vincular lo que paso con la familia Jalifa y el profundo impacto que producen en los policías y sus familias los términos particulares en los que se encuadra la labor policial.
Reparar en cómo estos términos no solo producen efectos sobre los agentes, sino que incluso, reorganizan las relaciones familiares. Unos términos que, a pesar de ciertos cambios producidos en las últimas décadas, siguen amparándose principalmente en torno a la idea de “estado policial” de los agentes y, por ende, a las nociones de vocación, sacrificio y heroísmo.
La “gramática del sacrificio” y la defensa de un orden y una moral determinados y construidos institucionalmente delimitan las interpretaciones posibles de la realidad y la familia doméstica se vuelve una extensión de la familia policial, empujando al hogar a convertirse en una trinchera más dentro del imaginario bélico de la “guerra contra el delito”.
Y quien no se alinea es pasible de sufrir represalias. Está claro que los policías no andan por la vida baleando familiares, y que estadísticamente estos casos están por debajo de la gran mayoría de las muertes violentas. Aun así, no deja de ser cierto que sobran antecedentes. Motivo suficiente para continuar indagando sobre esta problemática.
Correr el velo de la violencia policial
El desenlace trágico de esta discusión familiar nos exige seguir pensando sin caer en lugares comunes. A poner el foco en aspectos poco atendidos de la violencia policial. Para ello, coincidimos con Esteban Rodríguez Alzueta cuando señala la necesidad de correr los “telones de fondo del hostigamiento policial” para ver qué pasa con la violencia policial más allá de la policía.
Un problema complejo que no se agota en las prácticas desplegadas en el espacio público o en el “gatillo fácil” sino que se desplaza también a otros ámbitos. Entre otros, puertas adentro del hogar policial.
Estos son problemas complejos, multidimensionales. Es necesario leerlos al lado de otros problemas para no caer en reduccionismos. Existen varios elementos relacionados que no deberíamos desatender si pretendemos incidir de alguna manera en el problema de la violencia policial.
Algunos de ellos conforman tramas de largo aliento, como son las estructuras patriarcales de nuestra sociedad y su desplazamiento al ámbito policial. El origen militarizado de la fuerza y la construcción histórica de un tipo específico de institución y de agentes con poca capacidad de resolución de conflictos por vías no violentas.
Todas representaciones del rol policial muy distantes de la noción de seguridad ciudadana en el marco de procesos democráticos ampliados. Otros aspectos revisten en el corto y mediano plazo. Se relacionan con la saturación policial como única respuesta posible en materia de seguridad frente a la agenda punitivista. Y, la centralidad excesiva del armamento como “herramienta de trabajo” y los riesgos que plantea su presencia en el hogar, entre otros.
Hacia adelante
Para abordar estos problemas complejos es necesario plantear propuestas que contengan a todos los actores implicados. Una apuesta interesante en ese sentido es la reciente inauguración por parte del Ministerio de Seguridad de la Nación del “Consejo Asesor para el Bienestar de las Fuerzas Policiales y de Seguridad Federales”.
La Resolución 446/2020 que le da vida señala en sus considerandos: “Resulta necesario reconocer la existencia de tensiones entre la vida personal, familiar y profesional que afectan al personal de las Fuerzas Policiales y de Seguridad Federales, las cuales se ven agudizadas cuando no son atendidas de manera institucional y con perspectiva de género”.
El Consejo estará integrado por representantes de ese Ministerio y de las cuatro fuerzas federales: Policía Federal Argentina, Gendarmería Nacional Argentina, Policía de Seguridad Aeroportuaria y Prefectura Naval Argentina. Esta composición resulta novedosa, pues garantiza una instancia de co-diagnostico con el personal policial. Generalmente poco tenido en cuenta en el diseño de las políticas públicas en la materia.
En el caso de la Policía bonaerense – de la que proviene el excomisario Jalifa- desde el Ministerio de Seguridad provincial se están trabajando distintas líneas vinculadas principalmente con la prevención de la violencia de género.
Por un lado, se trabaja en el plano estrictamente preventivo, en articulación con el Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual. Así, se desarrollan diversas instancias de capacitación para la prevención y encuentros sobre nuevas masculinidades.
También se está desarrollando la formación sobre Ley Micaela para las cúpulas policiales, cuyo objetivo principal es incidir sobre un problema recurrente como es la protección policial del violento denunciado, acovachado por sus superiores mientras dura la instrucción judicial.
Ambas son iniciativas interesantes, que ponen en el centro del análisis el impacto que producen las condiciones laborales específicas sobre las relaciones sociales y familiares de sus agentes.
Quizás sea necesario ampliar estas nociones y lograr una polifonía de voces y experiencias que exceda el marco institucional. Abrirse al territorio, permitiendo complejizar las miradas para construir herramientas y procesos colectivos. Aportar a desgranar el entramado de la violencia policial y sus violencias conexas. Violencias que tienen múltiples caras y orígenes, pero que de una u otra manera nos afectan a todas y a todos como comunidad.
*Matías González es integrante de la Red de Defensorías Territoriales en Derechos Humanos, investigador en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Quilmes y miembro del Laboratorio de Estudios Sociales y Culturales sobre Violencias Urbanas (LESyC).
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