Falta apenas una semana para las PASO. Para el gobierno, llegar a esta instancia fue como llegar a una orilla. Y a decir verdad el escenario con el que se encuentra no es muy diferente al que proyectó y fue construyendo pacientemente desde los meses de abril y mayo, en medio de la devastadora segunda ola de la pandemia. El escenario que el gobierno construyó está montado sobre cuatro patas: la campaña de vacunación; la relativa estabilización de la macroeconomía; la unidad política de su herramienta electoral y los bajos niveles de conflictividad social.
En el proceso de construcción de ese escenario también se pusieron en evidencia los límites políticos del proyecto oficialista, plagado no sólo de marchas y contramarchas sino también de errores incomprensibles, que muchas veces terminaron dándole letra a una oposición carente de argumentos. Así y todo, el gobierno llega a las PASO habiendo logrado tres objetivos fundamentales: contener la pandemia, garantizar la estabilidad de las variables macroeconómicas y mantener niveles muy bajos de conflictividad social.
El primero de esos objetivos se empezó a conseguir a partir del mes de junio, cuando el gobierno logró finalmente acceder a un flujo de vacunas que puso en marcha una campaña de inmunización a marcha forzada, que le permitió achatar fuertemente la curva de contagios, haciendo descender de manera notable la cantidad de internaciones y de muertes. Los números son concluyentes al respecto: al momento de votar, casi dos tercios de la población total estará vacunada con al menos una dosis y cerca de un 40% (incluyendo todos los grupos de riesgo) habrá completado las dos. La baja de casos que se verifica desde hace tres meses posibilitó una paulatina apertura de actividades, generando una sensación de vuelta a la normalidad que se traduce en una mejora del humor social.
El segundo objetivo consistió en garantizar la estabilidad de las principales variables macroeconómicas, apuntando fundamentalmente a desactivar cualquier tipo de problemas en el frente cambiario y desacelerar la inflación, esperando que el retroceso de la pandemia diera lugar a un proceso de reactivación de la economía. En buena medida eso se consiguió por el constante ingreso de divisas provenientes de las exportaciones agroindustriales y una política económica que priorizó el equilibrio fiscal, postergando las necesidades de la mayor parte de los asalariados y de los sectores más empobrecidos de la población.
El tercer objetivo se consiguió a partir de una política social de neto corte asistencialista, que nunca se propuso generar una mejora significativa en los ingresos de los sectores más vulnerables (precisamente porque se priorizó el equilibrio fiscal) y que más bien apuntó a evitar un mayor deterioro. Pero esto no hubiera sido posible si el gobierno no contara todavía con el apoyo (más allá de no pocos señalamientos críticos) de las grandes estructuras sindicales y de la mayor parte de las organizaciones populares, como las que se movilizaron el último 7 de agosto de Liniers a Plaza de Mayo.
El escenario que el gobierno construyó está montado sobre cuatro patas: la campaña de vacunación; la relativa estabilización de la macroeconomía; la unidad política de su herramienta electoral y los bajos niveles de conflictividad social.
Que el gobierno haya logrado estos tres objetivos no le garantiza ganar las PASO, aunque es evidente que lo deja bien perfilado. Habrá que ver que impacto tiene en el electorado el incesante bombardeo mediático, aunque las mayores incógnitas sobre su caudal electoral derivan de su flanco más débil: la evidente incapacidad para revertir la grave situación económica y social que padecen millones de hogares.
Por su parte, la oposición de derecha llega a estas elecciones en el contexto de los realineamientos y disputas por el poder que son características de una crisis de liderazgo. Aunque dicha crisis no ponga en peligro la continuidad de Juntos por el Cambio (JxC) en tanto fuerza política de alcance nacional (uno de los mayores avances conseguidos por la derecha argentina a lo largo de casi un siglo) es evidente que puede favorecer la dispersión del voto opositor y también la consolidación de otros espacios políticos de derecha, como los que emergen bajo el liderazgo de figuras como Javier Milei o José Luis Espert.
El antiperonismo siempre existió en la política argentina, aunque pocas veces pudo expresarse de manera unificada desde el punto de vista electoral. Lo que Macri pudo lograr (y hasta el momento nadie más que él) fue aglutinar bajo su liderazgo esa sensibilidad política que muchas veces tiende a dispersarse. En este sentido, la pérdida de centralidad de su figura y los cuestionamientos abiertos a su liderazgo dentro de JxC no dejan de constituir una buena noticia, tanto para el peronismo y sus aliados como para el conjunto del campo popular. La voluntad del ex presidente por recuperar la conducción del espacio, las dificultades de Rodríguez Larreta para ocupar ese lugar vacante y la decisión del radicalismo de ganar protagonismo dentro de la alianza, hacer pensar, a mediano y largo plazo, en un escenario de mayor inestabilidad.
A este primer problema de ingeniería política se suma un segundo, de índole programática y/o discursiva, ya que los dos o tres grandes ejes que le permitieron a la derecha derrotar en las urnas al peronismo en 2015 y en 2017 (la corrupción, el personalismo de CFK, el populismo, el aislamiento del mundo y la mar en coche) se han ido desgastando de manera considerable, sin que aparezcan otros que puedan reemplazarlos de manera eficaz. Las raquíticas movilizaciones callejeras a lo largo de todo el 2021 son sintomáticas en ese sentido. A todo esto se suma, por supuesto, la calamitosa gestión económica del macrismo, que no le deja márgenes de legitimidad a JxC para castigar al gobierno en su flanco más vulnerable. Ante la ausencia de ejes claros, el discurso opositor se torna contradictorio e incoherente, subestimando las experiencias concretas de millones de personas que no están todo el día mirando los canales de noticias o leyendo comentarios fascistoides en las redes sociales.
El tercer problema de la oposición de derecha se ubica en el terreno, si se nos permite el término, de la aritmética electoral: para no perder espacios en el Congreso a manos del oficialismo su desempeño electoral no debería quedar muy por debajo del conseguido en la elección de 2017, cuando obtuvo el 42% de los votos, un número que parece inalcanzable. Le bastaría con perder un puñado de bancas a manos del Frente de Todxs (FdT) para que este quede muy cerca de alcanzar, junto a sus habituales aliados, la mayoría simple en la Cámara de Diputados.
Las posibilidades de JxC dependen fundamentalmente de su capacidad para capitalizar el prematuro desgaste del gobierno y evitar la dispersión del voto opositor.
Si en la orientación general del electorado se coloca en el centro la cuestión sanitaria y el papel decisivo que cumplió la campaña de vacunación para empezar a transitar un camino de mayor normalidad, y si se considera la pandemia como un atenuante frente a la dramática situación social, el gobierno conseguirá imponerse sobre la oposición de derecha y mejorar la correlación de fuerzas en el parlamento. Las posibilidades de JxC dependen fundamentalmente de su capacidad para capitalizar el prematuro desgaste del gobierno y evitar la dispersión del voto opositor. Su problema fundamental es que quienes sufren en el bolsillo el desencanto con el FdT no tienen muchos motivos para inclinar su voto en esa dirección.
Pronosticar un resultado sería poco menos que temerario. Las encuestas y los estudios de opinión se han revelado cada vez menos fiables a lo largo de los últimos tiempos. Nadie puede establecer con certeza el impacto que tendrá un fenómeno absolutamente inédito como la pandemia. Recién el próximo domingo por la noche sabremos, por ejemplo, cómo se resuelve la ecuación formada por todos los factores mencionados anteriormente, cuáles fueron los elementos que más peso tuvieron al momento de votar, o si los niveles de ausentismo (que obviamente serán mayores que en tiempos de normalidad) permiten hablar (o no) de una crisis del sistema político.
También habrá que ver hasta qué punto, en un contexto de marcada polarización entre las dos fuerzas principales, las elecciones legislativas permiten el crecimiento de terceras opciones. Todo hace pensar que ese crecimiento tendrá lugar a la derecha del arco político, consolidando el espacio de los mal llamados “libertarios”, que pregonan ideas de corte fascista y erosionando la base electoral de JxC. Nada hace suponer que pueda prosperar una alternativa como la que encabeza Florencio Randazzo, ampliamente fogoneada por la prensa hegemónica a partir de la falsa premisa de que le resta votos al gobierno. Por el lado de la izquierda trotskista, el Frente de Izquierda – Unidad (FIT-U) enfrentará el desafío de sostener un caudal electoral que suele ser mayor en las elecciones legislativas que en las presidenciales, luego de atravesar una importante ruptura y en el contexto de niveles muy bajos de conflictividad social y movilización callejera.
Por otro lado, ni bien concluyan las elecciones comenzará la disputa por el sentido de los resultados. Una derrota ajustada de JxC será leída por los medios hegemónicos como una señal evidente del debilitamiento del oficialismo, mientras que el gobierno interpretará incluso una pequeña ventaja como un gran respaldo político en medio de un contexto sumamente adverso. Sólo una victoria amplia del FdT (superior a los cinco puntos porcentuales) saldaría esa disputa interpretativa, aunque también sería contundente un resultado que, a dos meses de las elecciones generales, anticipe una modificación significativa en la composición de la Cámara de Diputados.
Más allá de los resultados, pero condicionado por ellos, se impone, después de las PASO y de las elecciones generales de noviembre, un debate profundo en el interior del FdT en relación a la orientación general del gobierno. Entre las expectativas que despertó en su momento el triunfo de Alberto Fernández, y la realidad del país a casi dos años de su mandato, se abre una brecha cada vez más profunda, que es visualizada con preocupación por las organizaciones sociales y movimientos populares que forman parte del oficialismo. La herramienta electoral forjada dos años atrás tal vez siga siendo eficaz para derrotar a la derecha, pero las transformaciones económicas y sociales que prometió están cada vez más lejos de concretarse.
Pero esas discusiones quedarán para más adelante. Lo que está a la vuelta de la esquina es la contienda electoral. Falta muy poco para que suene la campana.