Danitza llega bien temprano a la esquina platense de 7 y 33. Con el bullicio de la ciudad, comienza una nueva jornada. Se prepara para abrir su verdulería en la que trabajará hasta las 21hs de corrido.
Si bien la sostiene junto a sus dos hermanas, ella está siempre. Limpiando, atendiendo, reponiendo mercadería o hablando con proveedores. Su verdura se destaca por la fórmula precio-calidad. “Es un rubro difícil, pero a mí me gusta”, dice, en diálogo con ARG MEDIOS.
“Dani” como le dicen, tiene 50 años. Llegó a los ocho de Bolivia junto a sus padres y sus nueve hermanas. En Argentina los recibió la joven democracia y también la hiperinflación de Alfonsín. Así y todo, después de varios, años su familia se estabilizó y construyó la casa en Quilmes donde creció.
En plena época de los 90´, Dani concurría a los últimos años del secundario. Menem había declarado la amnistía para todos los extranjeros indocumentados provenientes de los países limítrofes, con el fin de permitirles regularizar su situación. En tan solo dos años (1991 y 1992) ingresaron casi un millón de inmigrantes de Bolivia, Brasil, chile, Paraguay y Uruguay, de los cuales fueron regularizados 224.471 (Fuente: Subsecretaría de Población).
A pesar de haberse instalado un discurso oficial que atribuía a los migrantes, los problemas que dejó la época del despilfarre menemista; aumento de la delincuencia o inseguridad, la realidad es que la mayoría de ellos trabajó como mano de obra barata en campos, puertos, obras, cosechas, o talleres textiles.
Era tanta la cantidad de familias que el país recibía, que Danitza ingresó a trabajar en el consulado boliviano donde tenía la tarea de sellar los certificados de aquellos que obtenían su residencia temporal, o definitiva.
Sufrí mucha discriminación más que nada por el hecho de ser de una comunidad boliviana
Alrededor del 80% de los bolivianos que llegaron en esa época, se quedaron, y en la actualidad casi no existen ciudades grandes sin barrios de comunidades y colectivos de extranjeros que se reúnen a compartir las mismas costumbres y culturas de origen.
Un día en el consulado, Dani se enteró que estaban buscando alguien para participar en un programa de radio sobre la comunidad boliviana en una FM de Quilmes.
Con 19 años tocó la puerta de la FM 88.3 Radio Libertad y se presentó. Le dieron lugar en un programa conducido por dos hombres. Ella sería la telefonista: atendía llamados de oyentes y leía las publicidades.
Dani iba a la escuela, al consulado y los fines de semana trabajaba ad honorem en la radio. Su sueño era participar en un programa. Las chances eran difíciles, pero no nulas. El 80% de los programas eran conducidos por hombres, y solo un 20% contaba con participación femenina. La única mujer que destacaba en la radio era Viviana Toledo, una locutora y periodista que trabajó luego como cronista en Canal 9. Dani nunca se sintió acompañada por ella. “Era otra época. Las mujeres también eran muy machistas”, expresa. Danitza la tenía difícil; era joven, mujer y extranjera.
“Sufrí mucha discriminación más que nada por el hecho de ser de una comunidad boliviana, sobre todo de los directivos y algunos de los que trabajaban en la radio”, asegura. Sin embargo, en los programas de otras colectividades que había en la radio, como los santiagueños, o paraguayos, nunca se sintió excluida. Todo lo contrario. Se acuerda siempre de un hombre no vidente que conducía el programa de Santiago del Estero quien le sugería donde poner las pausas en la respiración a la hora de leer los textos de las publicidades.
Con el ISER, me llevé la decepción más grande de mi vida
Luego de hacer un curso de locución en la radio, Dani se recibió y fue a reclamarle a su jefe una credencial como locutora. Lo consiguió. “´No me pidas un peso´, me dijo el director de la radio”, recuerda con una sonrisa, porque pese a todo, aquello había sido un logro.
Así fue como comenzó a hacer los flashes informativos para el programa de los sábados y domingos de 7 a 14hs. Participaba de comentarista, y hacía entrevistas a referentes y artistas culturales bolivianos. Entre ellos, una nota que le hizo a Junior León, un famoso cantautor boliviano del mismo estilo que el grupo Kjarkas, ícono del folklore boliviano.
Posteriormente, probó cursar en el Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica (ISER), pero el filtro fue tan estricto, que solo duró dos años allí. El otro instituto que había en ese entonces era privado y no podía pagarlo. “Me llevé la decepción más grande de mi vida”, cuenta Dani. El sueño de ser locutora se había terminado, algo que pareciera que hasta el día de hoy le provoca tristeza.
Con 22 años, meses antes de que Dani se entere que estaba embarazada, compró un fondo de comercio en 8 y 34, en La Plata, con los ahorros que había juntado en el consulado. Así cumpliría otro sueño: Ponerse su propia verdulería. De esa forma, llegó a la ciudad de las diagonales y junto con sus dos hermanas arrancaría otro capítulo en su vida.
Bendita seas entre todos…
Danitza lleva dos décadas y media trabajando en verdulerías, siempre ubicadas en el mismo barrio. Es detallista, atenta y su verdulería tiene algo distinto a todas: le encanta ir a comprar, elegir distintas variedades, calidades, y precios. Está atenta a todas las cosas: en la carga, descarga, venta, orden y limpieza. Trabajó con verdura de hidroponia y agroecológica.
La mayoría de las veces iba ella misma a las quintas y compraba de primera mano para obtener más variedad y “sacar más diferencia de precio”, o iba a elegir al mercado municipal de La Plata. Más adelante le robaron su auto y tuvo que manejarse directamente con proveedores y flete.
“El rubro de verdulerías es el fuerte de los bolivianos, y hay varios que ya se dedican a esto hace tiempo y tienen varias verdulerías y transportes. En cambio, mis hermanas y yo buscamos otra cosa: trabajamos de esto para vivir, criar a los hijos, y pagar cosas como los cumpleaños de los niños”, cuenta.
Al no ser comerciante de gran escala, Dani ha salido perdiendo en varias compras. “He perdido mucha diferencia de precio por compra al por menor. Hay otros que como tienen grandes verdulerías y compran al por mayor no pasa. Eso es una discriminación terrible. Son cosas de las que reniego”. Sin embargo, el rubro le gusta.
En el mercado municipal de La Plata se concentra toda la fruta y verdura de la zona. Allí van a comprar verduleros y comerciantes de La Plata, Verónica, Chascomús, y otras zonas aledañas. El 80% de los puesteros que alquilan un lugar en el mercado son bolivianos. El resto un rejunte entre argentinos, paraguayos y en los últimos años empezó a haber gran presencia de venezolanos.
En general, son lugares culturalmente “de hombres” por los acuerdos comerciales que se hacen, tareas de esfuerzo como la carga y descarga de cajones, y hasta a veces manejos raros dentro del mercado que ha sido denunciado por los propios puesteros por sobreprecios en el alquiler de puestos, valores irrisorios en la descarga de mercadería y nula inversión en infraestructura, que tiene como consecuencia un edificio en condiciones insalubres.
“En este trabajo, te tiene que gustar la atención al público. La gente es muy jodida”, dice Dani, y afirma que frente a este contexto de crisis socio económica que atraviesa el país, se siente más. “La gente ya entra asustada por los precios, y tengo que explicarles porqué sale eso. Hay otros verduleros que no se toman ese trabajo”.
Dani sabe mucho de frutas y verduras y siempre se toma el tiempo de explicarle a los clientes por qué la banana vino más madura que en otras épocas, o las cerezas más chicas, o el precio del tomate está más alto. Atendiendo es donde más ha sufrido discriminación a través de comentarios que tiene que soportar en su propia verdulería.
“´Sos de Bolivia, que raro que tenes la tez blanca´”, o “´Todos son negritos y peticitos´“, son solo algunos que ha recibido por clientes en la verdulería. O incluso se han referido hacia su hermana con tono condescendiente por tener rasgos más afro.
“Generalmente son mujeres grandes platenses. Ya no lo veo tanto en los jóvenes”, asegura Dani.
Mujer al volante
Hace dos años, en una vorágine incansable de continuo trabajo, Danitza se tomó un año sabático y se fue a visitar a sus parientes en Bolivia. “Iba a ir por unos meses y me quedé un año y medio”, cuenta.
En parte porque quería, en otra porque le fue útil a su familia que trabajaba de la misma actividad, y precisaba de chofer para el transporte de mercadería.
Entre sus cinco primas, ella era la única mujer de la familia que sabía manejar. Durante ese tiempo se dedicó a recorrer todo el departamento de Santa Cruz, la zona más productiva de Bolivia- comercializando verduras y frutas de estación: Mandarinas y naranjas de la zona, bayas, cocos y frutas autóctonas como el achacharú.
En esos tiempos aprendió a regatear, una práctica muy habitual en el mercado del Abasto- el mercado central de Santa Cruz- y también de los distintos consumos alimenticios: allá se come la fruta por estacionalidad, excepto quienes tienen mucho dinero y pueden comprar alimentos importados. Depende la estación en la que se encuentran, los puestos de frutas verduras en la calle están plagados del producto del momento; en todas sus formas y a precios muy baratos.
“Me han ninguneado mientras manejaba, sobre todo hombres más grandes”, cuenta Danitza. “No es tan común que la mujer maneje allá”.
Iba a ir por unos meses a Bolivia y me quedé un año y medio
“A pesar de haber una gran diferencia entre Argentina y Bolivia en relación a los derechos de las mujeres, allá también hay mucho progreso en ese sentido”, asegura. “Hace no muchos años era normal llegar con la cara con moretones y hacerse chistes entre mujeres si ese día te había pegado tu marido. Pero la violencia disminuyó cuando el Evo promulgó la Ley Integral”.
Se trata de una norma que establece medidas y políticas integrales de prevención, atención, protección y reparación a las mujeres en situación de violencia, así como la persecución y sanción a los agresores entre las que se encuentran 30 años de cárcel a cualquier femicida.
La Ley Integral fue aprobada por pedido de sectores sociales luego del asesinato de la periodista Hanalí Huaycho, quien murió luego de recibir 15 puñaladas de su esposo Jorge Clavijo.
Dani volvió al año y medio de Bolivia porque quería pasar más tiempo con su hijo menor. Abrió una nueva verdulería en el barrio del que nunca se fue, y siempre se encuentra renovándolo con cosas nuevas; mercadería, cartelería, o decoración. Trabaja todos los días en su comercio de 7 y 33, como si fuese el primero.
En su mirada se ve a la misma Danitza joven, pasional y locutora. La Danitza valiente ante el volante. Y la Danitza que ya ganó experiencia en su rubro. Todas esas vidas en la de una sola mujer, que es mitad argentina y mitad boliviana.